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Crítica: Recital de Mariola Cantarero e Ismael Jordi en el Teatro de la Maestranza de Sevilla

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Autor: Álvaro Cabezas
14 de febrero de 2021

La pareja artística de la lírica española está de aniversario 

Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla. 13-II-2021. Teatro de la Maestranza. Mariola Cantarero, soprano; Ismael Jordi, tenor; Rubén Fernández Aguirre, pianista. Programa: Arias y dúos de óperas de Gaetano Donizetti y Jules Massenet y romanzas y dúos de zarzuela de Amadeo Vives, Manuel Fernández Caballero, Pablo Sorozábal y Manuel Penella.

   Justo un año después del que fuera uno de los grandes espectáculos de la truncada temporada pasada (el recital que Berna Perles y Carlos Álvarez ofrecieron el día de los enamorados de 2020), el Teatro de la Maestranza volvía a abrir sus puertas en plena pandemia para, desafiando los elementos adversos con las estrictas medidas de salubridad, deleitar al público con música de amor gracias a un anhelado recital donde Cupido repartió sus flechas entre el escenario y el patio de butacas hasta conseguir la más pura emoción. Así ha querido el coliseo sevillano celebrar las dos décadas que lleva la pareja artística española más destacada de la lírica sobre las tablas de los teatros de todo el mundo. Como los mismos cantantes confesaron ante el respetable, aquí habían crecido artísticamente y, tras muchos años de comparecencia, ya eran considerados, para los melómanos hispalenses, como «de la casa», con todos los componentes y méritos que esta responsabilidad conlleva en Sevilla. De hecho, es absolutamente cierto que sus caras y sus voces son las que muchos identifican y hacen coincidir, respectivamente, con determinados papeles operísticos, ya que, en el Maestranza Jordi ha sido Ernesto (Don Pasquale, marzo de 2003), Nemorino (L'elisir d'amore, diciembre de 2003), Alfredo (La traviata, junio de 2010, cuya Violeta fue encarnada por Cantarero), el duque de Mantua (Rigoletto, junio de 2013, cuando la Gilda fue, de nuevo, cantada por la granadina), y Percy (Anna Bolena, diciembre de 2016). Y Cantarero, además de lo apuntado anteriormente, protagonizó Lucia di Lammermoor en marzo de 2012.


   Esa familiaridad y reconocimiento se puso de manifiesto a las primeras de cambio con el largo aplauso de recibimiento con que el público quería agradecerles su dedicación, disponibilidad y valentía en un momento tan trágico como el que estamos viviendo en todo el mundo pero, especialmente, en el plano cultural. Comenzaron con un plato fuerte: el dúo «Verrano a te...» de Lucia di Lammermoor de Donizetti, quizá lo mejor de todo el recital por su perfecta emisión, articulación, colorido y belleza belcantista. Las otras dos piezas italianas, «Tombe degli avi miei... Fra poco a me ricovero» del mismo título donizettiano (donde Jordi puso todo su sentimiento) y «Oh Nube! Che lieve per l'aria t'aggiri» de Maria Stuarda (donde Cantarero superó sin recrearse los recuerdos que dejó sobre este aria la amanerada vocalmente Edita Gruberova de la fase otoñal), no alcanzaron la emoción provocada al principio, pero pusieron de manifiesto la impecable técnica y reposada pero decidida y firme carrera belcantista que han desarrollado ambos cantantes en Italia, Francia o Reino Unido, posiblemente sin llevarse los focos mediáticos las más de las veces, pero con más solvencia, calidad y permanencia que la cosechada por varios otros cantantes de efímero relumbrón. Servía a esta idea la sonámbula dramatización que hacían de los papeles que cantaban, como si reprodujeran la mímica con que los hubieron de recrear en producciones pasadas. En pulcra consecuencia canora, se adentraron después en el repertorio francés con dos arias y un dúo. Jordi se ocupó de «Toute mon ame est là... Pourquoi me revellier» de Werther de Massenet, con cuya ejecución quedó de manifiesto que este (y no Aquiles Machado o Juan Diego Flórez), es el auténtico y más certero heredero del aristocrático canto de Alfredo Kraus, no solo por el timbre de voz, sino por muchos otros detalles técnicos e interpretativos que demostró dominar, algo que pudo corroborarse más tarde cuando el cantante jerezano acometió las romanzas «Por el humo» de Doña Francisquita y «No puede ser» de La tabernera del puerto, ambas especialmente aplaudidas por un público probablemente emocionado con la irresistible reminiscencia provocada. Cantarero hizo lo propio con la sugestiva gavota «Je marche sur tous les chemins... Obeissons quand leur voix appelle» de Manon, en la que el atentísimo Fernández Aguirre no solo la acompañaba en el piano, sino también en los coros pertinentes para que sonora perfecta y ajustada a la ópera de la que se extraía. El dúo de Saint Sulpice cerró esta primera parte del recital.


   La segunda fue dedicada íntegramente a la zarzuela y a la canción española, campo en el que la pareja artística es referencia indiscutible. Especialmente conseguidos fueron los dúos de amor y desamor de Doña Francisquita («La van a oír»), La tabernera del puerto («Todos lo saben»), y El gato montés («Vaya una tarde bonita»), donde en todo momento hubo un sincero entendimiento entre las voces y un perfecto acompañamiento por parte del instrumento rey, cuyo sonido Fernández Aguirre derramaba siempre con acervo dramático y teatral. Muy divertido resultó el «Vals de Angelita» de Fernández Caballero, donde Cantarero demostró una bis cómica más sobresaliente que la que acompañaba a Jordi en algunas de las otras piezas. La emoción se desbordó con las propinas, todas auténticas y emocionantes hasta las lágrimas: «Adiós, Granada» de Los emigrantes de Barrera Saavedra (que Mariola dedicó a su tierra), «Se nos rompió el amor» de Manuel Álvarez-Beigbeder Pérez (que Jordi brindó a la suya), la mencionada «No puede ser» donde se destaparon las esencias krausistas, «Y sin embargo, te quiero» que hizo llorar a la soprano y, para finalizar, el dúo de Luisa Fernanda que puso el colofón a un mediodía de sábado en Sevilla que presagiaba, sin necesidad de especificación alguna, nuevas y futuras temporadas musicales completas, llenas de arte, amor y esperanza. Gracias, felicidades y larga vida a la mejor pareja de la lírica española.

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