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Crítica: Marc Soustrot dirige la «Sinfonía nº 3» de Mahler con la Sinfónica de Sevilla

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Autor: Álvaro Cabezas
25 de junio de 2023

Crítica del concierto de Marc Soustrot dirigiendo la Sinfonía nº 3 de Mahler con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla

Sinfónica de Sevilla

Ausencia, revancha, justicia y reencuentro musical 

Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 23-6-2023. Escolanía de Los Palacios; Coro femenino del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Astrid Nordstad, mezzosoprano. Marc Soustrot, director. Programa: Tercera sinfonía en re menor de Gustav Mahler.

   Anteayer volví a escuchar la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla tras cuatro meses de ausencia de los escenarios en los que ha pasado absolutamente de todo. Si enumeramos sucintamente los hechos habríamos de decir que ha habido una huelga cuyas consecuencias han sido importantes para la organización y futura subsistencia de la formación y decisiva para los músicos a la hora de mejorar sus condiciones laborales, semanas de ignorancia deliberada por parte de los responsables públicos con respecto a las reivindicaciones de los músicos, momentos de dura negociación tostada por dos hechos que dinamitaron las previsiones iniciales: la áulica presentación de la próxima temporada del Teatro de la Maestranza y la intención de sus responsables de hacer gravitar las funciones de Tosca sobre los hombros de la débil Orquesta Bética de Cámara y, para llegar al colmo de la desesperación cultural, la aparición de las funestas noticias en la mañana de la puesta de largo de la temporada 2023/2024 de la ROSS sobre el que, hasta el mes pasado, había sido máximo responsable de sus designios. «A la orquesta parece que le ha mirado un tuerto», dijo alguien antes de comenzar el acto de presentación en la sala Manuel García el pasado jueves.

   Sin embargo, ahí no quedó la cosa, ya de la mesa que compartían el director titular y artístico, Marc Soustrot, el consejero de Turismo, Cultura y Deporte, Arturo Bernal, y la gerente interina, María Marí-Pérez, parecía desprenderse un gélido vientecillo que refrescaba, con su glacial presencia, a los asistentes. De la próxima temporada se habló poco, solo para cosechar el sincero lamento del maestro de que no era la que él había diseñado en un principio, sino que, por razones presupuestarias, había tenido que prescindir de su intención de completar los ciclos de Tchaikovsky, Schubert, Schumann o Mahler y, como alternativa, idear una «temporada de repertorio» en la que él dirigirá siete de los doce programas del abono sinfónico en la que sería su tercera y última temporada al frente de la orquesta si no se produce la ansiada renovación contractual. Sobre la que está a punto de terminar solo hubo reproches en francés para el consejero y la gerente: fueron los problemas organizativos y presupuestarios los que hicieron naufragar el festival sinfónico de Beethoven y no la falta de rendimiento de la orquesta como se anunció en una nota de prensa, las tensas relaciones y falta de adecuación o de agenda con el Teatro para la colocación de los programas de la ROSS en el calendario cultural, la pretensión de ofrecer óperas en concierto en algunos de estos programas, la necesidad de una adecuada sala de ensayos y el conjunto de reivindicaciones reclamadas por los músicos, incluyendo el espinoso asunto de las vacantes y sustituciones, en los meses previos. La gerente, bajo la incómoda mirada del consejero, respondió echando balones fuera y repartiendo culpas hasta para el arquitecto del recinto, presente en la sala, ya que, claro, "no había previsto determinados espacios", pareciendo olvidar la gran reforma acometida entre 2005 y 2007 que permitió simultanear espectáculos –por ejemplo, conciertos de la orquesta en los días alternos de la temporada operística–, pero, pareció, que lo más importante era salvar la cara ante el responsable político y los periodistas que estaban allí, más preocupados por las investigaciones sobre el anterior gerente que por la recuperación artística de la Sinfónica a lomos de una temporada de circunstancias que pueda alejarla del precipicio de la disolución entrevisto más de una vez en tiempos recientes. Los músicos tenían ganas de que lo que se escuchara sobre la orquesta fuese música y no ruido y por eso querían reencontrarse con su público apoyándose en una obra inconmensurable como la Tercera sinfonía de Mahler.

Sinfónica de Sevilla

   El reencuentro no pudo ser más apasionante. Para empezar, en la noche del viernes el público, ciertamente renovado durante el mandato de Pedro Vázquez, recibió a la orquesta con encendidas palmas que duraron más de un minuto y aplaudió, más por emoción que por conocimiento de la obra, cada uno de los movimientos tras los que hubo una pausa. También el maestro –que, con una humildad inédita en su gremio profesional, afirmó no ser especialista en música francesa (!), demostró serlo, una vez más, en el repertorio austroalemán–, fue recibido con mucho cariño y encaró, con la naturalidad y sosiego de siempre, una sinfonía gigantesca en sus dimensiones y pretensión. La orquesta demostró, otra vez, que es una formación muy capaz y que, con un maestro delante que la inspire, puede conseguir maravillas como la de ayer. Con un concepto que puede ser discutido –pero que con solvencia reunió la rusticidad propia de Mahler con la sensiblería y decandentismo en el que se recreaba con frecuencia–, Soustrot demostró que cuando mejor hablan los músicos es cuando tocan, que las más altas reivindicaciones se entienden cuando la música suena y logra emocionar, cuando el trabajo artístico se atesora como un bien a proteger y, por último, cuando la vida cotidiana, los recuerdos de la niñez, las urgencias de la juventud y los anhelos de la madurez se subliman con una música que fue calificada por Gorbachov como «la banda sonora de nuestra vida». A todo ello se unía el resalte de la particularidad, ya que la 3ª de Mahler es una obra que, por sus requerimientos y exigencia –extensa formación musical con aumentos de percusión y otros efectos como el del posthorn, coro femenino, coro de niños y contralto–, se programa en muy pocas ocasiones. 

   Si pretendiera analizar cada uno de los movimientos, solo podría decir que el larguísimo inicial (Kraftig. Enstschieden) me pareció campestre y robusto, aunque quizá un tanto deslavazado en su diseño, con importantes intervenciones por secciones (¡esos metales!), pero también de las dos Saras de la orquesta, que siempre dejan un regusto sabroso y sólido, pero, sobre todo, de percusionistas como Iñaki Martín, que ayer tuvo que hacer de todo para crear determinados efectos sonoros. Mahler parece reunir aquí todo el mundo musical callejero de Viena y de la naturaleza en los veranos de Maiernigg y con ese redoble de tambor que parodia el inicio de la Marcha Radetzky cerrar un ciclo terrenal y abrir otro visionario y celestial a continuación. Quizá el segundo movimiento (Tempo di Minuetto), fuera lo menos destacado de la interpretación, por cierta ramplonería o exceso de sensibilidad. Sin embargo, lo mejor vino con los últimos, encadenados todos ellos y ya con la presencia de la contralto, el coro femenino y el de niños en un escenario en el que no cabía un alma. El scherzo fue absolutamente mahleriano, Soustrot pareció olvidarse un tanto de seguir la partitura y, echando mano de su fogosa técnica de batuta (no la llevaba), se paseó por el podio, matizó los volúmenes y paladeó con los violonchelos y contrabajos. Fue muy destacable la larguísima intervención desde fuera del escenario de José Forte con el posthorn, que, sobre la melodía de las cuerdas, parecía ambientar la sala con el vago olor del incienso después de misa. La destacada intervención coral (tan de coro de iglesia, tan de Los maestros cantores de Wagner) y solística de Astrid Nordstad no defraudó, especialmente por su rotunda y bella voz desgranando la parte más mística y nazarina por galdosiana de la obra: la de la emergencia natural del hombre y su relación con la naturaleza, tan relacionable con la intervención de Erda en El oro del Rin y en Sigfrido. Soustrot estaba absolutamente concentrado, pero no dominó aquí tanto la orquesta, ya que esta tomó por sí sola el camino de las transiciones y las dinámicas, que no fueron siempre limpias ni perfectas, incluso hubo algún desajuste en los que habían resultado esmaltados metales del primer movimiento y el finale, lentísimo, parecía reunir, tambaleándose, toda la tradición anterior a Mahler. Aunque no contentase a todos por falta de garra, sí tuvo su exceso decibélico correspondiente en un crescendo apoteósico que hizo saltar al público de sus asientos para aplaudir, durante cerca de diez minutos, el trabajo de una formación que, tras la crisis, renacía como el Ave Fénix prometiendo cultura y esperanza para el futuro.

   Queda claro con la interpretación de este Mahler que tanto gusta en Sevilla que la orquesta está a un nivel muy alto –no obstante, no dejó de ensayar durante la huelga–, y que, desde luego, la falta de rendimiento no fue, como ya se ha aclarado, la causa de la cancelación del Festival Beethoven. Vencedores parciales o esperanzados lo más, los músicos de la Sinfónica tras la huelga, decidido a continuar el maestro con la que considera "una de las mejores orquestas de España y el mundo" (así la calificó en la rueda de prensa), es necesario, más que nunca, que se limpie la casa o equipo operativo, como se denomina en el librito de temporada, se revisen viejas inercias, se reanuden las conferencias preconcierto, cojan peso los exiguos programas de mano, se renueven las ilusiones y los activos, se dejen atrás los pasivos y se consiga establecer un hueco (o nicho de mercado) en medio de la que parece va a ser la temporada más redonda del Teatro desde la Expo'92 y en la vorágine de una ciudad que ofrece innumerables atractivos culturales, sobre todo para los turistas. Más que con cualquier campaña de marketing se consigue rematando bien la presente temporada con conciertos como este y como el que se prepara para la semana que viene; se fideliza y se premia al público espectador ofreciendo calidad, entusiasmo y el disfrute de escuchar en directo un Mahler colosal, rudo y excesivo como el que ayer flotó en el Teatro de la Maestranza por parte de una Real Orquesta Sinfónica de Sevilla que, en medio del ruido, mira al futuro con la rabia y el compromiso que mayores frutos procura a la creación artística.

Fotografías: Marina Casanova

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