Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Manon Lescaut de Puccini en la Opernhaus de Frankfurt
Manon Grigorian
Por Raúl Chamorro Mena
Frankfurt, 10-XII-2022, Opernhaus. Manon Lescaut (Giacomo Puccini). Asmik Grigorian (Manon), Joshua Guerrero (Renato Des Grieux), Domen Krizaj (Lescaut), Alfred Reiter (Geronte di Ravoir), Jonathan Abernethy (Edmondo), Kelsey Lauritano (Un músico). Frankfurter Opern- und Museumsorchester. Dirección musical: Modestas Pitrenas. Dirección de escena: Alex Ollé.
La Opernhaus de Frankfurt ofrecía este fin de semana la posibilidad de ver protagonizar dos óperas consecutivas a Asmik Grigorian, una de las mejores sopranos de la actualidad. Por si fuera poco, una de las obras a interpretar, era la muy infrecuente La hechicera de Piotr Tchaikovsky. En primer lugar, el Sábado 10 se repuso la producción de Manon Lescaut, el primer gran éxito de Giacomo Puccini, a cargo de Alex Ollé - La fura dels baus- estrenada en la temporada 2019-2020.
Ciertamente, Asmik Grigorian realizó una gran creación vocal e interpretativa sustentada en un gran esfuerzo escénico. El montaje sitúa la trama en la actualidad y, en el segundo acto, el rufián Geronte di Ravoir regenta una especie de sala de fiestas en la que Manon es una de las streaper -y seguramente también prostitutas- que actúan en la misma. La Grigorian encarna de forma creíble a una adolescente con su vestimenta juvenil, que su poco escrupuloso hermano, cuya precariedad económica se ve agravada por el vicio del juego, va a vender al acaudalado Geronte. En el segundo acto, la soprano lituana canta en paños menores -y muy bien con un espléndido Do 5 sobreagudo- la gavota de la lección de baile en una barra de streaper con contoneos plenos de sensualidad, apoyada en un físico espléndido, algo que suma, sin duda, en un papel como este. Una Manon con una mezcla de inocencia y vulnerabilidad, capaz de transmitir frivolidad y una firme pasión amorosa. Todo un animal escénico la Grigorian. En lo vocal, emisión franca, impecable colocación, timbre atractivo y homogéneo, agudo en regla técnicamente, timbrado, cristalino y con metal. El papel de Manon, que pide, al menos, una soprano spinto le va algo grande a una lírica neta como ella, faltándole un centro más ancho y voluptuoso, aunque debo subrayar, que una de las mejores intérpretes históricas del personaje, la gran Magda Olivero acreditaba las aludidas limitaciones. La Grigorian demostró su sólida musicalidad y buena línea de canto en un aria «In quelle trine morbide» bien delineada, aunque faltó un punto de idiomatismo. Irreprochable, intensísimo, pleno de entrega, «Sola perduta abandonata» del último acto con espléndidos ascensos.
Puccini concede al joven estudiante Renato des Grieux uno de sus papeles tenoriles más largos y completos, con abundantes pasajes solistas, momentos de gran efusión lírica y fraseo encendido y apasionado. El tenor mexicano-estadounidense Joshua Guerrero, al que recuerdo de un Elisir d'amore sevillano junto a la magnífica Adina de María José Moreno, resulta demasiado ligero para el papel. La emisión retrasada y unos agudos con cierta brillantez, pero atacados por las bravas, de gola, lo que funciona mientras eres joven y lanzado, se sumaron a una entrega sincera y ardorosa, que caldeó la sala y llegó al público. Asimismo, el tenor originario de Las Vegas fue de menos a más y se mostró arrebatado en los dos últimos actos con un encendido «Guardate, pazzo son guárdate». Entusiasta y desenvuelto en escena el barítono Domen Krizaj como Lescaut, a despecho de un material de timbre opaco y modesta riqueza tímbrica.
Alfred Reiter como Geronte emitió, con algo parecido a una voz, sonidos inconexos sobre una o dos notas imposibles de asociar al concepto canto, incluso en su sentido más laxo. El tenor Jonathan Abernethy resultó demasiado liviano y casi inaudible como Edmondo y, por su parte, Kelsey Lauritano cantó con corrección su intervención como músico. El coro sonó empastado y dúctil, además de muy implicado escénicamente.
La estupenda orquesta de la Ópera de Frankfurt sonó muy bien bajo la batuta de Modestas Pitrenas, pero su dirección musical resultó poco idiomática y con un sonido demasiado tocho, avaro en articulación y detalles, faltando, además, sentido narrativo y un plus de voltaje teatral. Esa passione disperata que prescribió Puccini.
La puesta en escena de Alex Ollé comienza con introducción previa de videos y proyecciones en las que vemos a Manon y a su hermano Lescaut cruzando una valla como si fueran una especie de inmigrantes ilegales, así como el acoso que sufre ella a causa de su belleza y atractivo físico, que desembocará en abuso y explotación. De la escenografía de Alfons Flores cabe destacar la del segundo acto - el local con las streaper- que surge a telón subido y a la vista del público, lo que provocó aplausos de algunos espectadores. A pesar del cambio de época a la actualidad se mantiene la esencia de la obra como enfatizan esas letras gigantes que rezan «LOVE», pues la intensa pasión amorosa es el hilo conductor de la ópera. Esas letras quedan como elemento escénico único en el desolador escenario del último acto, donde fallece la heroína en brazos de su amado. Se deja de lado, que nadie lo dude, el tono moralizante del texto literario originario del abate Prévost y Manon es una víctima de las circunstancias y mucho menos de su carácter ligero y fríivolo. No me quedaría nunca con este montaje en lugar del maravilloso de Liliana Cavani que ví hace años en el Liceo de Barcelona, pero hay que subrayar que respeta el espíritu de la obra, cuenta con un eficaz movimiento escénico y sobre todo, canaliza el talento de Asmik Grigorian como magnífica cantante y actriz.
Fotos: Barbara Aumüller
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