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Crítica: Recital de Mischa Dacic en el Teatro Jovellanos para la Sociedad Filarmónica de Gijon

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Autor: F. Jaime Pantín
28 de abril de 2025

Crítica de F. Jaime Pantín del recital de Misha Dacic en el Teatro Jovellanos, para la Sociedad Filarmónica de Gijón

Misha Dacic

 Intenso recital de Misha Dačić

Por F. Jaime Pantín
Gijón, 23-IV-2025. Teatro Jovellanos. Sociedad Filarmónica de Gijón. Misha Dačić, piano. Obras de Schumann, Tchaikovski, Medtner, Bartók y Liszt.

   El gran pianista serbio Misha Dačić se presentaba el pasado miércoles en la Sociedad Filarmónica de Gijón con un programa de marcado signo romántico que incluía a su vez algunas piezas breves de Béla Bartók  -de infrecuente audición en las salas de concierto- que enlazaban con toda lógica con un primer bloque de música del Liszt más profético y asimismo infrecuente, marcando el ecuador de un recital intenso y complejo sobre el que gravitaba la poderosa influencia de la misteriosa y fascinante Humoreske schumaniana. La propia confección de los programas habitualmente propuestos por Dačić habla por sí misma de una personalidad interpretativa netamente alejada de unos actuales parámetros en los que se incide reiteradamente sobre los mismos autores y obras, excluyendo buena parte de la piezas de esos mismos compositores y otras músicas que prácticamente han ido desapareciendo de las salas de concierto, restringiendo su ámbito de audición a las grabaciones integrales de carácter enciclopédico, normalmente encomendadas a compañías discográficas poco frecuentadas por los aficionados. 

   Entre los estudiosos de la historia de la interpretación musical y concretamente de la interpretación pianística se suele observar la evolución de un estilo romántico que alcanzó su apogeo a finales del XIX con pianistas- muchas veces herederos de Liszt- a los que ya es posible escuchar a través de grabaciones de fiabilidad aceptable. Pocos discuten hoy día la prevalencia estética e incluso instrumental de una auténtica época dorada en la que los pianos sonaban mejor, los pianistas era diferentes entre sí, la interpretación mostraba amplios márgenes de libertad, se asumían riesgos y existía un componente heroico en el propio hecho físico de la ejecución.

   Un recital de Misha Dačić supone un recuerdo vívido y actualizado de esa gran época, tanto por el repertorio propuesto como por los parámetros estilísticos desde los que lo aborda. Pianista fuertemente individual, muestra una personalidad interpretativa en la que la música aparece como inseparable de la técnica que permite su plasmación sonora, en una combinación de bravura, libertad en el tempo y fraseo muy personal, sobre el soporte de una capacidad pianística aparentemente ilimitada -asumida con sencillez, facilidad y modestia desconcertantes- que le permite reeditar la brillantez y exuberancia del gran pianismo romántico a partir de un estilo de interpretación de nobleza esencial, capaz de proyectar sentimientos intensos sin asomo de sentimentalismo y caracterizado por una libertad controlada, riqueza de matices, pedalización imaginativa y unos dedos deslumbrantes que trabajan con frecuencia en los límites de la vertiginosidad sin asomo de descontrol.

   Todo ello resultó evidente a lo largo del extenso programa  (23 piezas diferentes, algunas muy breves) de un intenso recital que comenzaba con la Humoreske op. 20, quizás la obra de mayor complejidad psicológica de Robert Schumann, en la que el aliento romántico convivió con el intimismo extático, el paroxismo rítmico y la ternura contemplativa a través de un pianismo de vocación sinfónica, mostrándose Dačić como miniaturista consumado en una serie de piezas de variado signo y colorido, desde la cálida fluidez de un Tchaikovski no exento de melancolía, el virtuosismo de un Medtner poderoso, de intenso aliento romántico y vivacidad extremada y la exquisitez estilizada de un Bartok de profunda concisión sonora y trasparencia ejemplar. En medio y al final, dos bloques de piezas de ese Liszt que no suele faltar en los recitales de Dačić, piezas en su mayoría de infrecuente audición que exploran los aspectos  más recónditos del compositor húngaro y hacen reflexionar sobre su carácter premonitorio y el papel que Liszt pudo tener realmente en la evolución posterior de la música.

   La incisividad percusiva de Csárdás macabre, lo efímero de una Bagatela sin tonalidad de alada limpidez, el colorismo y la pasión creciente con la que Liszt afronta la religiosidad en Benedictus y el pathos retórico, profusamente gótico y visionario de la Fantasía y Fuga sobre el nombre de B-A-C-H, encontraron en Dačić un traductor idóneo por cultura y conocimiento profundo de una música con la que se identifica plenamente y para cuya plasmación dispone de unos medios  instrumentales del máximo nivel, de los que exhibió un amplio muestrario en su versión de la Rapsodia Húngara nº 13 con la que cerró el recital, en una paráfrasis que partiendo del texto original duplica cuando menos la dificultad inicial a través de un despliegue casi inverosímil de agilidades, desplazamientos imposibles, ornamentación centelleante y octavas electrizantes que como látigos implacables sometieron a un público ya enfervorecido y rendido ante el talento de un pianista de absoluta excepción.

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