Una crónica desde la XIX edición del Concurso Internacional Fryderyk Chopin, en la cual se ha alzado vencedor el pianista estadounidense Eric Lu
Varsovia 2025: las Olimpiadas del piano
Una crónica desde la XIX edición del Concurso Internacional Fryderyk Chopin. Por Salvatore Sclafani
Al cabo de casi tres intensas semanas y tras cinco horas de deliberación, la XIX edición del Concurso Internacional Fryderyk Chopin consagró la victoria del estadounidense Eric Lu, de 27 años, acompañado por un piano Fazioli durante todo el certamen. El canadiense Kevin Chen (Steinway), de 21 años, obtuvo el segundo premio, y la china Zitong Wang (Kawai), de 26 años, el tercero.
Como suele ocurrir en estos contextos, el resultado no estuvo exento de críticas: muchos lamentaron, por ejemplo, la ausencia del georgiano David Khrikuli entre los seis premiados, señalando, en general, una posible falta de reconocimiento al talento más imaginativo. Al día siguiente, tanto entre los profesionales como entre los aficionados se escuchaba a menudo la misma frase: «así son los concursos», escenarios donde el pianismo más sólido suele imponerse sobre las propuestas más artísticas y, quizá, más frágiles.
Pero, en el fondo, reflexiones similares se habían escuchado durante las tres pruebas previas a la final. La última edición, celebrada del 2 al 23 de octubre, acaba de concluir con los conciertos de los tres primeros clasificados y de los demás premiados. Durante todo el mes, cuando Varsovia se convirtió en la capital mundial del piano, el Concurso Chopin –por su magnitud y su irresistible atractivo– ha sido tema de conversación constante y volvió a movilizar a todo un país y a miles de oyentes en el resto del mundo.
Si pensamos en el inicio de esta maratón musical, las señales estaban ahí desde el principio: el clima de expectación que se respiraba en el concierto inaugural del 2 de octubre ya anticipaba un certamen seguido y comentado como pocos.
La velada encendió la sala, entre standing ovations, emoción y una energía casi deportiva de los espectadores. De hecho, antes, durante y después del evento se respiró un clima de participación intensa: un público internacional y de todas las edades –músicos, críticos, estudiantes y aficionados– llenó tanto la sala principal como el foyer, donde desde la tarde se formaban largas colas para conseguir entradas. En la sala, la atmósfera era de emoción compartida: rostros sonrientes y oyentes atentos seguían cada compás con visible placer.
A la salida, en el bullicioso ambiente de la tienda de la Filarmónica Nacional, pianistas ojeaban con emocionada curiosidad las legendarias ediciones Ekier o Paderewski de la obra de Chopin, disponibles a la venta junto a un variado y pintoresco merchandising: desde espléndidas ediciones facsímiles de los manuscritos chopinianos hasta… ¡un Monopoly temático de Chopin! Mientras tanto, críticos y periodistas comentaban ya el posible desarrollo de la competición, y figuras institucionales conversaban con un entusiasmo que, sinceramente, es difícil encontrar en otras competencias musicales.
Desde esa misma velada inaugural quedó claro que el Concurso Chopin es mucho más que una cita musical: es un auténtico fenómeno cultural y social que Polonia vive con pasión cada cinco años. Las calles de Varsovia lo confirman con carteles, colas frente a la Filarmónica antes de cada sesión y un ambiente de expectación constante. La televisión pública retransmite cada actuación, la radio acompaña día a día y, en paralelo, las entrevistas del propio certamen –los Chopin Talks– amplían su alcance y dan voz directa a los protagonistas.
Tras una exigente selección inicial de 642 inscripciones, 85 pianistas de 20 países fueron admitidos a la fase final. China presentó el grupo más numeroso, con 31 concursantes, seguida de Japón y Polonia, con 13 cada uno. Ya en las primeras rondas del concurso, se alternaron interpretaciones personales y originales con una cierta prudencia generalizada y pocas tomas de riesgo, alimentando los primeros indicios del ya mencionado debate entre críticos y oyentes, a la búsqueda de propuestas más frescas y personales.
Al mismo tiempo, los distintos pianos elegidos por los intérpretes –42 Steinway, 21 Kawai, 10 Fazioli, 9 Yamaha y 2 Bechstein– ofrecieron una amplia paleta sonora, realzada por la acústica de la sala, de mármol y madera dorada: reverberante, envolvente y muy distinta de la nítida y matizada precisión de las retransmisiones en streaming del Instituto Chopin.
Entre las distintas sesiones de pruebas, no era raro encontrarse en el público con personalidades del mundo musical, incluidos antiguos ganadores, que volvían quizá para revivir las emociones de otros tiempos o simplemente invitados a comentar el concurso. Todo ello dentro de un mosaico humano donde se oían conversaciones en distintos acentos y donde la música de Chopin volvía, una vez más, a convertirse en un idioma común.
Más allá de las notas, el Concurso Chopin refleja con fidelidad el espíritu musical de su tiempo, mostrando el desplazamiento geográfico del pianismo internacional, cada vez más orientado hacia intérpretes extraeuropeos. Y si ser un pianista de gran talento no siempre garantiza hoy una carrera sólida, Varsovia sigue siendo un lugar donde se escucha con atención, expectativa y respeto.
El evento se reafirma, una vez más, como un catalizador de la reflexión sobre la interpretación pianística contemporánea, en lo que convence y en lo que suscita mayor controversia. Un auténtico observatorio privilegiado, donde tradición, riesgo y sensibilidad actual se encuentran bajo la mirada atenta –y apasionada– no sólo de un país, sino del mundo entero.
Tras el brillo del escenario, el funcionamiento interno del concurso también merece una mención aparte. En él destaca el papel comunicativo del portavoz oficial del Instituto Chopin, Aleksander Laskowski, así como el apoyo logístico –entre otros colaboradores– del Instituto Adam Mickiewicz, que facilita el trabajo de la numerosa prensa internacional presente en la capital polaca.
Y cuando las luces se apagan en la Filarmónica, queda la certeza de que, en Varsovia, Chopin es, sí, memoria, pero también presente.
Fotografías: Wojciech Grzedzinski [cabecera y ambiente], Krzysztof Szlezak [Eric Lu].
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