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Crítica: Marin Alsop lidera el regreso a Viena de Leonard Bernstein en olor de Multitudes

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
4 de febrero de 2024

Crítica de Pedro J. Lapeña Rey del concierto de Marin Alsop y David Fray con la Orquesta Sinfónica de la Radio ORF de Viena en el Musikverein y de Candide en el Theater an der Wien

«Candide» de Bernstein en Viena, dirigido por Marin Alsop

La «ola Bernstein» vuelve a barrer Viena


Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena. Musikverein. 24-I-2024. Ciclo de abono de la Orquesta Sinfónica de la Radio ORF de Viena. Piano: David Fray. Directora musical: Marin Alsop. Obertura de Candide y Sinfonía nº 2, “la edad de la ansiedad” de Leonard Bernstein. Sinfonía nº 5 de Dmitri Shostakovich.

Viena. Halle E del barrio de los museos. 30-I-2023. Candide (Leonard Bernstein / Richard Wilbur). Vincent Glander (Narrador), Matthew Newlin (Candide), Nikola Hillebrand (Cunegunda), James Newby (Maximiliano/Zar Iván), Ben McAteer (Dr. Pangloss/Martin), Helene Schneiderman (la vieja señora), Tatiana Kuryatnikova (Paquette), Lina Lottes (Cacambo), Mark Milhofer (el gran inquisidor/el capitán/el gobernador/Vanderdendur/Ragotski). Orquesta Sinfónica de la Radio ORF de Viena. Dirección Musical: Marin Alsop. Dirección de escena: Lydia Steier.

   En la tumultuosa vida de Leonard Bernstein, Viena fue un refugio. En Nueva York estaba perennemente en el candelero, por una cosa y por la contraria. Una fama y una presencia continua en los escenarios, en los templos de moda y en los medios de comunicación, muchas veces buscada, pero que cuando llevas en ella durante tiempo inmemorial puede terminar por cansar. En Viena, a pesar de su enorme popularidad y de lo que significó la llamada «ola Bernstein», podía pasear tranquilamente por la calle, entrar en cualquier café, comer en un heurigen como cualquier vienés, y luego ir a la Opera o al Musikverein sin que nadie le molestara. Para él fue un oasis de relax y de tranquilidad. 

   Aunque esto fue así desde mediados de la década de los 60, su primer contacto con la ciudad no pudo tener peor comienzo. En una carta a Helene Coates, su secretaria, tras su gira europea de 1948, define Viena como «una ciudad chovinista, provinciana y nacionalista, convencida de que sólo los vieneses pueden hacer algo y de que todos los americanos son tontos». En esas semanas, crecieron sus prejuicios hacia Alemania y Austria, países nazis llenos de nazis. Tuvieron que pasar casi dos décadas, hasta 1966, para que estos se disiparan. Siguió el consejo de Solti, escuchó por fin los cantos de sirena que desde hacía varias temporadas le llegaban desde aquí, aceptó la oferta de la Ópera Estatal de Viena para dirigir Falstaff, y el resto es historia. Es posible que nada hubiera ocurrido si no hubiera estado de por medio el legendario Luchino Visconti, responsable de la dirección escénica. Había trabajado con él en la mítica Sonambula de La Scala con Maria Callas y rápidamente habían conectado.

«Candide» de Bernstein en Viena, dirigido por Marin Alsop

   Casi sesenta años después, una nueva «ola Bernstein» inunda Viena. La programación casi simultánea de sus dos óperas -u operetas o teatro musical o como queramos llamar a obras inclasificables- más célebres, Candide y West Side Story, la primera en el Theater an der Wien y la segunda en la Volksoper, con todo el papel vendido para todas las funciones, se han solapado con el concierto que Marin Alsop y “su” Orquesta Sinfónica de la Radio ORF de Viena ha dedicado a su segunda sinfonía. Del West Side Story nos ocuparemos en unas semanas. Ahora es el momento de Candide y del concierto.

   Su Segunda sinfonía The age of anxiety está basada en el poema del mismo nombre del inglés Wystan H. Auden, en el que tres hombres y una mujer deliberan en un bar neoyorquino sobre la inquietud y la ansiedad. Compuesta entre 1948 y 1949 y dedicada a Serge Koussevitzky, sus continuos diálogos y reflexiones tienen su reflejo en los instrumentos de la orquesta y el piano. La partitura de este, farragosa y compleja de principio a fin, trata de mostrarnos el nivel de virtuosismo lingüístico del poema de Auden. El pianista francés David Fray, de técnica excelente, articulación cristalina y poderosa, y expresión rica en matices, fue un intérprete ideal. Marin Alsop, discípula de Lenny, exhibió su magisterio en esta obra que ha dirigido en innumerables ocasiones. Garantizó los distintos estados de ánimo por los que atraviesan los personajes, fraseó de manera intensa y musical, y extrajo de la orquesta -hoy en particular excelente toda la sección de maderas- un sonido brillante. La conexión Fray-Alsop, modélica toda la velada, alcanzó su cima en The masque y en un precioso epilogo cincelado por los dos. El francés respondió a los muchos aplausos con un precioso impromptu schubertiano.

   El concierto, sin embargo, había comenzado con algo extraño. La Obertura de Candide había sido algo pausada comparada con las que nos ha ofrecido Alsop en un par de ocasiones anteriores, centelleante y vivacísima. Días después, cuando estaba sentado en el Halle E del barrio de los museos -a la remodelación del An der Wien aun le quedan algunos meses-, la obertura siguió los mismos parámetros, hasta que durante la función lo entendí. Alsop, que trabajó directamente con Bernstein desde el verano de 1989 en Tangelwood hasta la muerte del compositor, la dio el tempo con el que Candide y Cunegunda cantan el Oh, Happy We o ésta última el famoso Glitter and Be Gay. En vez de buscar el virtuosismo de la obertura, cuidó la unidad estructural de la obra. Y esa fue la característica principal de su lectura. Un remanso de paz en medio de la vorágine de la puesta en escena. Alsop se olvidó de los orígenes de la partitura para Broadway -más alocada y explosiva- y se centró en la elegancia melódica y en la riqueza armónica. Nos garantizó el swing de la partitura, pero sin olvidarse de los valses, la gavota, la barcarola y los estupendos coros. Exprimió la calidad de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Viena, ágil y brillante durante toda la velada, de la que sacó un sonido rico y pastoso de trazo muy fino, con una densidad no habitual en esta obra. ¿Ganamos o perdimos con su visión? Habrá opiniones para todos los gustos, pero para el que suscribe fue un redescubrimiento de la partitura, y no estuvo de mas algo de control en medio de la vorágine que nos planteó la directora de escena Lydia Steier, que de las distintas versiones de Candide, eligió la última bendecida por Bernstein y que él mismo dirigió en versión de concierto el año antes de su muerte en el Barbican Center con la Sinfónica de Londres. Los números musicales y la narración se hicieron en inglés, con los sobretítulos en alemán.

«Candide» de Bernstein en Viena, dirigido por Marin Alsop

   Sabemos que el germen de Candide está en Broadway. La obra es sarcástica, caustica y mordaz, y Bernstein compuso una opereta cómica con música ágil, brillante, pegadiza, con un nivel de inspiración ejemplar. El origen está en Voltaire y su enfrentamiento con el optimismo patológico de las teorías del filósofo y matemático alemán Gottfried Leibniz, que estaban en boga en la Europa de la época. «Si eliminamos todos los mundos malos y negativos, podremos vivir en el mejor de los mundos posibles». Y claro, para confirmarlo, a Candide le estalla la guerra de los siete años en Westfalia, sufre el terremoto de Lisboa, su amada Cunegunda trabaja de cortesana en París, la tiene que abandonar en Buenos Aires para hacerse rico en Eldorado, el barco en que retorna a Europa se hunde. En fin, una catástrofe tras otra que no parece que sea «el mejor de los mundos posibles». Si todo esto lo pasamos por la batidora de Lydia Steier, el nivel de descontrol y desenfreno rayó la locura. 

   Tuvimos una Westfalia inicial idílica pero todo el resto de las escenas, perfectamente conseguidas en la escenografía grandilocuente -en parte parodia de la gran ópera- de Momme Hinrichs y con el siempre colorido vestuario de Ursula Kudrna, rozan la locura incluso a veces con un dudoso gusto. Se remarcan todas las escenas eróticas. Cunegunda, tras ver como el Dr. Pangloss y Paquete yacen en el jardín, atrae a Candide en el Oh, Happy We agarrándole directamente del paquete. Cuando canta el aria Glitter and Be Gay en la cama del prostíbulo parisino con el arzobispo de País y un banquero rico, cada nota de la coloratura es producto del “apretón” de uno de los dos, e incluso al final de algún otro que se suma a la orgía. El gobernador de Buenos Aires se auto complace con un consolador anal mientras esnifa cocaína. En fin, como siempre en estos casos, no parece más que una manera gratuita de escandalizar a un público, que a estas alturas ya es difícilmente escandalizable. Por lo demás, y afortunadamente, Lydia Steier no enmienda la plana ni al compositor ni a los libretistas, ni en general se inventa ninguna historia paralela. Digamos que lleva las cosas al límite y la producción funciona bien. Además, la opción de dotar la obra de un narrador -excelente la prestación de un asombrado Vincent Glander que nos va relatando todo lo que ocurre con una mezcla de ironía e incredulidad-, da una gran agilidad a la producción. Y si Robert Carsen, en su producción de 2006 para el Théâtre du Châtelet en París, invitó a Toni Blair, a Vladimir Putin, a George Bush y a Silvio Berlusconi en bañadores con sus banderas a la escena de la barcarola de los reyes, aquí los invitados de Lydia Steier son Sadam Hussein, Kim Jong-Un y un Donald Trump que devora dinero en la escena posterior Money, money, money en el casino de Venecia. Con sus mas y con sus menos, y con toda su locura, la producción gustó mucho al respetable.

«Candide» de Bernstein en Viena, dirigido por Marin Alsop

   Vocalmente las cosas fueron discretas, aunque siempre dentro de un nivel de bastante dignidad. Escénicamente todo el reparto cumplió con creces. Ni las voces ni el canto de Matthew Newlin como Candide ni de Nikola Hillebrand como Cunegunda nos dijeron gran cosa, pero escénicamente bordaron sus respectivos papeles. El Sr. Newlin nos ganó con su ingenuidad e inocencia, casi siempre vestido con un traje rococó azul claro, mientras que la Sra. Hillebrand, siempre picarona y mostrando una ambición desmedida, le da la réplica. Tampoco destacó vocalmente la pareja mayor, pero tanto Helene Schneidermann como la vieja dama, como Ben McAteer como Pangloss aportaron una vena entre cómica y grotesca, llena de sarcasmo. Tatiana Kuryatnikova, en el breve papel de Paquette, mostró la mejor voz de la noche. Lina Lottes fue un sagaz y acerado Cacambo, mientras Mark Milhofer navegó como pudo entre sus cinco personajes. Una vez más fue un lujo contar con el Coro Arnold Schönberg, que a su versatilidad y buen hacer habitual, añadió una habilidad especial para cambiarse de ropa casi en cada escena, dado la profusión de vestuario.

   El veredicto del público, que llenó a reventar -y ha llenado todas las funciones-  fue mucho más benévolo y las ovaciones se repartieron de manera equitativa. Un triunfo en toda la regla. Y en unos días West Side Story en la Volksoper con llenos diarios en febrero y marzo. La «ola Bernstein» no se detiene.  

Fotos: Werner Kmetitsch

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