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[C]rítica: Lucas Macías y la violinista Carla Marrero con la Sinfónica de RTVE

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Autor: Óscar del Saz
26 de noviembre de 2018

El interés por las nuevas generaciones

Por Óscar del Saz / [@oskargs]
Madrid. 23-XI-2018. Teatro Auditorio de San Lorenzo de El Escorial. XIX Ciclo de Jóvenes Músicos. Concierto I. Orquesta Sinfónica de RTVE. El arpa mágica: Obertura de Rosamunda, Franz Schubert (1797-1828). Concierto para violín y orquesta en Re mayor, op. 77, Johannes Brahms (1833-1897); Carla Marrero, violín. Sinfonía núm. 1 en si bemol mayor, op. 38 "Primavera", Robert Schumann (1810-1856). Lucas Macías, director.

   Con el afán de impulsar la difusión de las nuevas generaciones de músicos, la Orquesta y Coro de RTVE organizó -hace ya diecinueve ediciones- el Ciclo de Jóvenes Músicos de la Orquesta Sinfónica RTVE como una plataforma para el conocimiento de jóvenes talentos, en la doble vertiente de dirección de orquesta y de interpretación en el ámbito solista, organizando los correspondientes conciertos dentro de la temporada de esta agrupación. Ello, unido a que dichos conciertos pueden escucharse en directo, por Radio Clásica, y en diferido por TVE -al emitirse en Los Conciertos de La 2-, permite que estas nuevas figuras –las que despuntan para aseguramiento del futuro musical de nuestro país-sean conocidas (y también seguidas en su evolución),por parte del público y la crítica. En esta ocasión, serán los protagonistas de este concierto el director onubense Lucas Macías (1979), debutante como director en 2014, proveniente de una brillante carrera internacional como oboísta, y la violinista Carla Marrero, que a sus veintitrés años ya está demostrando la gran valía que empezó a cultivar con sólo cuatro.

   El Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 77, compuesto en 1878, fue dedicado por Brahms a su amigo Joseph Joachim, quien lo estrenó el 1 de enero de 1879, dirigiendo aquel a la Gewandhaus de Leipzig. Esta obra contiene profusión de dificultades técnicas -en parte debido al no absoluto dominio de Brahms de este instrumento-,especialmente en algunas partes para la mano izquierda, además de los consabidos momentos de virtuosismo hungárico -muy del gusto del compositor-, por lo que, para la escritura final, Brahms y Joachim debieron establecer un intercambio de pareceres para evitar el riesgo de que la obra se convirtiera en inejecutable en algunos pasajes.

   La joven violinista Carla Marrero realiza una versión de fuerte personalidad, si bien dando a cada movimiento la correspondiente dosis de relevancia del instrumento solista, ya que hay momentos en los que el solista ha de replegarse al papel de «primer violín» de la sección de cuerda –engarzando su melodía con las de todo el conjunto-, pero en otros ganar la batalla a la orquesta, aportando una dosis extra de volumen de su instrumento. En el primer movimiento (Allegro non troppo), destacamos la muy buena ejecución de la entrada de Marrero con una enérgica cadencia en arpeggiandi, para retomar y entresacar después el restante material sonoro que se ha escuchado previamente en la orquesta. En este movimiento son importantes las pausas del solista para dar entrada a temas nuevos que se desarrollan en dinámicas -tanto en pianisímo como en crescendos- que acaban en volúmenes más tormentosos, donde orquesta y violín se combinan –o luchan, según el caso-, dejando muy claro Marrero cuándo su instrumento entra o sale –con autoridad o con discreción, según el momento- del sonido envolvente de la orquesta.

   En el segundo movimiento, Adagio, denigrado incluso por el propio compositor (en un inicio quiso que su concierto tuviera cuatro movimientos, escribiendo dos centrales que luego destruyó y sustituyó por este Adagio, cosa de la que parece se arrepintió) transitamos a una calma etérea, propia de una canción de paz o canción para el alma. Carla Marrero sitúa perfectamente esta atmósfera, dentro de la cuál coloca a su instrumento, en una posición de equilibrio con la orquesta, posición -acertadamente a nuestro juicio-en la que es imposible discernir quién acompaña a quién. Obviamente,el fenomenal resultado viene propiciado por la visión de conjunto del maestro Lucas Macías, siempre en perfecta comunión con el instrumento solista. En este movimiento, fue un regalo el momento del diálogo entre el solista y la trompa. Reconozcamos también, el mérito al oboe y al fagot al inicio de este delicado Adagio.

   En el tercer movimiento, Allegro giocoso, ma non troppo vivace, Marrero se muestra vivaz y vigorosa al mando de su instrumento, que alterna protagonismo con el de la orquesta en busca de los tres efectistas acordes finales de la obra después de un sinfín de momentos de fuerza y destreza con el instrumento. Durante toda la obra, la ejecución técnica de los pasajes más difíciles, por su velocidad o por la claridad en la ejecución de las notas dobles, estuvo a muy alto nivel. También lo fue la construcción del triángulo entre el instrumento solista, la matizadísima dirección de Lucas Macías y el estilo más puramente Brahmsiano: Llegar a transmitir la desesperación, la nostalgia, la reflexión… Una muy buena versión, sin duda. Como propina, Carla Marrero anunció y ofreció el Allegro assai de la Sonata núm. 3 en re mayor de Johann Sebastian Bach, que acabó por enardecer el reconocimiento de público asistente hacia nuestra joven artista.

   En la segunda parte, se ofreció la famosísima y frecuentemente programada Sinfonía núm. 1 en si bemol mayor, op. 38 «Primavera«, por la que su autor diría que «estaría tentado a destruir mi piano, es demasiado estrecho para contener mis ideas». Su sobrenombre procede de que la partitura está encabezada por un verso de Adolph Böttger que reza: «En el valle florece la primavera», cuyos poemarios fueron indicados a Schumann por Clara Wieck, que se ocupó también de motivar a su amado hacia la composición sinfónica.

   La lectura de Lucas Macías es clara y marcadamente romántica, alejada de impostadas o sobreactuadas densidades sonoras fuera del mencionado estilo, aunque preserva y subraya la clara y elegante inspiración beethoveniana que destila la obra, llevando a la Orquesta de RTVE a una virtuosa sonoridad de los bronces y una muy cuidada expansión del sonido de los timbales y los violonchelos. De forma muy adecuada, el maestro apostó en todo momento por una atmósfera alegre, pastoril y despreocupada, anticipando desde el primer movimiento, Andante-Allegro molto vivace, la tensión amenazante del Scherzo, aunque en éste se resalten de forma muy efectiva multitud de contrastes que van de lo lírico-danzante a lo sombrío. En el Larghetto se destacanapropiadamente las melodías expuestas por violines y violonchelos, capaces de hacernos creer que el tiempo se ha detenido, así como los resaltes acentuados indicados por fagots y trombones. Las dinámicas, en todo momento, fueron muy equilibradas. El movimiento final -Allegro moltoanimato- concluye la obra de manera histriónica y triunfal, sin excesos, -pero sí con pasional jovialidad- según quedó expuesto por Macías. La conclusión resultó poderosa, con todos los efectivos de la orquesta al servicio de un diseño fresco, elegante y espontaneo muy acorde con su forma de dirigir.

   El programa comenzó con la obertura de Rosamunda, un drama romántico en cuatro actos, con coros, acompañamiento musical y danzas, de Franz Schubert, también conocida como la obertura para El arpa mágica, ya que el material de la obertura había sido inicialmente escrito para esta última obra que, por cierto, no tuvo excesivo éxito. El maestro Lucas Macías –en todo momento sin partitura- nos hizo partícipes de su elegante dirección, haciendo gala de –por así decirlo- un gesto sinóptico, minimalista y sutil. La versión que nos ofreció, de altas dosis de expresividad, no se salió ni un ápice de la estética romántica y consiguió, conjuntamente con la Orquesta de RTVE, que viajáramos mentalmente a los bailes de salón vieneses.

   El maestro Lucas Macías fue muy aplaudido, contando claramente con el beneplácito del público al que consiguió imbuir de las distintas atmósferas románticas de tres de los mayores exponentes compositivos de este movimiento, claro nexo del concierto que nos ocupó en esta velada. Deseamos que esta iniciativa de interesarse seriamente por las nuevas generaciones de músicos se mantenga, o incluso se redoble, para el mejor cuido y divulgación de nuestra cantera de artistas.

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