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MANUEL COMESAÑA, compositor:  «¿Quién escucha en casa música atonal?»

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Autor: Aurelio M. Seco
1 de febrero de 2024

Aurelio M. Seco entrevista al compositor español Manuel Comesaña, portada de Codalario en febrero de 2024

Manuel Comesaña, Portada Codalario, febrero 2024

MANUEL COMESAÑA: «¿Quién escucha en casa música atonal?»

Una entrevista de Aruelio M. Seco | @AurelioSeco / Fotos: Fernando Frade / Codalario
El nombre de Manuel Comesaña suena con firmeza, ternura y honestidad. En el terreno de la composición, Comesaña se ha convertido, queriendo o sin querer, en una singular y especial piedra de toque para hablar del estado de la cuestión en el terreno de la «música contemporánea». Seamos claros, una parte importante de los compositores llamados contemporáneos no son buenos compositores y, los que son verdaderamente buenos, no siempre se conocen como deberían. Se celebran concursos de composición «porque hay que apoyar a la nueva música» aunque muchas veces no valga un duro. Con frecuencia se malgasta el dinero público programando partituras ciertamente lamentables de compositores sin talento pero con nombres conocidos e influyentes. Esta es la situación de la mal llamada «música contemporánea», cuando no «música clásica contemporánea», un sinsentido semántico, un galimatías a la altura de tantas partituras que le sirven como referencia. Manuel Comesaña representa, sin embargo, cierta esperanza y luz en el porvernir de la música, una Música que parece que está por llegar, pero que él ya ve sonar a través del precioso y dulce canto de los vencejos, en forma de cuento lidio, aturuxo o Sonata Atlántica para piano. No puede ser casualidad que su obra, joven a pesar de la madurez del artista, esté captando la atención de importantes músicos y haya merecido, por tanto, una portada con mayúsculas en nuestra revista.

Hábleme de su primera formación

Empecé a estudiar con dos años y medio en un colegio pequeñito cerca de la playa de Samil, en Vigo. Me llevaban de la mano hasta allí. Recuerdo aquello como un paraíso. Con 10 años lo dejé para ir interno a los Jesuítas de León. El comienzo fue durillo. Un cambio muy brusco. Yo era un niño tímido y no conocía a nadie, así que durante un par de meses asomaron las lágrimas por la noche en aquel enorme dormitorio común. Por fortuna era un excelente futbolista (lo siento, tengo que decirlo_risas) y eso abre fácilmente las puertas entre chavales. El resto del tiempo de ocio lo dedicaba al coro del cole, en el que entré, a recibir clases de guitarra y a tocar en una rondalla. El verano que remató esos dos años en León consistió en un viaje a Santander para disputar el campeonato de España de minibasket y un brazo roto. Volví a Galicia y seguí estudiando un año más en los jesuítas de Vigo.

Se habla tanto de la educación en el contexto jesuita…

Yo tengo un magnífico recuerdo de esos años, pero no voy a ocultar que, una vez pasado el tiempo, te viene a la cabeza algún comportamiento inapropiado por su parte. Desde luego, la educación era mejor que la que hay en los colegios hoy. Si estudiabas francés o latín, acababas sabiéndolo. 

Y al final, Madrid.

Sí. Mi padre se ocupaba de la parte eléctrica de los barcos que iban de Vigo a Sudáfrica, a pescar merluza; después pasó a inspeccionar los barcos de la flota cubana de pesca en Ciudad del Cabo. Esa es la época en la que estuve interno en León. Hubo un desacuerdo con la empresa y terminamos viniendo a Madrid.

Mi adolescencia fue básicamente música. Yo no era muy festivalero, ni me gustaba salir en exceso. Pero algo tenía dentro y a los 15 años quise ir al Conservatorio. Entonces sólo había uno en Madrid y yo vivía en Moratalaz. Entre ida y vuelta eran 3 horas, así que sólo conservo un carnet de un chaval con melenilla, que me mira. De aquella época, recuerdo un póster enorme de los Rolling Stones que tenía en mi habitación. Era un auténtico fan. Estuve 24 horas seguidas grabándolos con un magnetófono de dos pistas a través de la radio. Todavía debo tener esa grabación. El fanatismo se me pasó pronto y empecé a tocar la guitarra. Trabajé con mi padre para comprar por veintemil pesetas, una guitarra eléctrica preciosa que vendí para comprar otra. Me arrepentiré toda la vida.

¿Tenía un ambiente musical en casa?

Mi padre cantaba en un coro cuando era joven y le gusta mucho la zarzuela. Era un arma que utilizaba frecuentemente cuando tenía al resto de la familia atrapada en el coche. Eso era todo. Con 17, les dije a mis padres que quería ser músico, pero ellos querían que estudiara una carrera «normal», así que hice Geología como podría haber hecho cualquier otra cosa…

En esa época empecé a estudiar música con José María Álvarez. Me iba desde la facultad, sin comer, para aprender solfeo y armonía con la guitarra. Después di clases con Félix Santos, un magnífico profesor. Se suponía que nos enseñaba guitarra, pero no te colocaba ni un dedo. Éramos unos 8 alumnos (algunos reconocidos músicos en la actualidad) esperando que nos enseñara los secretos del jazz. Yo no podía imaginar en aquel momento la puerta que me estaba abriendo… Su sistema de enseñanza era una mezcla de los métodos de jazz de la Berkeley y el Tratado de armonía de Schoenberg, que fue mi libro de cabecera durante mucho tiempo. Lo mejor que hizo Arnold -risas. A partir de ahí comenzó mi formación en serio, pero no contemplaba hacerme profesional.

Pronto me dieron trabajo en una multinacional pero, con 22 años, me desesperaba ver mi guitarra aburriéndose en una esquina de una habitación de hotel. Cuando acabé un año de contrato me propusieron ir a Somalia o hacer un máster en EEUU para hacerme jefe en España a la vuelta. Dije que no. Tras esa decisión estaba la idea de que la música formase parte de mi vida para siempre. Ya sólo pensaba en conseguir tiempo para dedicarlo a la música, así que preparé unas oposiciones para el Cuerpo de Estadísticos del Estado.

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«El Tratado de armonía de Schoenberg fue mi libro de cabecera durante mucho tiempo»

Menudo cambio

Un día, leyendo el periódico, me fijé en un anuncio pequeño que ponía «Oposiciones a Técnicos Estadísticos del Estado, 49 plazas». Pensé que se presentarían pocos y me puse a estudiar. Con las oposiciones en el bolsillo, no solo tenía las tardes libres, sino que podía dedicar tiempo de estudio muchas veces por la mañana, o pedir tres meses sin sueldo o una excedencia…  Aún en periodo de prácticas, por medio de mi hermana que estaba terminando violín en Róterdam, entré en contacto con un músico que trabajaba en televisión y me contrataron en un programa muy conocido que se llamaba «Los mundos de Yupi». Juntos montamos una productora y así comenzó mi carrera como compositor de encargos. Una magnífica escuela. 

Aunque me recuerdo haciendo pinitos compositivos desde que tuve la eléctrica, con 15 años, fue a partir de los trabajos en esa productora cuando sentí la necesidad imperiosa de hacer mi música y de estudiar diferentes materias musicales. Trabajar de esa manera me exigía rapidez mental y soltura escribiendo música, algo que no tenía.


También ha trabajado con su esposa.

Sí, y lo sorprendente es que sigue siéndolo -risas-. La conocí cuando ella trabajaba en Sony Music, como directora de márketing estratégico. Después se fue a Universal. Eso me permitió conocer otro apartado dentro de la industria musical y en un momento dorado. También componer alguna canción para editoriales.

Dejó Universal y montó una productora de música. Entonces yo ya trabajaba para Canal+, con un nivel de exigencia muy alto, tanto en calidad como en plazos, y pensaba que lo que vendría con la productora sería un trabajo fácil. Me equivocaba… He llegado a producir 30 covers de estilos muy diferentes en un mes, trabajando en cinco estudios a la vez. Una locura que no te deja dormir. También hice los primeros tonos para teléfonos móviles. Hubo encargos surrealistas... desde imitar el sonido de una «vaca loca»- risas-  a estar una noche entera en mi estudio cantando «campeones, oé, oé, oé…» con diferentes voces en millones de pistas, para hacer una multitud. Fue un periodo muy rentable…todo hay que decirlo.

Pero, entre trabajo y trabajo, sentía la necesidad de hacer mi música y me iba metiendo en terrenos musicales que no había explorado. Después del jazz vinieron las bandas sonoras, después la clásica… Entré en la clásica muy fuerte y por el siglo XX. De aquellos tiempos recuerdo la Chacona para violín y orquesta de John Corigliano, de unos 20 minutos, que me fascinaba. Me sangraban las orejas de lo alto que lo ponía, quería que me golpeara la orquesta en el cuerpo… Emocionante y muy físico. Lo tenía todo.

«He recibido clase de mucha gente, pero mis maestros principales han sido las piezas que he ido escuchando a lo largo de mi vida»

Manuel Comesaña

¿Le influyó Corigliano?

No sé si hay rastro ahora mismo… Más que influirme, me animó a seguir adentrándome en la historia de la música… He recibido clase de mucha gente, pero mis maestros principales han sido las piezas que he ido escuchando a lo largo de mi vida. Soy un melómano empedernido. Supongo que, inconscientemente, incorporo a mis composiciones lo que escucho. Pero no transcribo para estudiarlo, ni lo analizo. Cuando componía sintonías de 20” me decían que se notaba que era “Comesaña” y nunca me he propuesto componer al “estilo de“. 

También escuché una temporada a los minimalistas, porque me parecían algo distinto y lo distinto siempre me llama la atención, de entrada. En general, me pareció que había poca música en ese territorio aunque hubo un disco que disfruté y escuché bastante: Jesus’ blood never failed me yet de Gavin Bryars. 

Después vinieron todos los grandes de la historia, claro, pero he de ser sincero y decir que la música que más escucho es la que producen mis contemporáneos. Del siglo XX me quedo con Ravel, Stravinsky, Shostakovich, Pat Metheny y Keith Jarret. Soy infiel con los del s.XXI y salto de flor en flor. Todos los días escucho algo nuevo. Aunque hay algunos nombres a los que sigo: Valentin Silvestrov, Caroline Shaw, Edgar Meyer, Brad Mehldau…También estudio música que no me gusta, pero de la que aprendo técnicas instrumentales específicas.

Alrededor de 2004, animado por mi mujer, decidí grabar un disco con todos los temas que había compuesto por iniciativa propia hasta entonces y alguno más, que hice para la ocasión. Empezó siendo una idea pequeña y acabé llamando a 17 músicos. El disco se llamó El baile de los vencejos y tuvo una repercusión que no esperaba. Para la prensa, para el público (lo corroboran las ventas) y sobre todo para mi mismo. Lo más importante fue que pude llamarme a mi mismo compositor, a fuerza de escuchar a los demás llamármelo en entrevistas, etc. No lo tenía muy claro y aún hoy me siento intruso muchas veces. No menos importante fue que me di cuenta de todas mis carencias, de la importancia de una buena escritura… ¡Tenía que decirle a 17 magníficos músicos lo que tenían que hacer! Ya no se trataba de escribir un guión con la armonía y unos cuantos apuntes melódicos… Venían de mundos distintos. Jazz, clásica, rock… Desde aquí, agradezco a todos su paciencia. Algunos se quedaron para siempre en mi vida como amigos y con todos me sigo relacionando. Muchos no quisieron cobrarme por darles la oportunidad de hacer algo distinto. Creo que más no se puede decir. El baile de los vencejos me dió muchas alegrías y una depresión.

«El baile de los vencejos tuvo una repercusión que no esperaba»

Es importante la escritura.

Sí. Todavía hoy no escribo maravillosamente, pero soy consciente y me preocupo mucho de hacerlo lo mejor posible. Mi hijo Andrés está estudiando piano en la Escuela de Música Creativa y con profes particulares. Siempre le repito: «Cuanto mejor leas y escribas música, más rápido aprenderás las cosas que te interesen».

¿Cómo compone?

Podría llamarse técnica mixta, haciendo un paralelismo con la pintura. Piano, papel pautado y ordenador como herramientas principales. Puedo saltar de una a otra con mucha facilidad. Son muchos años haciéndolo. No estoy seguro, pero creo que el primer ordenador que entró en los estudios de Prado del Rey era mío. ¡Un Atari y un Pro24! 

Ahora mismo vengo de hacer ejercicio y casi siempre que camino o corro las ideas son musicales. Pienso mucho y también fantaseo sobre lo que estoy haciendo. Normalmente ando deambulando por el piano, buscando que algo me satisfaga. Puede ser una fórmula rítmica, un pequeño motivo melódico que trabajo hasta que considere que tiene recorrido. A veces también busco con la cabeza un modo que me lleve a algún sitio y lo trabajo armónicamente. Todo esto sucede teniendo en mente ya la forma que va a tener el objeto musical y el o los instrumentos para los que estoy componiendo, claro. Cuando encuentro unos cuantos compases que me parecen interesantes, me pongo muy contento y a partir de ahí empiezo a sufrir -risas. Y también, a partir de ahí no sé muy bien lo que sucede. Desaparezco del mapa. Mi vida es solo esa obra que he emprendido. Se desdibujan un poco la familia, los amigos y los problemas cotidianos. Y aparecen otros problemas que en casa ya son conocidos como muros. Un muro no es más que un impedimento para continuar. A veces necesito alejarme un poco de la obra y verla desde otro ángulo para salvarlo. 

Hace ejercicio.

Comenzó como algo necesario para la hipertensión y ahora es una rutina que echo de menos cuando me falta. Me levanto a las 6.30 más o menos. Sin despertador. A las 11 estoy ya cansado y hacer ejercicio me despeja, así que salgo a caminar y a correr. Cuando vuelvo, me pego una ducha y me quedo como nuevo. Me gusta comer y beber y tengo que compensarlo -risas. 

¿Qué vino tras El baile de los vencejos?

Para que quede ordenada cronológicamente mi discografía tengo que hablar antes del anterior trabajo. Me encargaron en BRB Internacional, una productora grande, un disco sobre un personaje infantil muy conocido, Teo. Me dieron un presupuesto razonable para la producción pero, como siempre, había prisa. Tenía que componer 12 canciones de temática infantil y mezclarlo y masterizarlo en tres meses. Creo que quedó un gran trabajo que gustó y gusta prácticamente a todos los niños. 

Me he acordado de Teo porque fue una gran paliza para el cuerpo y la mente y con El baile de los vencejos ocurrió exactamente lo mismo, pero el esfuerzo fue mayor y más prolongado en el tiempo. Una vez terminado, y después de la promoción, de comprobar como los medios prestaban una atención no esperada y de la ilusión de ver que se escuchaba mucho en los países escandinavos, surgió algo con lo que no contaba: me propusieron hacerlo para orquesta, a través de un proyecto parala inauguración del Museo de la Evolución de Atapuerca, con la Sinfónica de Castilla y León. 

Siempre me había imaginado esa música con una orquesta. Para no extenderme, el asunto no salió, después de estar bastante avanzado el proyecto y yo caí en un agujero. Así que para contestar a su pregunta después de esta larguísima introducción, después de Los vencejos vino una depresión. Pasé una buena temporada tratándome bien. Después vinieron dos discos más para niños. Uno para las tiendas Imaginarium y el otro para nuestra productora. Nanas & Lullabies, se llama. Con este, disfruté mucho… Sin prisas. Toqué todo en mi estudio: piano, muestras, sintes, percusión de los instrumentos que tengo repartidos por mi casa, guitarra…en fin, una gozada. Y creo que se nota.

En 2012 escribí Retrato de mi madre para chelo y piano. Me presenté por primera vez a un concurso de composición en la Franz Liszt Foundation. Me respondieron diciendo que había ganado. Se estrenó en Turín. Me hizo mucha ilusión, pero no me he vuelto a presentar a ninguno, no me pregunte por qué.

Hábleme de su relación con el pianista Miguel Baselga

Nos hemos hecho grandes amigos. Cuando le conocí, me dijo que le gustaba mucho El baile de los vencejos y que llevaba el disco en la guantera del coche. Me dijo: «Tenemos que hacer un disco», y empecé a componer lo que serían los Cinco cuentos lidios. También me puso una condición: «Me haces un tema y si no me gusta, abortamos». Siempre somos muy sinceros el uno con el otro. Miguel se encontró con un compositor más difícil de interpretar de lo que se imaginaba. Siempre dice «Comesaña no se lee a primera vista». Estuvo seis meses estudiando las partituras. Cuando llegó al estudio, con su banqueta a cuestas, se los sabía. Los vídeos que hay en youtube son de una toma y para el disco la edición fue mínima. Se grabó en un día. Creo que con eso está dicho todo. Bueno, no. Los dos estamos encantados con el trabajo. No hace falta que lo diga, pero Miguel es un pianista excepcional.

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«Después de Los vencejos vino una depresión»

«Con mis Cinco cuentos lídios, Miguel Baselga se encontró con un compositor más difícil de interpretar de lo que se imaginaba»

Su obra también llamó la atención del pianista español Josu de Solaun

Sí, mi relación con Josu viene precisamente de Los cinco cuentos lidios grabados por Miguel Baselga. Josu de Solaun vivía entonces en EEUU y un día le hice llegar las partituras. Para mi sorpresa, me contestó muy rápido y me dijo que las iba a aprender. Nos conocimos en Madrid, con motivo de la presentación de su disco con la obra completa para piano de George Enescu - una maravillla, por cierto -. Después de varios encuentros en conciertos suyos me dijo que quería hacer un disco con mi música.

Y llegó la pandemia y ese estado emocional inexplorado. Un día, me fijé en una pequeña chimenea que tengo enfrente del estudio y me sugirió un impromptu; después de retocarlo, tenía un tema sencillo que creí interesante para unas variaciones, ese momento del que te hablaba antes en el que me pongo muy contento, y me puse a escribirlas con Josu como dedicatario. La respuesta fue rápida y maravillosa: «Escríbeme algo más y hacemos un disco», así que estuve año y medio enviándole nuevo material y manteniendo unas conversaciones telefónicas muy emocionantes e instructivas con él. Un privilegio, Josu es un músico descomunal. 

Ese «algo más» que me pidió para completar se llama Atlántica y es una sonata para piano en tres movimientos. Antes me preguntabas que cómo compongo. En la página 2 de la partitura de Atlántica puse una frase antes de haber escrito una sola nota: «Como el mar, siempre igual, siempre distinto». Ese fue el motor principal. Cuando salía a caminar por las mañanas le daba vueltas y vueltas para ver como podía plasmar eso en el papel.

¿Cuándo se grabará el disco?

Creo que para primavera, pero es él quien decide. A Variaciones sobre un tema recurrente y Atlántica, se suman los Cinco cuentos lidios, que también va a grabar, y un tema que hice en el verano de 2021 por encargo del pianista Pablo Galdo para el festival internacional de piano de Vigo. No pude decir que no. Tenía covid y me interrumpía el trabajo en Atlántica, ¡pero era Vigo! Se titula O Aturuxo. Así que todas esas obras juntas son las que aparecerán en el disco de Josu de Solaun. Que un pianista como él haga un disco con mi música es un orgullo inmenso. Estoy emocionado y un poco ansioso -risas.

Manuel Comesaña

«Estoy emocionado y un poco ansioso por el disco que Josu de Solaun grabará con mi música»

«En la página 2 de la partitura de Atlántica puse una frase antes de haber escrito una sola nota: "Como el mar, siempre igual, siempre distinto"»

Hábleme de su faceta periodística en El Pentagrama de Comesaña, que podemos oír los sábados por la mañana en EsRadio.

Creo que fue por 2010 cuando Pedro Madera, director del cultural de fin de semana, me llamó para hacer la sección de música. Estuve 2 o 3 años que me sirvieron para familiarizarme con el medio, hablando de pop y rock… Ya en 2020 me volvió a llamar Elia Rodríguez, a quien seguimos echando de menos. Elia había estudiado música y quería que yo marcara la línea de la sección y así sigue siendo con María Díez Rovira, que es la actual directora. Poco a poco, el programa ha ido adquiriendo un formato que ha llegado a un entendimiento perfecto entre todas las partes. Los jefes están contentos porque hay publicidad, el público ha crecido y sigue creciendo ostensiblemente porque encuentra cosas que no se escuchan en otra parte y yo estoy encantado de poder dar una visión de la música y los músicos que no es habitual en medios generalistas. Un sábado tenemos a Jeff Beck y otro a Gershwin, hacemos entrevistas con gente que me parece interesante y normalmente comento las canciones con un poquito de teoría musical, técnicas instrumentales o de producción. Nos lo pasamos bien todos. Tiene que haber un contrapeso a tanta frivolidad.

Ha sido muy comentada la situación que se dio entre usted y la Asociación de Compositores de Madrid.

En realidad, solicité mi ingreso como una forma de obligarme a escribir una obra cada año para estrenar en el COMA. Esa es la verdad. Yo funciono mejor por encargos. La cuestión es tan ridícula que casi da vergüenza contarla. No me admitieron por una cuestión de animadversión personal por parte de alguien que, curiosamente, no me conoce personalmente pero que debe tener mucha mano en la junta. Como ves, entramos en el terreno de la parapsicología. El resto de la junta fue «dócil» y se abstuvo. Pedí una explicación y no me han contestado. Los compositores que la forman, callados, salvo honrosísimas excepciones. Sé también que pidieron que no se me contestara en redes sociales.

Por el contrario, asociaciones de otras comunidades me invitaron a entrar, muchos intérpretes que no me conocían, empezaron a interesarse por mi obra y vosotros, lo publicasteis en vuestra revista lo que hizo que tuviera una gran repercusión. En realidad, como se puede ver, fueron muy torpes. Al final se ha convertido en una anécdota, en unas risas tomando un vino con los amigos.

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«No me admitieron en la Asociación de Compositores de Madrid por una cuestión de animadversión personal»

¿Tiene usted esperanza en que mejore el mundo de la «música clásica»?

Primero haría un diagnóstico para la música que viene de la tradición, se transmite por la escritura y es de una zona geográfica que se llama Europa. Si la acotamos así, esa música tiene el mismo futuro que las catedrales, los museos y las bibliotecas. Tendrá que ser apoyada por el Estado. Los auditorios seguirán programándola de vez en cuando y habrá público interesado en escucharla. ¿Cómo vamos a dejar que desaparezca?

Si añadimos la variable tiempo, creo que hay consenso en identificar dos ramas principales que salen del tronco, en el siglo XX. Una respeta la tradición y añade nuevos elementos rítmicos y armónicos. Estoy hablando de Ravel, Stravinsky, Prokofiev, Barber…y otra rompe con todo y experimenta. Y hablamos de Schoenberg, Cage, Stockhausen…creo que Ligeti es fruto de las dos ramas. Y los minimalistas… Siempre me ha chocado que se les incluya en la clásica, la verdad.

Y llegamos al siglo XXI. En la serie de compositores que son faros del siglo XX se puede observar fácilmente que el factor geográfico ya no es el mismo. Hubo un intercambio musical decisivo entre Europa y el resto del mundo. Muchísimos músicos europeos vivieron, al menos una larga temporada, en Estados Unidos, por las guerras y por otros factores. Y un fenómeno muy importante que hay que tener en cuenta: el blues, el jazz que contienen también el espíritu africano. Esta música también rompe con las convenciones rítmicas, melódicas y armónicas de la música europea y se está mezclando desde hace ya mucho tiempo con la «clásica». Y lo curioso del asunto es que, de las dos ramas del siglo XX, la que mejor incorporó la música de la joven américa fue la de Ravel y Stravinsky; la que no experimentaba.

Público melómano hay el que hay. Gente que le interese la música de verdad hay poca: entre un 3 y un 5 por ciento de la población. En los conciertos de jazz que se hacen en el festival de Madrid, por poner un ejemplo cercano, se paga entre 20 y 30 euros y se llenan, con artistas españoles, teatros de 400 personas. Eso es lo que tendríamos que conseguir para la música clásica actual. 

Hace poco estuve en el ADDA de Alicante, escuchando la Novena de Beethoven dirigida por Josep Vicent. Con los mismos músicos tienes arreglos orquestales para hacer My spanish heart de Chick Corea, Scriabin, John Adams, Stravinsky… Lo que yo vi allí es algo muy atractivo para la gente. El auditorio estaba totalmente lleno y en el escenario había un decorado maravilloso. La imagen en redes es fantástica… Ese es el camino.

EEUU marca la pauta

Yo no lo dudo. La música siempre ha florecido a la sombra de las potencias económicas. Un compositor tiene que nutrirse de todo lo que ha pasado y de lo que está pasando. La «música negra» ha sucedido y no es algo regional, sino que te invade. A mi me da mucha pena cuando veo los ganadores de concursos de jóvenes compositores… con leer el título de la obra ya sabes que han sido secuestrados por el sistema educativo. Alemania y Francia están más cerca e intentan, con becas, seguir manteniendo su poder musical. Se está haciendo música muy interesante y más cercana a la tradición europea en los países nórdicos, repúblicas bálticas, países eslavos…pero Estados Unidos es el sitio donde es posible reunir a artistas con voces muy diferentes y crear una nueva estética.

¿La denominada música atonal está muerta?

Perdóneme, pero soy gallego… ¿Existe la música sin público? Resiste con respiración asistida, es decir, subvenciones. Es algo que me cuesta entender. Me parece muy bien que en el ámbito académico se promueva la investigación. Yo me aprovecho de esas obras que, realmente, son ensayos sobre las posibilidades tímbricas de un instrumento, etc. Pero que se presente al público como la música contemporánea, de entrada, es un engaño. Y ya que se presente como corriente principal… 

Las antiguas y autodenominadas vanguardias son ya retaguardia. Veo muy pocos programas de conciertos en los que se exponga esta música y no sea gratis. Ha pasado suficiente tiempo y en los auditorios no están. Como mucho se cuela una pieza entre obras conocidas. ¿Quiénes van a los festivales de ese tipo de música? Familiares y amigos de los músicos. ¿Quién escucha en casa música atonal? El ruído de la aspiradora, como mucho… Se ha convertido en una serie de creencias de carácter indiscutible, es decir un dogma. Y tiene sus guardianes, a veces en puestos determinantes.

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