Crítica de Raúl Chamorro Mena de la zarzuela El vizconde y el entremés Gato por liebre, de Barbieri en la Fundación Juan March, bajo la dirección musical de Miquel Ortega y escénica de Alfonso Romero
Divertidísima tarde en la Juan March
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 24-IX-2025, Auditorio Fundación Juan March. Ciclo Teatro musical de cámara. El vizconde -zarzuela en un acto – con el entremés Gato por liebre, ambas de Francisco Asenjo Barbieri. César San Martín (La Baronesa/Don Alfonso), Irene Palazón (Cecilia/El vizconde), Juan Antonio Sanabria (La Condesa/Don Rodrigo), Blanca Valido (Serafín/Doña Elena). Pablo Quintanilla y Elena Rey (violines), Adrián Vázquez (viola), Blanca Gorgojo (violonchelo), Antonio Romero (Contrabajo). Piano y Dirección musical: Miquel Ortega. Dirección de escena y dramaturgia: Alfonso Romero. Coproducción entre la Fundación Juan March, Teatro de la Zarzuela, Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo de Bogotá y el Teatro Metropolitano José Gutiérrez Gómez de Medellín.
Francisco Asenjo Barbieri, una de las más importantes figuras históricas de la cultura española, es, desde luego, uno de los más grandes músicos que ha dado nuestro país. Pletórico de creatividad, único en chispa y frescura, fecundo en inspiración, adalid del más genuino casticismo y gracia madrileña, Barbieri constituye una pieza fundamental en la implantación de la Zarzuela restaurada. Así lo demuestran hitos como el estreno en 1851 de Jugar con fuego, su condición de impulsor de la construcción del Teatro de La Zarzuela -junto a Inzenga, Gaztambide, Oudrid y Hernando- y creador de una obra tan emblemática como El Barberillo de Lavapiés. Frente al predominio entonces, tanto en España como en Europa de la ópera italiana, Barbieri contrapuso una ópera cómica autóctona, la Zarzuela, que, desde luego demostró ser, el camino acertado y constituye nuestro género lírico nacional por antonomasia.
Si el Barberillo es antecedente del sainete madrileño, las zarzuelas en un acto de la producción de Barbieri -hoy día lamentablemente casi olvidadas- son el germen del llamado género chico, tan popular en el Madrid de la segunda parte del siglo XIX y fruto del auge del teatro por horas. Obras breves, ligeras, de fondo popular, que requerían pocos medios y en las que no faltaba la crítica social.
El magnífico ciclo Teatro musical de cámara de la Fundación Juan March rescata una de estas obras en un acto del genial músico madrileño, El vizconde (1855) sobre libreto de Francisco Camprodón, representada en muy acertado y bien enhebrado programa doble junto a otra obra breve del propio Barbieri, el entremés lírico-cómico Gato por liebre estrenado en 1856 con un libreto de Antonio Hurtado. Se trata de una coproducción entre la Fundación Juan March, Teatro de la Zarzuela, Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo de Bogotá y el Teatro Metropolitano José Gutiérrez Gómez de Medellín.
Alfonso Romero, responsable de la dirección escénica y dramaturgia, se ha apuntado un tanto con la acertada decisión -y aún mejor desarrollo de la misma- de representar ambas obras de forma conjunta en un planteamiento dramatúrgico común. La trama se sitúa en los años 70 del pasado siglo, en que dos aristocráticas «cacatúas» de rancio abolengo y el arroz pasado hace mucho, intentar luchar contra el paso del tiempo y entre puya y puya que se lanzan, aún creen poder conseguir algún joven galán. La criada lamenta que algunos hombres puedan preferir a estas damas rebosantes de tratamientos de belleza, maquillajes y afeites por mucho dinero y alta cuna que tengan, antes que la juventud genuina, mollar y lozana. La telenovela en forma de culebrón, que disfrutan juntas, permite el desarrollo de la trama de El Vizconde. No faltan una serie de divertidos anuncios televisivos de la época, que redundan en la sátira que contiene esta creación de Barbieri. El montaje acentúa y explota magníficamente el importante papel del travestismo teatral en ambas obras. Hay que resaltar la enorme compenetración y desenvoltura escénica de los cuatro intérpretes, que se divirtieron y así lo transmitieron a la audiencia. Efectivamente, el elenco, bajo la vivaz dirección escénica de Romero, ofreció una representación dinámica, divertidísima, que fue recibida con una combinación de sonrisas y carcajadas por parte del público. Estupendo, asimismo, el vestuario, no sólo por lo vistoso, también por la inteligente disposición en capas, que permitió a los artistas cambiarse de atuendo de forma rápida y sin que decayera en ningún momento la ligereza y vivacidad del desarrollo teatral.
Si los cuatro intérpretes en su doble cometido alcanzaron una gran altura, es justo destacar, que la bandera la colocó César San Martín, como absoluto dominador de toda la velada. El barítono madrileño sumó a su templanza canora y solidez musical una hilarante, genial, creación «in travesti» de la Baronesa en Gato por liebre y un Don Alfonso en El Vizconde, paródico, pero sin excesos, en su ridícula afectación como custodio de la estirpe Vivar, apellido que debe conferir valor obligado a su hijo Don Rodrigo, cobarde y lechuguino donde los haya. Será su primo seminarista quien defienda el honor del apellido y la virilidad triunfadora, convenientemente caricaturizada, a través de una voz femenina, pues es una tiple quien encarna al Vizconde. Irene Palazón, arrojada en su valor, ardiente como enamorado de su prima Doña Elena y de canto aplicado, resultó magnífica. También en su desenvuelta creación de la criada deslenguada de Gato por liebre. Un tanto irregular vocalmente, pero espléndido escénicamente, Juan Antonio Sanabria en una descacharrante, divertidísima, encarnación del cobardón Don Rodrigo y la vetusta y cínica baronesa. Más bien impersonal, aunque correcta, en lo vocal, pero también atinada y bien integrada en el siempre vivaz devenir escénico, la mezzo Blanca Valido en su doble cometido de Serafín y Doña Elena.
Dadas las limitaciones de espacio del auditorio de la Fundación Juan March, Miquel Ortega rescató el sexteto de Zarzuela, habitual en el silgo XIX cuando estas obras breves, ligeras y que exigían pocos medios, se representaban en locales sin foso orquestal y de pequeño formato. Ortega al piano y dirigiendo un quinteto de cuerda formado por dos violines, viola, violonchelo y contrabajo aseguró el acabado musical, a pesar de un sonido algo bronco al comienzo, y volvió a demostrar su conocimiento y, lo más importante, devoción por el teatro lírico español y una de sus figuras más preeminentes como es Francisco Asenjo Barbieri.
Fotos: Dolores Iglesias / Fundación Juan March
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