
Crítica de Nuria Blanco Álvarez de la ópera Marina, de Arrieta, en el Teatro Lírico Español de Oviedo, bajo la dirección musical de Óliver Díaz y escénica de Bárbara Lluch
Marino
Por Nuria Blanco Álvarez | @miladomusical
Oviedo. Teatro Campoamor. 12-VI-2025. Marina (Arrieta). Sabina Puértolas (Marina), Antonio Gandía (Jorge), David Menéndez (Roque), Luis Pérez Navarro (Pascual), José Manuel Díaz (Alberto), Teresa (María Zapata). Coro Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo”. Oviedo Filarmonía. Dirección musical: Óliver Díaz. Dirección de escena: Bárbara Lluch.
Cuando se cumplen 170 años del estreno de la zarzuela Marina y 154 de su versión operística, se sube esta última a las tablas del Teatro Campoamor en una nueva producción del Teatro de la Zarzuela a cargo de Bárbara Lluch, que ya tiene en Oviedo su segunda casa. La catalana centra la acción en un mismo espacio -creado por Daniel Bianco-, dividido en dos alturas -la misma idea que en su última producción sobre estas mismas tablas con la ópera La Regenta, pero ahora muchísimo más elegante y efectiva-, con el puerto de Lloret como protagonista, que en el segundo acto se transforma inteligentemente en un astillero. Las proyecciones del mar dotaron de dinamismo al fondo del escenario al estar en constante movimiento, al igual que las nubes, que no dejaban de surcar el cielo, y el precioso vestuario en tonos marineros de Clara Peluffo contribuyó a ambientar la acción, siendo especialmente bella la caracterización de las figurantes que, con sus sombrillas y vistosas pamelas, estáticas de espaldas al público mirando al mar, parecían recrear cuadros de Sorolla, como su famoso “Paseo a orillas del mar”.
El cuadro de Sorolla «Paseo a orillas del mar»
Emilio Arrieta y Francisco Camprodón concibieron originalmente Marina como una zarzuela en dos actos, que se estrenó en 1855 en el Teatro del Circo de Madrid. Entonces fue un fracaso y tan solo se mantuvo en cartel 10 días; después fue a provincias donde sí conoció el éxito y tras dos años volvió a la capital, con el tenor Juan Prats a la cabeza, obteniendo entonces tal triunfo que la convirtió en una obra de referencia en los teatros madrileños de la época y supuso la consagración del cantante, considerado por entonces el mejor intérprete de Marina, quien contribuyó a su difusión tanto en España como en América, tal y como explica la catedrática Mª Encina Cortizo en su libro de referencia sobre Arrieta, autora también de la edición crítica de la partitura. Dieciséis años después, otro tenor, Enrico Tamberlick, fue el que instó a Arrieta a que la transformara en ópera siendo entonces Miguel Ramos Carrión el encargado de la modificación textual pues el libretista primigenio había fallecido, mientras que el compositor añade varios números musicales, además de suprimir las partes declamadas intercalando en su lugar recitativos, ampliando la obra original en un acto.
Marina ha sido la primera ópera cantada en español en el Teatro Real (1871) y la tercera de un autor español que se estrena en dicho coliseo (las dos anteriores también de Emilio Arrieta -Ildegonda en 1854 e Isabel la Católica en 1855- pero ambas con texto en italiano y estrenadas previamente en el Teatro del Palacio Real). Y es que tras la revolución de 1868 y el consiguiente destronamiento de la reina Isabel II, el teatro erigido en los terrenos del antiguo Teatro de los Caños del Peral, desechó su regio nombre para pasarse a llamar Teatro Nacional de la Ópera, en definitiva una especie de eufemismo pues continuaba llenándose de títulos italianos, pero aún así favoreció el estreno de la ópera Marina, eso sí, con un reparto íntegramente italiano con el propio Tamberlick y Angiolina Ortonali en los respectivos papeles de Jorge y Marina. El tenor era un gran ídolo del público madrileño que llevaba escuchándolo desde 1845, cuando se presentó por primera vez en España, actuando en el Teatro del Circo, y que además de por su excelencia canora, se caracterizaba por su patriotismo y espíritu liberal siendo un abanderado del republicanismo que lo llevó a protagonizar el evento musical que celebró el cambio de régimen en el teatro recién renombrado el 11 de octubre de 1868. Tamberlick estrena Marina en la noche de su beneficio el 16 de marzo de 1871 y, a pesar de las dificultades del elenco con la pronunciación del español, la ejecución fue buena en general según Antonio Peña y Goñi, quien se lamenta de que la Ortolani no pudiera lucir su extraordinaria coloratura, pues Arrieta había descuidado el papel de Marina haciéndolo “desairado y carente de vocalizaciones” y que convendría un rondó cantado por la tiple para finalizar la obra de forma satisfactoria, asunto que comparte también el crítico José María de Goizueta.
El compositor toma nota y añade, tras el estreno, dos nuevas piezas para el acto tercero: el dúo de Jorge y Marina, y el rondó final de la protagonista que se completa con la cavatina “Iris de amor y bonanza” y la cabaletta “Rayo de luz encantadora” con forma de vals, como ya utilizaba Gounod, que da paso a una fermata casi exacta a la que escribió Donizetti para soprano y flauta en la Escena de la locura de Lucia di Lamermoor. En el Teatro Campoamor, el flautista de la Oviedo Filarmonía se posicionó en ese momento en la tarima junto al director Óliver Díaz para compenetrarse con la soprano Sabina Puértolas, quien dio muestras a lo largo de la representación de su manejo de la coloratura y facilidad para los agudos priorizando estas cuestiones técnicas sin velar demasiado por la homogeneidad y atractivo tímbrico, además, la directora de escena prefirió ver en Marina a casi una niña y no una mujer, haciendo poco creíble al personaje. José Manuel Díaz fue un correcto Alberto, mientras que Luis López Navarro dio muestras de una buena proyección vocal en su papel de Pascual -por cierto, nombre real de “Emilio” Arrieta-. David Menéndez, por su parte, debutó como Roque con gran profesionalidad y aún debe sacar más partido a este personaje, especialmente en los momentos quasi bufos, que incluyeron como “morcilla musical” una tonada asturiana -con el roncón de la gaita esta vez en versión orquestal- en el momento de embriaguez de su personaje. Correcta la breve interpretación de María Zapata en el papel de Teresa.
Bonito el Cuarteto “Seca tus lágrimas” hacia el final del primer acto, con un buen empaste entre las voces y unos planos sonoros bien diferenciados. La estrella de la noche fue Antonio Gandía, con una espléndida voz de tenor, de agudos seguros, elegante fraseo y que no dejó de recordarnos a su maestro Alfredo Kraus, quien nos regaló para la historia su interpretación de Jorge. Suscribimos las palabras de Peña y Goñi cuando afirmaba que “el éxito de Marina fue debido al gran tenor”, sea Prats, Tamberlick, Kraus o Gandía.
La trascendencia de Marina, no viene dada tanto por su música, aún contando con números tan bellos como el aria de Jorge “Costa de Levante”, el tango-habanera de Roque “Dichoso aquel que tiene la casa a flote” o el popular Brindis del segundo acto, sino por ser posiblemente la primera vez que se relaciona una habanera con el ambiente marinero y también la primera en insertar una sardana entre sus números musicales -momento en que Lluch aprovechó para incluir la correspondiente coreografía, diseñada por Mercè Grané, que concluyó con una suerte de castell en el que la enxaneta desde lo alto lanza el ramo de flores nupcial a Marina-, pero sin duda, lo más interesante es que esta obra, aunque no se ha considerado una “ópera verdadera” pues el compositor “hubo de adaptarse a la música anteriormente escrita, conservando el colorido y las formas de la anterior”, tal y como señalan diversos estudiosos, ha sido considerada el germen de la ópera española.
La orquesta actuó con corrección intentando ejecutar la visión que el maestro Díaz tiene de la partitura mientras que el Coro Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” estuvo realmente desafortunado en no pocas ocasiones. El inicial Coro de pescadores fue una pésima presentación de la obra: falta de afinación, de empaste, de técnica, … El Coro de introducción del segundo acto no fue mejor: muy descuadrado con la orquesta, con falta de homogeneidad vocal, sin presencia de las voces agudas masculinas,… Las respuestas al tenor en el famoso brindis no pudieron ser más descuidadas. Desde que José Manuel San Emeterio está al frente de la agrupación, esta no ha hecho más que bajar enteros; precisamente por tratarse de un coro no profesional, el trabajo de su director debería ser más exhaustivo y profundo.
Fotos: Alfonso Suárez
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