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Crítica: Recital de Matthias Goerne en el Teatro de la Zarzuela

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Autor: Óscar del Saz
1 de marzo de 2018

Matthias Goerne o el sonido como metalenguaje

   Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 26-II-2018. Madrid. Teatro de la Zarzuela. XXIV Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela y CNDM. Franz Schubert, Die schöne Müllerin, op.25, D 795 (1823). Matthias Goerne (barítono), Markus Hinteräuser (piano).

   Uno de los platos fuertes de esta temporada del Ciclo de Lied, además de los muy importantes artistas que todavía quedan por visitarlo (Diana Damrau, Anna Lucia Richter, Xabier Sabata, Hanna-Elisabeth Müller y Anna Caterina Antonacci), es la triple visita del barítono Matthias Goerne, que forma parte del exclusivo grupo de los denominados Artistas Residentes de la temporada 17/18 del CNDM. Dicha triple visita comienza con el recital que nos ocupa, seguido por los correspondientes recitales de El Viaje de Invierno (30 de abril) y de El Canto del Cisne (8 de mayo).

   Los textos de Die schöne Müllerin habrían surgido de uno de aquellos eventos o juegos literarios que congregaban a varios poetas y en los que se realizaban competiciones para desarrollar una historia a partir de los siguientes mimbres: una molinera pretendida por un molinero, un cazador y un joven jardinero. Para ello, cada uno de los presentes debía expresar los estados de ánimo de sus personajes escribiendo la trama de sus propios poemas. En esos eventos, organizados habitualmente en la residencia de un importante funcionario estatal berlinés, participó el propio Wilhelm Müller (1794-1827).

   La bella molinera narra las vicisitudes de un joven que arriba a un molino donde se le contrata como aprendiz y queda prendado ipso-facto de la bella hija del molinero. Como personaje introspectivo que es, y desgraciado en amores (como lo fue el propio Schubert), realiza sus confesiones a su inseparable amigo, el arroyo, al no atreverse a confesar sus sentimientos a la bella joven. La exposición desarrollada que de esta síntesis hace Müller es la de explorar sentimientos y caracteres profundos, de manera que no siendo posible hacerlo en el curso de una sola pieza, sí puede exponerlos durante los veinte números de que está formada la obra.

   La perfecta simbiosis que la música de Franz Schubert (1797-1828)crea sobre los textos radica fundamentalmente en el papel del piano,presentado de igual a igual frente a la voz. Cuando se limita a acompañar -de esa forma magistral que sólo el genio vienés supo imprimir, y en este caso, Markus Hinteräuser- lo hace de forma efervescente, simbolizando la corriente de agua del molino que al principio es la esperanza de que el joven corazón pueda alguna vez ser satisfecho con el amor verdadero y que se torna al final en pretexto para abrazar la muerte -idealizada, romántica o real- una vez se agota la esperanza.

   Dada la complejidad de la obra, que alberga distintos enfoques e interpretaciones sobre cómo sienten y padecen sus personajes –cuyo universo de existencia, en realidad, es una trama un tanto naif-, existen para el intérprete muchas formas de aproximarse a la misma. Obviamente, se solicita una perfecta adecuación de la voz al texto y viceversa, es decir, poder contar un cuento como narrador, pero teniendo que desdoblarse musicalmente en los distintos personajes que, a su vez, ramifican de forma muy compleja sentimientos y actitudes que varían rápidamente en la hora y poco en la que se desarrolla el conjunto de Lieds.

   La atmósfera que crea Matthias Goerne (1967)es absolutamente diferenciadora y de cuño propio, compendio de complejidades sonoras (a petición de cada número),delas que emanan un esforzado lirismo, la fuerza interior, la impaciencia, la juventud, el entusiasmo, la inocencia, la ternura, los celos o el orgullo... Una aproximación que se identifica más con un cuento caleidoscópico y dramatizado que con interpretaciones más planas, oscuras y atormentadas. Obviamente, el acompañamiento de Markus Hinteräuser(1958) es un plus. De hecho, pocas veces hemos podido disfrutar de una versión al piano tan replegada e integrada con los medios vocales del cantante, plagada de maravillosos efectos cromáticos, atmosféricos y de hechos naturales descritos con un piano, con una acústica perfectamente planificada y equilibrada con la del Teatro de la Zarzuela.

   Y si esto que señalamos arriba resume cómo Goerne aborda la obra, en realidad, hay mucho más. La música encuentra en la voz de Goerne toda una lección de control del fiato, afinación y belleza en el timbre en toda la extensión de su tesitura. Y no es sólo la voz lo que le ayuda a expresar: también el cuerpo del cantante se toma sus licencias en movimientos (que pueden gustar o no), a veces bruscos, o a veces en forma de vaivén pendular con el propósito -entendemos- de liberar la alta dosis de expresividad y fuerza que subyace en este artista, así como la utilización de la acción-reacción necesarias para alternar de forma magistral el canto apoyado y cubierto con el otro más afalsetado y etéreo, siempre con maestría en el fraseo y el legato, consiguiendo plena homogeneidad en el sonido.

   Destacamos sobremanera el último número, Des Baches Wiegenlied (La canción de cuna del arroyo), o marcha fúnebre, según interpretaciones, donde el cantante consigue “parar el tiempo”, ralentizando acusadamente el metrónomo para desgranar cada estrofa y destilar cada sonido. Según lo cuenta el propio Goerne, esta parada de tiempo es más acusada en sus últimas grabaciones en disco de esta parte, ya que ha ido experimentando en recitales que debía hacerlo más y más lento. De hecho, comenta que para él es la única forma de visualizar y transmitir que alguien se encuentra bajo la ansiedad de dar o no el paso hacia el suicidio, hacia la muerte: “¡Una situación extraña y seductora!”, a ojos del propio barítono.

   Debido a la gran calidad y éxito alcanzados en este recital, el público lo premió con efusivos y prolongados aplausos, obligando a los dos artistas a saludar con repetidas salidas. Merecido premio a una interpretación cuyo valor añadido radica en cómo este artista es capaz de expresar explotando todas las posibilidades de su voz, a través de la riquísima variedad de los sonidos expresivos que puede emitiry que alcanzan al escuchante –por si no fuera suficiente el propio Lied- como un metalenguaje que enriquece el relato y se dirige a lo más profundo de nuestras almas.

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