Yolanda Auyanet, Norma en el Maestranza
Crítica de la ópera Norma de Bellini en el Teatro de la Maestranza de Sevilla
Yolanda Auyanet, Norma en el Maestranza
Normas vs Nemorinos
Por José Amador Morales
Sevilla, 17 y 18-XI-2023. Teatro de la Maestranza. Vincenzo Bellini: Norma. Yolanda Auyanet/Berna Perles (Norma), Raffaella Lupinacci/Andrea Niño (Adalgisa), Francesco Demuro/Joseph Dahdah (Pollione), Rubén Amoretti/Luis López Navarro (Oroveso), Mireia Pintó (Clotilde), Néstor Galván (Flavio). Coro Teatro de la Maestranza (Íñigo Sampil, director). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Yves Abel / Pedro Bartolomé, director musical. Nicola Berloffa, dirección musical. David Livermore/Emilio López, dirección escénica. Coproducción del Teatro Regio de Parma, Teatro Municipale de Piacenza y el Teatro Comunale de Módena
El segundo título de la presente temporada del Teatro de la Maestranza ha recaído en una obra paradigmática del bel canto como Norma de Vincenzo Bellini. Un bel canto que, salvo excepciones, tradicionalmente no ha encontrado especial acomodo en las programaciones del coliseo sevillano si bien en los últimos años títulos como L’elisir d’amore, Anna Bolena, Lucia di Lammermoor, I Capuleti e i Montecchi o Roberto Devereux, han supuesto éxitos indiscutibles que auspiciaban una importante línea de programación a profundizar En este sentido siempre nos acordamos de títulos tan importantes como Lucrezia Borgia o Maria Stuarda de Donizetti (con la que se completaría la trilogía Tudor), amén de casi todo el repertorio rossiniano inédito en Sevilla.
La producción de Nicola Berloffa transporta la acción a la Italia del Risorgimento, en donde los galos son italianos que quieren liberarse de la opresión austríaca. La propuesta escénica del piamontés prioriza el drama personal de los protagonistas, particularmente Norma, y la opresión de la masa social protagonizada por un coro con un mayor protagonismo si cabe que, al estilo de los coros de las tragedias griegas, no sólo comenta o subraya los acontecimientos dramáticos sino que participa, interactúa y es parte decisiva en los mismos. De hecho al final esta masa da muerte a los dos protagonistas: mujeres por un lado a Norma en presencia de su hija y hombres por el otro a Pollione en presencia de su hijo, eso sí, prescindiendo de un elemento tan icónico en el drama como la hoguera. La escenografía se centra únicamente en el interior de un patio de lo que parece un palacio renacentista en ruinas, sobre el que se acota el espacio para la segunda y primera escena de sendos actos en donde la «morada de Norma» como indica el libreto deviene en una decadente habitación victoriana donde sólo hay una pequeña cama para los niños y un diván. Un hábil juego luminotécnico, un preciso vestuario (aunque no deja de ser chocante ver a Norma vestida de princesa austríaca decimonónica) aunque monótona y una interesante dirección de actores (en cualquier caso un tanto ridícula la coreografía con el «Guerra, guerra! Sangue, sangue!») son los otros factores de esta coproducción escénica.
A nivel musical destacó muy positivamente la batuta de Yves Abel, aclamado por un público sevillano que ya lo conocía por trabajos anteriores (L’elisir d’amore o Roberto Devereux). El director canadiense destacó por la intensidad de su lectura en términos generales, ofreciendo un conveniente equilibrio entre los pasajes más dramáticos y los puramente líricos, y su conocida capacidad para acompañar a los cantantes. De dicho trabajo se sirvió un convincente Pedro Bartolomé en el segundo reparto, bien que con algunas caídas de tensión y puntuales desajustes, pero poniendo de manifiesto su gran potencial artístico. Ambos se apoyaron en un suntuoso sonido por parte de una Sinfónica de Sevilla que, al igual que el encomiable coro maestrante, fue aplaudidísima por los asistentes.
En un solo año Yolanda Auyanet ha protagonizado tres óperas sobre el escenario del Maestranza, al hacerse caso de los principales roles femeninos del Roberto Devereux de Donizetti en noviembre de 2022 y de la Tosca de Puccini que cerró la temporada pasada en junio. Algo mermada de facultades tras sufrir una afección en la garganta, la soprano canaria salió airosa del reto y cosechó finalmente un digno éxito. Y ello a pesar de que fue en su primera escena donde sufrió no poco - e hizo sufrir - con un «Casta diva» corto de fiato y un agudo lacerante, y más aún con el consiguiente «Ah! bello a me ritorna», que aquí resultó más endiablado que nunca al no haberse repuesto de la falta de aire. No obstante, a partir de una invectiva «Oh, non tremare, o perfido» cantada con gran arrojo, Auyanet fue encontrándose perceptiblemente cómoda conforme el personaje presentaba su faceta más introspectiva, mostrando su afamada musicalidad en el fraseo y yendo a más a lo largo del segundo acto. Si hablamos de comodidad, Berna Perles pareció sentirse a sus anchas a lo largo de toda la función, abordando su Norma con una materia prima de menor entidad y a la que faltó un punto de mayor expresividad, pero sin fisuras en lo que respecta a la coloratura como al fraseo. El público rubricó entusiasmado la actuación de la soprano malagueña que esta recibió emocionada.
Que las voces de sendos tenores protagonistas nos evocaran más a Nemorino que a Pollione lo dice prácticamente todo sobre su adecuación estilística y mucho acerca del mundo del canto actual, particularmente en lo que respecta a dicha cuerda. Mientras Francesco Demuro aportó su voz minúscula y de timbre anodino dotada de cierta musicalidad (bien que podría haberse ahorrado ese ingrato do sobreagudo sobre la segunda sílaba del «abbatterò» de su cabaletta previo al agudo conclusivo), Joseph Dahdah presentó un instrumento más atractivo provisto de mayor proyección y mordiente así como un centro en general más sólido. Sin embargo, el tenor libanés acusa un importante déficit técnico ya que presenta un embudo canoro en la zona del pasaje que estrangula el sonido imposibilitando una emisión con un mínimo audible en la franja aguda y sobreaguda. Mucho mejor surtido fue servido el rol de Adalgisa ya ambas, la italiana Raffaella Lupinacci, de idiomática línea de canto y aquilatada expresión dramática, así como la colombiana Andrea Niño, con una enorme voz tan maleable como homogénea en todos los registros, obtuvieron un éxito incuestionable y merecido. Por su parte, a Rubén Amoretti le vino grandísimo el papel de Oroveso, con serias dificultades por arriba y por debajo de la tesitura pese a una caracterización plausible, mientras que Luis López Navarro hizo lo propio con un instrumento evidentemente más joven pero carente de rotundidad vocal y con un fraseo rudo e impersonal. Mireia Pintó interpretó una convincente Clotilde y Néstor Galván un estupendo Flavio cuyo fuste vocal casi eclipsó a sus compañeros protagonistas en su breve cometido.
Fotos: Teatro de la Maestranza
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