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Crítica: Mark Laycock con la Sinfónica de la Región de Murcia

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Autor: José Antonio Cantón
4 de febrero de 2024

Crítica del concierto de Mark Laycock con la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia

Mark Laycock con la Sinfónica de la Región de Murcia

 Excelente director para un virtuosístico programa

Por José Antonio Cantón
Murcia, 1-II-2024. Auditorio ‘Víctor Villegas’. Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia (ÖRSM). Director: Mark Laycock. Obras de Gabriel Fauré, Sergéi Prokófiev y Maurice Ravel.

   El color orquestal ha sido de los principales atractivos del quinto concierto de temporada de la ÖSRM ofrecido desde la muy vibrante y expresiva conducción de Mark Laycock, director que hizo gala de una sólida lectura del pensamiento musical de cada compositor, él lo es también, y de gran distinción técnica en la manera de comunicarlo en sus aspectos esenciales.

   Es así como cargó de simbolismo la exposición de la primera obra del programa; la suite orquestal Pelléas et Mélisande, op. 80 de Gabriel Fauré. Con destacada elegancia inició el primero de los cuatro movimientos de la obra, haciendo que el sonido emergiera con mágica sensualidad, manteniendo un pulso sereno que ponía énfasis en dibujar con su batuta en el espacio una diferenciación dinámica que favorecía que la orquesta ampliara a la vez su espectro cromático. De tal manera también apuntó la lectura del andantino subsiguiente, permitiendo que los instrumentos de madera se adueñaran del discurso, contrastando la conversación entre ellos desde un constante estímulo de la cuerda que respondía segura desde el liderazgo de su concertino, Darling Dyle, músico temperamental donde los haya. Se recreó en la exposición de la sugestiva melodía del tercer movimiento, permitiendo el lucimiento del solista de flauta, que ejemplarizó su canto con distinguido fraseo. El intenso adagio final fue desarrollado por el maestro con un sentido lírico realmente significativo, como queriendo reflejar en sus sones la aflicción y desconsuelo que Fauré expresa ante la muerte de Mélisande, sentimientos que transmitió logrando un ejemplo de sugestiva musicalidad. En este tiempo, la orquesta ya se manifestó plenamente integrada como instrumento dispuesta a afrontar los desafíos que estaban por venir.

   El primero de ellos, con el que se cerraba la primera parte del concierto, fue el famoso y admirado Bolero de Maurice Ravel. Jugando a que la ÖSRM actuara unívocamente, Laycock se valió del buen hacer del percusionista Marcos Zambudio para que indujera al resto de los músicos el característico repique que impulsa rítmicamente este fantástico ensayo orquestal, haciendo mínima gestualidad en su parte inicial, lo que hacía recordar el curioso juicio que el propio Ravel hizo de este singular bolero; «una orquestación sin música», o sea, entendido de otra forma, un ejercicio de instrumentación que puede funcionar solo. El discurso fue creciendo en intensidad dinámica y en diversidad tímbrica, alcanzando su punto culminante de diferenciación en el cambio tonal del inicio de la coda, momento en el que el director llevó a la orquesta a estallar de modo brillante, haciendo que se expandiera su sonido con esa efectista destreza que caracteriza a los intérpretes que conocen el poder de los secretos y misterios del arte musical.

   Siguiendo la línea de reafirmar la capacidad y diversidad tímbricas de la formación murciana, la segunda parte de la velada estuvo dedicada a una de las obras más ejemplarizantes del gran repertorio orquestal ruso; la Quinta sinfonía, op. 100 de Sergéi Prokófiev. Integrándose en la capacidad técnica y artística de la ÖSRM, Mark Laycock generó desde el principio esa tensa comunicación necesaria con sus componentes para presentar el Andante que abre la obra. Desarrolló una clara combinación de sus inesperados giros melódicos como elementos destinados a incrementar la fuerza que requiere la totalidad de este movimiento, impulsado fundamentalmente por la percusión y los metales que se mostraron espléndidos en todo momento. Un carácter camerístico fue el adoptado por el director en el Allegro marcato, generando un sentido lírico en el pequeño trío dispuesto en el centro de su partitura. Su tenebrosa conclusión fue uno de los momentos que generaban mayor atención en el oyente, dejando su escucha una complaciente sensación de la motórica flexibilidad rítmica alcanzada por la orquesta.

   El lirismo adquirió estabilidad en el Adagio. El director cargó de dramatismo su parte central llevando a la cuerda a un alto grado de expresividad. Tensó la sección de viento-madera en su función contrastante con el resto de la orquesta hasta conseguir esa serenidad en la deriva de este movimiento, transmitida con un pulso claro y sereno que incrementaba ese cierto aire macabro que propone Prokófiev, que fue expuesto, tanto por el director como por la orquesta, con un alto grado de concentración. Con distendida alegría, el director norteamericano construyó el allegro final que significó la apoteosis de esta versión en la que la sección de percusión, liderada por el timbalero Miguel Ángel Alemán, echó el resto, provocando la ovación de un público que en cada cita se percibe más entregado a la orquesta. Ésta ha sabido aprovechar en esta ocasión haber invitado a Mark Laycock, un director que combina conocimiento y experiencia con habilidad y energía, cualidades acompañadas de ese grado de intuición que le permite sacar lo mejor de cada músico y de cada sección instrumental, lo que ha favorecido poner en sentido y valor un programa eminentemente retador tanto en calidad artística como en exigente técnica interpretativa.

Foto: Sinfónica de la Región de Murcia

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