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Crítica: Manuel Guillén en el Festival de Música Contemporánea [COMA] 2019

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Autor: David Santana
11 de septiembre de 2019

Cenobitas

   Por David Santana / @DSantanaHL
Madrid. 8-IX-2019. Teatros del Canal. Sala Verde. Festival de Música Contemporánea de Madrid. Manuel Guillén, violín. Página de Carmelo Bernaola,  ViolinoSubito de Olivia Carrión, Radici de Bernardino Cerrato, Un templo para Isis de Alicia Díaz de la Fuente, Ligero y Magenta de Ramón Paús y Díptico de Antón García Abril.

   Tras el verano toca volver a ponerse manos a la obra, echar la máquina cultural a caminar y, ¿qué mejor que un festival cómo el de Música Contemporánea de Madrid? Este ciclo que comenzó el pasado 8 de septiembre y se extenderá hasta bien entrado noviembre con multitud de conciertos en diferentes salas de de todo Madrid es una excelente forma de tomarle el pulso a nuestra comunidad creativa, y, en este aspecto, la abreviatura que han escogido para el festival: «COMA’19» es ideal.


   ¿Y por qué opino que la situación de la música contemporánea en nuestra comunidad –y sinceramente, creo que también es extrapolable a la gran mayoría del territorio español– es comatosa? Pues, en primer lugar, porque sí, tiene pulso. La calidad de las obras que pudimos escuchar de la mano del maestro del violín Manuel Guillén fue excelente. Lo que demuestra que tenemos compositores con una gran cantidad de recursos como Ramón Paús, que a partir de una célula de dos intervalos es capaz de desarrollar toda una obra como Ligero y magenta que resultó sumamente interesante. También nuestros compositores dieron muestras de una gran capacidad creativa con obras con efectos muy originales que explotaban la sonoridad del violín, me refiero a Radici o Un templo para Isis. En el caso de la obra de Olivia Carrión, Violino Súbito, lo que se demuestra es un conocimiento excepcional del violín creando una obra extremadamente compleja solo a la altura de grandes intérpretes como Manuel Guillén que supo, sin despeinarse, transmitir toda la elegancia y brillantez de Violino Súbito. Y de genios como Carmelo Bernaola o Antón García Abril, ¿qué puedo decir yo que no se haya dicho ya? Tal vez Página no sea la obra más interesante de Bernaola, pero sí muestra una curiosa divergencia entre los pasajes a doble cuerda y los pizzicatos. Y Díptico tiene esa sonoridad con sello «García Abril» que cualquier amante de la música contemporánea sabe distinguir y que, de algún modo, está ligada intrínsecamente a la sonoridad española, si es que podemos hablar de algo así, ustedes dirán.

   Pero, ¿por qué entonces insisto en que la música contemporánea está en coma? Pues miren, sus signos vitales son buenos, estables, incluso se podrían tomar por los de un género que goce de buena salud, excepto por una pequeña cuestión: es incapaz de establecer ningún tipo de comunicación con el mundo exterior. Usted, como espectador, puede visitarlo, pero no espere que le salude, que le cuente qué tal está o qué, si le habla, le dé señales de que le está escuchando, no. No sé exactamente a qué se debe este coma, sin duda inducido, pero tengo mi teoría para, como colofón de la crítica hacerles pensar.


   Y mi teoría tiene que ver con la nula necesidad de los compositores de vender sus obras, ¿por qué? Porque de eso se encarga “papá Estado”. Pero claro, olvidamos que el Estado no es un buen padre, que está repleto de economistas que, donde unos ven arte o cultura, ellos sólo ven cifras seguidas del símbolo “€”. Y, ¡sorpresa! La cultura no da beneficios en un plazo de cuatro años –que es el tiempo que hay entre elección y elección– así que vamos a hacerlo lo más barato posible para cumplir y ya está. Y claro, llega el espectador medio, ese héroe anónimo que sacrifica una o dos horas de su fin de semana para culturizarse un poco y se encuentra sin un programa de mano, sin saber qué va a escuchar o qué importancia tiene o qué es la Asociación Madrileña de Compositores y para qué sirve –lo cual yo tampoco sé– o que Antón García Abril es la misma persona que puso música a la mítica introducción de El hombre y la tierra. Ni una triste charla, conferencia o mesa redonda, ni una entrevista, ni unas palabras de esos compositores madrileños que se asocian con el único fin de aislarse del común de la sociedad, vamos, como los antiguos cenobitas.

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