Crítica del concierto inaugural de la temporada 2023-24 de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, bajo la dirección musical de Marc Soustrot
Arranque de temporada a la francesa
Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 13-10-2023. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla; Marc Soustrot, director. Programa: La bella muchacha de Perth (escenas bohemias) de Georges Bizet; Danza macabra, op. 40 de Camille Saint-Saëns; Mi madre la oca de Maurice Ravel; Las bodas de la Torre Eiffel (selección) de Francis Poulenc; y Tercera sinfonía en do menor, op. 78 «Sinfonía para órgano» de Camille Saint-Saëns.
Es muy probable que se recuerde como dorada esta «etapa francesa» por la que atraviesa la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla de la mano de su director honorario (Michel Plasson, que el pasado 2 de octubre cumplió 90 años ante la indiferencia de los medios oficiales de la orquesta) y del titular y artístico Marc Soustrot. Así como se recuerda la fase centroeuropea y de reiterado coqueteo con la entartete musik de Halffter y la de las extravagancias destinadas a guiris de Axelrod, esta época afrancesada quedará, a buen seguro, por encima de las polémicas y las crisis sufridas gracias a su calidad interpretativa e interés musicológico. Efectivamente, la selección de obras propuesta por Soustrot para abrir la temporada nos brindaba la oportunidad de conocer piezas poco frecuentes en los repertorios habituales como las debidas a Poulenc en Las bodas de la Torre Eiffel o las escenas bohemias de La bella muchacha de Perth de Bizet. Conocedor absoluto del estilo, del color, del ambiente y del medio artístico en el que fueron creadas, director y orquesta las interpretaron confiada y obedientemente, respectivamente, demostrando así que el dominio de la partitura y el alarde técnico del que eran capaces resultaba más importante que las escasas cualidades y aportaciones musicales de estas obras.
Caso distinto fue Mi madre la oca de Ravel, seguramente el culmen de todo el concierto de ayer. Soustrot, con sus maneras elegantes, consiguió poner en pie una obra llena de fantasía y tan transparente que dejaba entrever el entourage compositivo de la época (Stravinsky) y la proyección al futuro (Messiaen). El sonido que proporcionó la orquesta fue bellísimo, las intervenciones solistas bastante buenas y se consiguieron determinados momentos de encantamiento e inequívoca evocación. También parece interesante que se interpretara la versión orquestal de la partitura original a piano, pues quizá se consideró que la versión ampliada por Ravel para el ulterior ballet resultara demasiado larga para una velada musical que contó con cinco composiciones distintas que tenían el denominador común del origen francés de sus autores.
En cualquier caso, parece que a la hora de conformar este programa misceláneo, se quiso acompañar con obras menores la que fue la piedra de toque de todo el concierto: la Tercera sinfonía de Saint-Saëns, compositor que ya tuvo su adelanto en la primera parte con una Danza macabra más correcta que arrojada o impactante. La sinfonía para órgano de este versátil artista es bien conocida por el público y ha sido interpretada por la Sinfónica en muchas ocasiones. No creo que la de ayer vaya a revelarse memorable por una serie de problemas técnicos que se sucedieron en todo el primer movimiento, por un lado, y en el caótico rebujo conclusivo, por otro. Soustrot, que se había mostrado en las piezas anteriores contenido y excesivamente elegante, quiso extraer aquí los colores franceses de los atriles potenciando las distintas secciones de la orquesta –intervenciones de los vientos, de las cuerdas y, por supuesto, de la percusión, del piano y del órgano–, para añadir sabor a una obra que, por momentos, no se presenta del todo clara y decidida. Algo que no ayudó a mantener la línea melódica con belleza fue la amplificación del sonido del órgano en el segundo y cuarto movimiento ya que –desconozco las razones–, en ocasiones hacía su aparición con un volumen muy alto y poco agradable y otras era tapado por la orquesta.
Mención aparte merece el escaso público que asistió a este concierto y, según varios testimonios, también al del día anterior. La presente temporada ha sido inaugurada hace dos semanas en el Teatro de la Maestranza con las fabulosas tres representaciones de Tristán e Isolda. En el transcurso de la Feria de San Miguel, de las carreras nocturnas y de los eventos sevillanos que se dieron cita como cada inicio de curso, el coliseo sevillano consiguió rozar el lleno en esas ocasiones con la puesta en escena de una ópera especialmente compleja y de larga duración. Sin embargo, pocos días más tarde, la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla inicia sus programas de abono nada menos que en un puente festivo y ocupando, una vez más, los huecos libres dejados por el Maestranza. Lo hace, además, con un programa asequible, interesante y hermoso para los amantes de la música francesa. Después de meses de huelga y justo cuando se retoma la actividad artística con nuevos bríos y renovadas esperanzas en alcanzar la excelencia musical, no está de más recordar que la contribución del sostenimiento de la Sinfónica no es sólo responsabilidad de los gestores culturales y políticos, sino, sobre todo, de un público que parece tiene algunas dificultades para llegar y permanecer en el centro de Sevilla y que se encuentra desorientado entre tantos estímulos ciudadanos. La siguiente cita será la semana que viene con un programa compuesto por obras austriacas y rusas y hasta con solista invitada. Veremos entonces si este problema de recepción de público es simplemente algo coyuntural o más bien síntoma de algo mucho más grave.
Fotografías: Marina Casanova
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