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Crítica: «Lucia di Lammermoor» en el Gran Teatro de Córdoba

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Autor: Raúl Chamorro Mena
29 de marzo de 2022

Carlos Domínguez-Nieto y Francisco López dirigen musicalmente y la escena de la ópera Lucia di Lammermoor en el Gran Teatro de Córdoba, con María José Moreno, Moisés Marín y Javier Franco como protagonistas

María José Moreno

La magia de Lucia y el embrujo de Córdoba

Por Raúl Chamorro Mena
Córdoba, 25-III-2022, Gran Teatro. Lucia di Lammermoor (Gaetano Donizetti). María José Moreno (Miss Lucia), Moisés Marín (Sir Edgardo de Ravenswood), Javier Franco (Lord Enrico Ashton), Manuel Fuentes (Raimondo Bidebent), José Manuel Montero (Lord Arturo Bucklaw), Lucía Tavira (Alisa), Raúl Jiménez (Normanno). Coro de la ópera de Córdoba. Orquesta de Córdoba. Dirección musical: Carlos Domínguez-Nieto. Dirección de escena: Francisco López. 

   El gran Teatro de Córdoba cuenta ya con siglo y medio de historia, pues se inauguró en el año 1873 con la ópera Martha de Friedrich von Flotow. Se trata de un bonito teatro de herradura, a la italiana, que cuenta actualmente con un aforo de unas 950 localidades y programa dos títulos operísticos por temporada dentro del marco del Instituto municipal de las artes escénicas del Ilmo. Ayuntamiento de Córdoba.

   Se anunciaban dos funciones de un título tan emblemático del repertorio, prototipo del melodrama romántico italiano, como es la inmortal Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti con el protagonismo de una soprano de la categoría y ejemplar trayectoria de María José Moreno

   Como corresponde a un melodrama romántico, los jóvenes protagonistas, Lucia y Edgardo, representan la pureza de sentimientos, el amor juvenil y desinteresado, que no puede cristalizar en este Mundo por la actitud egoísta de los adultos que les rodean. Una pasión amorosa, por tanto, que sólo podrá plasmarse en otra dimensión. 

   La función del viernes 25 que aquí se reseña comenzó con retraso debido a un fallo técnico de las proyecciones, base de la puesta en escena. Algo que puede suceder en cualquier lado, especialmente hoy día, en que el aspecto tecnológico es tan importante en la mayoría de las producciones operísticas. 

Javier Franco en «Lucia di Lammermoor» de Córdoba

   María José Moreno representa de manera perfecta sobre un escenario la soprano angelicato típica del melodrama romántico italiano. Estamos ante uno de los pocos casos en que una cantante mantiene durante más de dos décadas un papel tan emblemático y de tanta exigencia como la Lucia donizettiana. Se aprecia en la soprano nacida en Granada la magnífica evolución del personaje, totalmente dominado tanto en la faceta escénica como en la vocal. La Moreno escanció un canto refinadísimo, un fraseo siempre delicado, de gran clase y musicalidad, apoyado en un timbre sanísimo, pleno de frescura, brillo y luminosidad, que ha ganado algo de cuerpo en el centro y que conserva impecable posición y proyección tímbrica. Prueba de ello fue la manera que dominó el justamente famoso sexteto del segundo acto o el irreprochable legato y pureza tímbrica escuchados en «Regnava nel silencio», así como el tono melancólico y expresión patética y doliente de «Soffriva nel pianto». De todos modos, se apreció cierta incomodidad en la soprano, especialmente al afrontar las notas agudas y sobreagudas de su parte, seguramente debido a la fuerte calima presente en Córdoba y que afecta especialmente a una soprano lírico-ligera constantemente en el alambre en un papel como Lucia.

   Gran parte de las notas sobreagudas no constan en la partitura, pero están asentadas en la tradición más acrisolada y resultan imprescindibles a no ser que se afronte una edición come scritto. El Mi bemol 5 del final de la escena de la locura -magníficamente cantada por Moreno con expresividad, fraseo de alta escuela y una agilidad estupenda, que es lo principal- resultó abierto y rápidamente cortado por la soprano que no emitió el del final de la cabaletta. Cualquier otra cantante, quizás, se hubiera venido abajo presa de la tensión o de los nervios, pero no en este caso, pues estamos ante una soprano ejemplo de seguridad, aplomo y serenidad sobre el escenario.  En lo interpretativo, la Moreno nos mostró una caracterización acabada del personaje, forjada en una sólida trayectoria sobre los escenarios. La muchacha enamorada, pero con inquietantes presagios del comienzo, que se acentúan por el abandono de su enamorado Edgardo, la angustiada por la manipulación de su hermano, que la aboca a un matrimonio de conveniencia y la ya quebrada mentalmente que asesina a su esposo en el lecho nupcial y afronta, ya enajenada, una de las escenas más representativas de la historia de la ópera, la de la locura de la primadonna, paradigma de la ópera romántica. 

María José Moreno en «Lucia di Lammermoor» de Córdoba

   Gaetano Donizetti respetó el andamiaje, las estructuras heredadas de la ópera italiana, pero sin renunciar a forzarlas en la búsqueda de conmover al público y lograr la mayor verdad dramática posible. Un ejemplo de ello lo encontramos en esta obra maestra, pues la termina el tenor -el mítico Gilbert Duprez en el estreno de 1835- en contra de los más acendrados derechos de la primadonna. Al tenor granadino Moisés Marín le falta peso vocal para el papel de Edgardo y su proyección resulta justa, además de faltarle algo de giro y expansión a la franja aguda. No se puede discutir el gusto con el que Marín afrontó su parte, si bien su línea canora no terminaba de rematarse merced a una emisión a la que falta asiento y la necesaria firmeza y uniformidad para que no se produzcan esas notas desapoyadas que penalizan la resolución de las frases. Entusiasta y con asumibles acentos en su teatral irrupción en la escena de la boda, completó su exigente escena final, si no con desahogo, de manera muy digna. Por su parte, el barítono Javier Franco compensó su timbre árido, modesto en cuando a sonoridad y brillo, con buen legato, musicalidad y atención al estilo. Al no interpretarse la escena de la Torre de Wolferag, su papel desaparece, prácticamente, después del sexteto y concertante del acto segundo. Sorprendente el jovencísimo bajo de tan sólo 25 años de edad Manuel Fuentes, que mostró timbre de bajo de verdad y canto cuidado. Con margen de mejora en cuanto a afianzamiento de la emisión, desenvoltura escénica y capacidad de llegar con más rotundidad a esas notas graves que el público espera como la que culmina «la tremenda maestà», estamos ante un cantante con magnifico futuro en una cuerda en la que la escuela lírica española no ha dado muchas figuras descollantes. A pesar de su emisión irregular-con la sensación de que cada sonido está colocado en un sitio- nasalidad y canto desaliñado, no se puede negar que José Manuel Montero, merced a sus acentos y tablas en escena, así como no estar ante el habitual tenorino, dotó de una relevancia vista pocas veces al papel de lo sposino, Lord Arturo, que es pasaportado mediante el acero por la soprano en la noche de bodas. Cumplió Lucía Tavira como Alisa y pudo apreciarse un bonito timbre tenoril en el Normanno encarnado por Raúl Jiménez.

Lucia de Lammermoor en Córdoba

   Carlos Domínguez-Nieto atemperó la orquesta -sin poder evitar deslices como la accidentada intervención del arpa solista en el preludio de la segunda escena del primer acto- y obtuvo un sonido asumible, pero su dirección musical resultó escasamente idiomática y fuera de estilo, demasiado «alemana» como si pretendiera recrear en un melodrama italiano tan emblemático como Lucia, las sinfonías de Bruckner o el Parsifal de Hans Knappertsbusch -no por aparato sonoro, sí por concepto y tempi-. De tal modo, la prestación orquestal fue pesante y morosa, con algunos pasajes de tempo letárgico, además de poco colaboradora con el canto y careció de tensión dramática y teatral, lo que es pecado mortal en esta obra y en todo Donizetti.  

   La puesta en escena del tándem Francisco López como director de escena y Jesús Ruiz como escenógrafo y encargado del vestuario, traslada la trama a una época histórica imprecisa, pues la variada vestimenta puede adscribirse a diversos períodos temporales. Sin embargo, las proyecciones de fondo y proscenio enmarcan bien la historia y aseguran el imprescindible ambiente gótico y espectral, castillo, bosques, fuente…, con renuncia a la sangre en el ropaje blanco de Lucia en la escena de la locura. Un movimiento escénico eficaz completó un montaje que funciona bien y respeta la obra.

Fotos: Rafael Alcaide

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