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Crítica: Nikolai Lugansky con Andrew Gourlay en la temporada de la Sinfónica de Castilla y León

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Autor: Agustín Achúcarro
29 de enero de 2018

El subyugante poderío de Lugansky

   Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 26-I-2018. Auditorio de Valladolid, Sala sinfónica. Temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Sinfonía Nº3 en la menor, op. 44 y Concierto para piano y orquesta nº3 en re menor, op. 30 de Rajmáninov.Director: Andrew Gourlay. Solista: Nikolai Lugansky, piano.

   Sin menoscabo de la labor de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León el aval de este llamado “festival Rajmáninov” estuvo en la presencia del pianista Nikolai Lugansky, que no solo es una figura del piano sino que cuenta a Rajmáninov entre sus compositores favoritos, habiéndose convertido en un intérprete ideal de dicho autor. Además del concierto inicial, que aquí se reseña, se celebró también un recital a cargo del propio Lugansky y un segundo concierto con las Sinfonías Nº1 y Nº2.

   La primera de las actuaciones comenzó con la interpretación de la Sinfonía Nº3 del compositor nacido en Rusia. En el primer movimiento pareció que las cuerdas agudas no daban con todo el colorido, la tímbrica y un fraseo más nítido, algo que luego compensarían en el tercero con una mayor variedad expresiva y un sonido redondo. En el tiempo inicial estuvieron presentes sus dos temas melódicos, entre nostálgico uno y de lirismo expansivo el segundo. En el movimiento central encontró la orquesta su mejor forma de expresión, esencialmente en la manera de abordar los crescendi y decrecendi con una línea cantabile amplia y continuada. Llegados al tercer movimiento se puso en evidencia un vigor afirmativo, con un desarrollo llevado con energía, que condujo a una conclusión poderosa. El mayor obstáculo con el que se encontró la orquesta y su director, con sus aciertos y límites, fue conseguir calibrar entre sí los pasajes en calma, los sombríos, los angustiosos, los decididamente expansivos y vibrantes, los ribetes abruptos, los momentos cantabiles y los estallidos sonoros, dentro de un lenguaje armónico más audaz que en obras anteriores.

   En el Concierto para piano Nº3 Nikolai Lugansky evidenció poseer todas las cualidades necesarias para abordarlo. Poderoso en los acordes, seguro en la digitación, virtuoso al límite cuando era preciso, con raudas y perfectas escalas, sin renunciar al lirismo inherente a la partitura, dándole a veces un aire algo adusto, con sonidos voluntariamente menos henchidos de armónicos, que produjeron un efecto agridulce. La orquesta le dio una buena entrada al pianista con un inicio que se escuchó tranquilo y con firmeza al tiempo que comenzaba sugerente el solista, y se sumaban el fagot y otros instrumentos para contribuir a lograr una expresividad certera. En el segundo movimiento el pianista impuso el carácter conmovedor y acentuó el efecto de las sorprendentes exclamaciones que sugiere el piano. Proverbial la sublimación que hizo de la música Lugansky, que bien puede reflejarse, a modo de síntesis, en el despliegue de recursos efectuado en las cadencias y en los acordes pujantes y ardientes del tercer movimiento.

   Señalar, aun a riesgo de que pudiera ser una apreciación en exceso subjetiva de quien suscribe, la sensación de que el pianista expuso su propia y consolidada concepción de la obra más allá de la relación de ideas con la orquesta, que estuvo atenta al solista y expuso con claridad su parte. Esto se pudo notar en algunas entradas o en ciertos pasajes planteados de forma algo diferente entre la OSCyL y el pianista, aunque no es menos cierto que sí funcionaron los diálogos entre éste y los solistas de la orquesta, cuyas intervenciones también resultaron muy fructíferas en la sinfonía.

Foto: OSCyL

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