Por Raúl Chamorro Mena
Barcelona, 12-IV-2019. Gran Teatro del Liceo. La sonrisa de Montserrat Caballé. Concierto Homenaje. Por orden de aparación: José Carreras, Begoña Alberdi, Carlos Cosías, Juan Pons, Anthony Harutian, Jaume Aragall, Saioa Hernández, Al Bano, María Gallego, José Bros, Jordi Galán, Agostina Smimmero y Pene Pati. Obras de Rodolfo Falvo, Giuseppe Verdi, Giacomo Puccini, Georg Friedrich Händel, Ernesto de Curtis, Ruggero Leoncavallo, Charles Gounod, Georges Bizet y Amilcare Ponchielli. Orquesta del Gran Teatro del Liceo. Director musical: Guillermo García Calvo. Director de escena: Lluis Pasqual.
Poco antes de empezar la función de La Gioconda de Ponchielli del sábado día 13 (de la que próximamente el lector de CODALARIO podrá encontrar la oportuna reseña a cargo del que firma estas líneas), un espectador manifestó con un sonoro grito su disconformidad con la calidad de este homenaje. Aunque el grito era en catalán, lo entendí perfectamente. La primera parte de la frase fue muy gruesa y no resulta, evidentemente, apropiado ni de buen gusto reproducirla, pero sí la segunda, «¡Gloria a la Caballé!», con la cual debería estar de acuerdo cualquier amante cabal de la lírica. Si el Liceo realizara un homenaje al año a Montserrat Caballé durante los próximos cien sería justísimo, toda vez que la eximia soprano fue absolutamente fiel al teatro cuando era diva única internacional e incluidas las etapas de crisis económica del gran recinto de La Rambla. Dicho esto, considero apropiado subrayar, que el teatro ha tenido un comportamiento irreprochable desde que se produjo el fallecimiento de la soprano. Puso a disposición el recinto para la capilla ardiente -la familia se negó siguiendo los deseos de Caballé -, también sus cuerpos estables para la interpretación del Réquiem de Verdi en la catedral de Barcelona y se aprestó a organizar este concierto homenaje coincidiendo con el día en que hubiera cumplido 86 años. «Compañeros y amigos de Montserrat Caballé le dedican un concierto homenaje» rezaba a continuación del título del evento «La sonrisa de Montserrat Caballé».
Por tanto, si tenemos en cuenta que la mayoría de los cantantes que compartieron escenario con ella ya no están o bien hace tiempo que no se suben a un escenario y que en dicho epígrafe no tendrían cabida pretendidos divos de la lírica actual que, además, hubieran captado una atención que sólo debía corresponder a la homenajeada y su familia que la representaba, hay que destacar que, quizás el acto no tuviera el lustre que algunos esperaban (con una representación de la estrellas actuales de la ópera, algo, además, complicadísimo de conseguir), pero no se puede discutir la emotividad del mismo, que selló ese minuto de silencio (en realidad 38 segundos porque los otros 22 los ocupó el increíble agudo final de Caballé –hasta el último acorde de la orquesta- en el Don Carlo del MET de 1972) y la larguísima ovación final del público vuelto hacia el lugar donde estaba la familia de la soprano con su marido, Bernabé Martí al frente, con una tremenda nobleza y serenidad a sus 92 años de edad. Previamente al evento, la alcaldesa de Barcelona Ada Colau había entregado a la familia de la inolvidable diva (en el más alto concepto de esta palabra tan torpemente denigrada hoy día) la Medalla de oro de la ciudad a título póstumo.
Despúes de una introducción de Salvador Alemany, Presidente de la Fundación del Gran Teatre del Liceu, Lluis Pasqual explicó, que en 1988 con la ocasión de un recital con el que se reinauguraba el Teatro Fortuny de Reus, Caballé "le había encargado" dirigir su homenaje. Pues bien, así lo hizo y no se puede negar que los fragmentos escogidos protagonizados por la gran soprano fueron indiscutibles y demostraron, una vez más y si es que hiciera falta, por qué estamos ante una de las más grandes sopranos de la historia. La Semiramide de Aix-en- Provence (1980 y no 1985 como rezaba en la proyección) con la Horne, su inmortal Norma de Orange 1974, de la que acertadamente se reprodujo el «Casta diva» completo, cabaletta incluida, en la que, entre un fortísimo mistral, la Caballé escancia la sublime melodía belliniana como una auténtica diosa; La María Stuarda del Liceo, su aria de Liù con el interminable regulador final, la escena final de Imogene de Il pirata en el concierto de la Sala Pleyel de Paris en1966 (su primer documento existente en imagen), Forza del destino… Además de fragmentos de entrevistas a la Caballé y selecciones de la película Beyond the music, se ofrecieron testimonios audiovisuales de Plácido Domingo, Teresa Berganza, Ainhoa Arteta, Roberto Alagna, Gian Carlo del Monaco, Peter Gelb, Carlos Álvarez y uno particularmente emotivo por parte de Zubin Mehta, que contrastó con el muy medido y escasamente espontáneo de Juan Diego Flórez.
En el apartado de las actuaciones en directo no corresponde en esta ocasión lógicamente, realizar una crítica habitual, minuciosa y rigurosa como uno tiene por norma. Se impone agradecer las participaciones llenas de entusiasmo y cariño por parte de amigos, compañeros, alumnos y discípulos de Caballé con el siempre aplicado acompañamiento y la pátina musical que garantizó Guillermo García Calvo al frente de la orquesta del Liceo. Cabe destacar, eso sí, el placer de volver a escuchar a Jaume Aragall, dueño de una de las voces tenoriles más bellas que han existido, dando una lección en su interpretación de «Non ti scordar di me» de Ernesto de Curtis, de cómo se colocan fuera y perfectamente apoyadas todas las vocales y de la que deberían aprender la gran mayoría de tenores que suben hoy día a los escenarios. Más mermado José Carreras, pero siempre reconocible, con esa singularidad tímbrica que parece desaparecer también en la lírica actual. Muy entregado y con adecuados acentos Juan Pons en una pieza de tanta enjundia como el aria de Michele «Nulla! Silenzio!» de Il Tabarro de Puccini. Junto al bonito timbre de Carlos Cosías, Begoña Alberdi demostró su devoción por Caballé en el dúo del acto primero de Traviata, demostrando impecable colocación lo que sin duda, afortundadamente, transmitirá a sus alumnos. La madrileña Saioa Hernández, a la que Caballé encumbró como «la diva de nuestro siglo» y que después de inaugurar la temporada de La Scala sigue encaramándose en los teatros importantes en repertorio spinto y dramático, contribuyó con una de las más monumentales arias verdianas, «Ecco l’orrido campo» que canta Amelia en Un ballo in maschera, en la que exhibió la calidad de su instrumento y su cuidada línea de canto, frente a un buen margen de mejora en cuanto a incisividad y acentos. La espléndida línea canora francesa fruto del genio de Charles Gounod permitió a José Bros demostrar que su gusto en el fraseo permanece incólume -a pesar de la merma en la zona alta- en el dúo del acto tercero de Fausto interpretado junto a su esposa María Gallego. Tambíen con Gounod, el tenor samoano Pene Pati ganador del concurso Montserrat Caballé en 2014, arrancó una buena ovación del público con el aria de Romeo «Ah leve toi soleil» en la que mostró buenos agudos, con timbre y metal, aunque la resolución final -en un intento de regulador que terminó en falsete- no fue tan afortunada en una pieza que pide, asimismo, mayores dosis de elegancia. Previamente unos voluntariosos Anthony Harutian y Jordi Galán habían interpretado «Lascia ch’io pianga» de Rinaldo y «Je crois entendre encore» de Los pescadores de perlas, mientras que Al Bano ofreció un arreglo de Mattinata de Leoncavallo en lo que pudo simbolizar el acercamiento de Caballé a la música ligera junto al totémico Freddy Mercury. Muestra del mismo se ofreció el ya mítico vídeo con ambos interpretando Barcelona. Por su parte, la italiana Agostina Smimmero, ganadora de otra edición del concurso Caballé, cantó con voz robusta y extensa el aria de La cieca de La Gioconda, que le sirvió de ensayo, ya que al día siguiente volvió a encarnar el papel, esta vez con trajes, en sustitución de María José Montiel.
Con esa misma emoción que uno sintió en un evento en el que todo el protagonismo correspondió a quién lo merecía, proclamo una vez más: Gloria y loa eterna a Montserrat Caballé.
Foto: A. Bofill
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