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Crítica: Lucas Macías dirige la «Segunda sinfonía» de Mahler con la Sinfónica de Sevilla

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Autor: Álvaro Cabezas
12 de septiembre de 2025

Crítica de Álvaro Cabezas del concierto de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en el Maestranza, bajo la dirección de Lucas Macías, con la Sinfonia resurrección de Mahler en el programa

Lucas Macías

Apertura de temporada

Por Álvaro Cabezas
Sevilla, 11-IX-2025. Teatro de la Maestranza.  Emöke Baráth, soprano; Emily D'Angelo, mezzosoprano; Lucas Macías, dirección; Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Programa: Sinfonía nº 2, en do menor, "Resurrección", de Gustav Mahler.

   El nuevo director titular de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla tiene un plan para esta formación. Si no, no hubiera inaugurado la que es su primera temporada al frente de esta entidad programando una obra tan larga, compleja y expresiva como la Segunda sinfonía de Mahler. El que sea sobrenombrada como "Resurrección" es, también, toda una declaración de intenciones, aunque no creo que la ROSS deba resucitar (porque no está muerta o afligida), sino recomenzar en esta nueva fase de su trayectoria, inserta en el devenir de un mundo en el que es, cada vez, más difícil sobrevivir. Ayer saldó su primera comparecencia en el ciclo de abono sinfónico con un casi lleno del Teatro de la Maestranza, algo muy meritorio que indica que Mahler es un compositor muy valorado en Sevilla y, también, que el nuevo director despierta interés.

   La Sinfonía resurrección es una obra muy extensa, pero no resulta nada pesada. No sólo por las melodías (que transitan desde los presagios del expresionismo alemán al candor vienés con guiños a la danza y a los sonidos cotidianos, pasando, por supuesto, por esos momentos de puro Mahler que hacían sonreír a un Abbado o abandonarse a Bernstein en sus respectivas grabaciones en vídeo de estas sinfonías), sino, además, por el dinamismo que requiere de los músicos sobre el escenario, pero también de la banda interna (con salidas y entradas incluidas), así como de la aparición e intervención de las solistas y del enorme coro con el que concluye la página. Supone, por tanto un reto su abordaje y, como se ha dicho en otra parte, requiere de una labor en equipo importante que debe estar siempre aglutinado, procesado y presentado al público por el director musical. ¿Consiguió ese propósito Lucas Macías? Pienso que sí, aunque no de manera absolutamente sobresaliente.

   Diseccionando la interpretación, el primer movimiento me pareció expuesto con poco sosiego y demasiada premura. Contiene una carga agobiante de desesperanza y las intervenciones de las distintas secciones orquestales deben tener su propio espacio para parecer desgarradoras o, cuanto menos, incisivas. Sin embargo, de esto hubo muy poco. Como en toda la noche, Lucas Macías hizo gala de sus elegantes gestos abbadianos, pero estuvo contenido en todo momento, supervisándolo todo, pero, también, frenando cualquier atisbo de ruptura artística o de fantasía interpretativa. La orquesta respondía magníficamente y hay que destacar su nivel, sobre todo, en los grupos de cuerda, madera o percusión (matizados, mordientes, con un sonido bellísimo), mucho antes que los de metal, que tienen que desarrollar un papel muy exigente en esta partitura, pero cuyas intervenciones podían haberse efectuado con más delicadeza y sentido del color. Macías, es cierto, controló muy bien los volúmenes entre los tutti de la orquesta, pero era muy difícil emocionarse hasta el momento, aunque la impresión era buena. El segundo movimiento estuvo mucho mejor redondeado, había cierta ironía en las cuerdas, pero no encanto o ensoñación en los pizzicati de la reexposición.

   Otra cosa que creo que este director debe ir conociendo es la áspera acústica del teatro y, digamos, los sonidos y movimientos que, con frecuencia, se dan en la sala. No pasa nada, por tanto, por hacer alguna pausa más larga entre movimientos y dejar que el respetable respire y vaya digiriendo la interpretación. El misterioso inicio del tercer tempo, por ejemplo, fue dicho entre las toses de pausa. Como recurso expresivo (los timbales cortando cualquier otro sonido), no me parece muy acertado, pero quizá sea que la concentración de este maestro es proverbial y que gracias a ella se mantenían unidos a la obra él y la orquesta, indiferentes al resto. Lo cierto es que, en esos momentos, es cuando se fue creando el ambiente propicio para escuchar el Urlicht. En un momento determinado, las cantantes aparecieron sobre el escenario y se centró toda la atención sobre la mezzosoprano Emily D'Angelo que, metida absolutamente en su papel, desplegó esa oración sagrada que promete la redención y el descanso en la otra vida. Su voz se escuchaba rotunda y las palabras estuvieron perfectamente declamadas.

Sinfónica de Sevilla

   Luego, cuando la sinfonía entraba en su fase final y se mostró desorbitante (no puedo imaginarme el impacto que supondría su estreno en Berlín en 1895), hubo demasiado movimiento sobre el escenario (las trompas entraban y salían), pero la percusión (sobresalientes los timbaleros Pedro M. Torrejón e Irene Rodríguez, ayudada por Iñaki Martín en los crescendi), dejaba sin respiración al público y parecía tener el mapa de la conducción de la obra. Después de que Macías reventara el nivel de capacidad sonora de la concha del Maestranza, la música se redujo al pianissimo con el que comenzó el coro del teatro unido para la ocasión al Joven Coro de Andalucía, sentados todos sus integrantes en esta primera intervención. Luego, cuando las solistas empezaron a cantar al unísono, haciendo más insistente la plegaria, se levantaron y se alcanzaron momentos de muchísima expresividad hasta lograr un final soñado para cualquier director, aunque Lucas Macías lo hizo sin desmelenarse en absoluto.

   Notable inicio, por tanto, de una temporada de la orquesta que, teniendo como columna vertebral la música de Mahler y la determinación de un nuevo director, presagia grandes momentos musicales en Sevilla.

Fotos: Marina Casanova

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