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Crítica: Miguel Trápaga y la OSIGi en Gijón

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Autor: Aurelio M. Seco
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 La Voz de Asturias (2/12/09)

Lugar: Centro Integrado Pumarín Gijón-Sur; Fecha: 29 de diciembre; Ciclo: Temporada de la OSIGi

"ARANJUEZ", DIEZ AÑOS DESPUÉS

La Orquesta Sinfónica Ciudad de Gijón prosigue su bien diseñada temporada en tiempos de crisis con un concierto  en el que se interpretó el célebre "Concierto de Aranjuez" de Joaquín Rodrigo, compositor del que se cumplen diez años de su muerte. La versión fue de Miguel Trápaga, guitarrista español de notable trayectoria que conoce la obra al dedillo, pero que también podría haber mejorado bastante su factura. La escasa amplificación de la guitarra ayudó a pasar inadvertidas algunas inseguridades en el primer y último movimientos que, sin embargo, no consiguieron deslucir una versión interpretada y acompañada con buen gusto y personalidad, sobre todo en lo que atañe al cálido lirismo que se consiguió en el segundo. De propina, una deliciosa interpretación del "Capricho árabe" de Tárrega donde, esta vez sí, el guitarrista ofreció toda una lección de su verdadera calidad como intérprete. De los músicos, deslumbró el trabajo de Carlos Blanco Madrazo con el corno inglés, lleno de buen gusto y refinada línea melódica, y el chelo de Gabriel Ureña, todo un lujo para cualquiera de nuestras agrupaciones sinfónicas, aun siendo tan joven. La velada dio comienzo con unas "Danzas Rumanas" de Bartók de jugosa y atractiva sonoridad. La cuerda estuvo a un buen nivel durante toda la noche, cosa que también se agradeció en  la segunda parte, con una "Sinfonía de Haydn nº 103" en la que cualquier problema se nota, como se notó en algunos detalles instrumentales. Pero la mayor imprecisión de la velada llegó en el aspecto organizativo, que no se preocupó de que los programas de mano estuvieran donde tenían que estar. Óliver Díaz se enfrentó a la sinfonía con el respeto debido, apostando por una versión equilibrada que huyó de una visión más estilizada y arrebatada que, por otro lado, tampoco habría estado mal. Él prefirió la naturalidad, que la obra hablase por sí misma, y remarcó detalles de gran clase para configurar una versión refinada, elegante, sobria y, sobre todo, galante.

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