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Ópera!: 'Otello' y los celos, ese monstruo de ojos verdes

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Autor: Yolanda Quincoces
16 de mayo de 2015

Alexandre-Marie Colin: Otello y Desdémona (1829)

OTELLO

Por Yolanda Quincoces

   Considerada por muchos la obra maestra de Verdi y la cumbre de su carrera dramática, Otello aúna tradición y modernidad. Es el drama por excelencia, una elaborada y peligrosa mezcla de maldad, traición y celos que llevan a un desenlace fatal. Basada en la obra homónima del gran William Shakespeare, dramaturgo desde siempre admirado por Verdi, el compositor supo poner su música al servicio del texto, creando la ópera con mayor fuerza dramática de su carrera y un nuevo camino para la ópera italiana. La ABAO-OLBE (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera) la presenta como broche final de su temporada 2014-2015 con cuatro representaciones los días 16, 19, 22 y 25 de mayo.

Sinopsis

Ciudad en la costa de Chipre, a finales del siglo XV.

ACTO I

Exterior del castillo.

   La acción comienza directamente, sin obertura. Una rapidísima escala en los vientos y un apoteósico acorde a cargo de toda la orquesta da paso a la tormenta que abre la primera escena. Jago, Cassio, Rodrigo y Montano, junto con soldados y ciudadanos chipriotas observan desde la costa cómo la nave de Otello intenta llegar a puerto en medio de un terrible huracán. El coro ruega por Otello en una monumental plegaria que se mezcla con el ruido en la orquesta de los truenos, las olas y los cañones (Dio, fulgor della bufera!). Otello consigue llegar a puerto, proclamando la victoria sobre el ejército musulmán con su famosísima frase de presentación (Esultate!), de enorme exigencia vocal e imponente tono heroico. El pueblo celebra la victoria y Otello se retira.

   Jago conversa con Rodrigo, quien está enamorado de Desdémona, la mujer de Otello. Le confiesa que él también odia al moro por haber nombrado capitán a Cassio en lugar de a él. La muchedumbre se reúne en torno a una fogata y entona un bello coro que imita el crepitar del fuego a la vez que lo compara con la llama del amor que, igual que crece rápido, rápido se extingue (Fuoco di gioia!). Jago incita a Rodrigo a que haga beber a Cassio. Pronuncia un brindis en forma de canción estrófica (Inaffia l’ugola! Trinca, tracanna!) en el que el acompañamiento de la orquesta, staccato y rítmico, puede entenderse como una descripción musical del progresivo estado de ebriedad de Cassio. Montano entra en escena para llamar a Cassio a la guardia. Por orden de Jago, Rodrigo provoca a Cassio y ambos desenvainan las espadas, pero Montano se interpone y resulta herido. En ese momento llega Otello, alarmado por el ruido. Al ver la situación, y para regocijo de Jago, Otello degrada a Cassio de su puesto. Ordena que socorran a Montano y que todos salgan de allí para quedarse a solas con Desdémona, que acaba de entrar en escena.

   Otello y Desdémona intercambian palabras de amor en un bellísimo dúo formado por breves secciones musicales que se yuxtaponen, culminando en la frase “E tu m’amavi per le mie sventure, ed io t’amavo per la tua pietà”, repetida por Desdémona y entrelazada por ambos personajes en un momento sublime. El acto termina con los tres besos de Otello a Desdémona, mientras Venus aparece en el cielo y la pareja entra abrazada en el castillo.

ACTO II

Sala en la planta baja del castillo.

   La orquesta abre el acto con un breve motivo musical que se repite y que hace referencia a Jago. Éste anima a Cassio a que hable con Desdémona para que interceda por él ante Otello. Su verdadera intención es bien distinta. Cuando Jago se queda a solas inicia su famoso Credo, un monólogo que comienza con una sobrecogedora frase al unísono de toda la orquesta y en el que sale a relucir toda su maldad, mostrándonos al que es probablemente el mayor villano de la historia de la ópera (Credo in un dio crudel…). Tras el solo, Jago espía a Cassio y a Desdémona que hablan en el jardín. Otello entra en escena y pregunta a Jago si el que hablaba con su esposa era Cassio. Jago se hace el inocente y evade las preguntas de Otello, pero le hace creer que Desdémona le es infiel con Cassio.

   Desdémona aparece rodeada de un grupo de hombres, mujeres y niños que le ofrecen regalos y flores al son de la mandolina (Dove guardi splendono raggi…). Cuando termina el coro, Desdémona se acerca a Otello seguida de Emilia, su dama de compañía y esposa de Jago. Pide a su marido que perdone a Cassio y le reintegre a su puesto. Al oír a su esposa hablar de Cassio, el rostro de Otello se nubla. Desdémona le ofrece un pañuelo para secar el sudor de su frente pero el moro lo rechaza y lo arroja al suelo. Emilia recoge el pañuelo y Jago le ordena que se lo entregue. Todos cantan un cuarteto en el que Desdémona pide el perdón de Otello por haberlo ofendido inconscientemente, mientras éste se lamenta por su supuesta pérdida y Jago y Emilia discuten por el pañuelo (Dammi la dolce e lieta parola…).

   Las dos mujeres salen de escena y Jago y Otello retoman su conversación. Otello acusa al alférez de haber arruinado su felicidad con la semilla de la duda y de los celos y se alza en un épico canto en el que lamenta el fin de sus días de gloria (Ora e per sempre addio…). El moro pide violentamente a Jago una prueba de sus palabras y éste le cuenta cómo en sueños escuchó a Cassio pronunciar palabras de amor a Desdémona (Era la notte…). La voz de barítono de Jago cambia momentáneamente para imitar el color de la voz de Cassio. Se trata de uno de los fragmentos más melódicos de la ópera, ofreciendo un contraste musical entre los acontecimientos que están sucediendo y los de la historia narrada por Jago (veremos de nuevo este recurso en la canción del sauce de Desdémona en el cuarto acto). Esta narración ya es suficiente para encender la ira de Otello pero, además, Jago le ofrece una segunda “prueba” jurando haber visto el pañuelo de Desdémona en manos de Cassio. Ante esta nueva revelación, el moro estalla de ira y pide sangre y venganza en una cabaletta a la que más tarde se une Jago (Sì, pel ciel marmoreo giuro!) y que pone fin al acto de manera apoteósica.

ACTO III

Gran sala del castillo.

   Un heraldo anuncia la llegada de los embajadores venecianos. Jago insta a Otello a fingir ante Desdémona hasta que él vuelva con Cassio y tengan más pruebas. El alférez se marcha y llega Desdémona que inicia un dúo con Otello en el que, por un momento, parece que todo está olvidado (Dio ti giocondi, o sposo…). Cuando ella saca a relucir de nuevo el tema de Cassio,  Otello finge encontrarse mal para que Desdémona le ofrezca el pañuelo. Cuando ve que el que le da no es el mismo que él le había regalado, le ordena ir a buscarlo, pero Desdémona cree que sólo es una forma de evitar el tema de Cassio, por lo que le vuelve a insistir, mientras el moro repite una y otra vez “¡El pañuelo!”. Finalmente, Otello acusa a su esposa de ser una “vil cortesana”, lo que ella niega rotundamente. Él retoma por un momento la dulce melodía con la que comenzaba el dúo, sólo para acabar repitiendo su insulto y empujando a Desdémona para que salga de la sala.

   Cuando se queda a solas, Otello canta su monólogo Dio! Mi potevi scagliar, que empieza con frases más o menos recitadas para pasar a una mayor expansión lírica en la segunda parte. Jago vuelve a escena anunciando la llegada de Cassio. Otello se esconde para escuchar la conversación. Cassio viene buscando a Desdémona para pedirle de nuevo que hable en su favor. Jago pide a Cassio que le hable de Blanca, (una mujer que está enamorada de él), en voz lo bastante baja para que Otello no sepa de quién están hablando. Al oírles reír y hablar de “amores fugaces”, da por sentado que se refieren a Desdémona. Cassio saca el pañuelo (que Jago había dejado oportunamente en sus aposentos) y pregunta a Jago por su dueño. Otello ve el pañuelo y obtiene la prueba definitiva. Una trompeta anuncia la llegada de la embajada veneciana y Cassio sale de escena.

   Jago sugiere a Otello que Desdémona muera ahogada, en su cama, “donde ha pecado”. El moro nombra a Jago capitán por sus servicios. Son interrumpidos por las exclamaciones de la muchedumbre que aclama al embajador veneciano, Lodovico. Éste llega con un mensaje que anuncia el nombramiento de Cassio como sucesor de Otello, a quien se reclama inmediatamente en Venecia. Desdémona expresa el deseo de que Cassio y Otello se reconcilien y éste se vuelve amenazante hacia ella, empujándola al suelo. El solo de Desdémona, que empieza con entrecortadas exclamaciones de vergüenza y horror (A terra!... sì… nel livido fango), se va elevando poco a poco en una bellísima frase hasta el si agudo que da paso a un colosal concertante. Con frases intrincadas y melodías cruzadas, todos lamentan la terrible situación, mientras Jago y Otello siguen tramando su venganza. Al final del concertante, Otello maldice delante de todos a Desdémona. En una especie de coda del acto, Otello y Jago se quedan a solas. El moro está fuera de sí y se desmaya entre gritos de angustia. Jago se regodea ante el cuerpo de Otello, el gran león de Venecia ha caído.

ACTO IV

La habitación de Desdémona.

   Desdémona narra a Emilia la historia de una doncella abandonada por su amante que en su tristeza cantaba “la canción sauce”. Este canto (Piangea cantando…), una bella aria de tres estrofas con una frase a cappella que actúa como estribillo (“Oh! Sauce, sauce, sauce…”), es interrumpido varias veces por los comentarios de Desdémona a su dama y el ruido del viento, que llega como presagio de muerte. Cuando acaba la narración, las dos mujeres se despiden y Desdémona se dirige al altar para decir sus oraciones. En una especie de salmodia, recita el Ave Maria, que más tarde deviene en un ruego personal de extraordinaria belleza y dulzura. Desdémona se acuesta y Otello entra en la habitación. Se acerca a ella y la besa tres veces. Desdémona se despierta y ve a su marido, quien le insta a que confiese sus pecados pues ha llegado su hora de morir. Ella, horrorizada, pide piedad y niega amar a Cassio. Otello confiesa que Cassio ha muerto (pues Jago ha encargado a Rodrigo que se encargue de él) e ignorando los gritos de súplica de su esposa, la ahoga con sus propias manos, en medio de un fragor orquestal que se extingue a la vez que la vida de Desdémona.

   Emilia llama a la puerta y entra anunciando la muerte de Rodrigo a manos de Cassio, que aún vive. Desdémona pronuncia débilmente sus últimas palabras desde su lecho de muerte: “Injustamente asesinada…”. Otello confiesa el crimen y Emilia pide socorro. Al oír los gritos entran en la estancia Lodovico, Cassio, Jago y Montano con varios guardias armados. Al mencionar Otello el pañuelo, Emilia descubre la trampa y confiesa que todo ha sido una vil estratagema de Jago, que huye de la sala. Otello, lívido, se acerca al cuerpo de Desdémona y contempla su pálida belleza (Niun mi tema…). Comprendiendo el horror que ha cometido, saca un puñal y se lo clava. Recuperando la melodía del dúo del primer acto, el moro se acerca a rastras a su amada inerte y con su último aliento intenta besarla, cayendo muerto a su lado.

Sobre el autor

Giuseppe Verdi, por Giovanni Boldini (1886)

   Es muchísimo lo que se puede decir del compositor de ópera más popular del siglo XIX y, probablemente, de la historia (tanto que merecería al menos toda una serie de artículos), pero no nos extenderemos. Nacido en 1813, en su juventud disfrutó de la vida musical de su ciudad natal, Busseto, donde compuso algunas piezas para la banda local. En 1832 se trasladó a Milán, donde aprendió de primera mano asistiendo a las representaciones de la Scala, a pesar de que por su edad no fue admitido en el conservatorio.

   Puso en escena su primera ópera, Oberto, en 1839, sin mucho éxito. Sería su tercer título, Nabucco, el que le proporcionaría fama mundial, el primero de una gran carrera en la que vieron la luz nada menos que veintiocho títulos operísticos, entre los que destacan algunos tan populares como Rigoletto, La Traviata o Aida. En sus primeros años de carrera vivió lo que él llamó los “años de galeras”, en los que se vio obligado a trabajar bajo presión. Entre 1847 y 1849 residió en París, donde aprehendió algunas de las novedades musicales europeas y se consagró como compositor internacional. Era partidario de los ideales liberales y del nacionalismo italiano, que plasmó en gran cantidad de sus obras.

   Su obra suele dividirse en dos o tres periodos estilísticos, pero toda ella se puede entender como un viaje hacia la liberación de las rígidas formas de la ópera italiana y la reivindicación del valor dramático de la obra, viaje en el que Otello es la meta.

Sobre la ópera

   Tras el éxito de Aida (1871), Verdi no había vuelto a componer ninguna ópera (aunque sí su Requiem en 1874). Los rumores decían que no volvería a componer, pero su editor, Giulio Ricordi, estaba empeñado en conseguir una nueva ópera del gran maestro. En el verano de 1879, aprovechó una comida en la que tanto Verdi como el compositor y libretista Arrigo Boito estaban presentes, para sacar a la luz el tema de Shakespeare y de Otello, conociendo la debilidad de Verdi por este dramaturgo, al que toda la vida había admirado. Aunque Verdi no se comprometió a nada, Boito comenzó enseguida a trabajar en el libreto de Otello y pronto compositor y libretista iniciaron una colaboración muy estrecha y productiva, dando lugar a una espléndida obra dramática que respetaba absolutamente todo lo esencial del gran drama de Shakespeare.

   La principal diferencia con el drama original estriba en la ausencia del primer acto (la obra original consta de cinco actos), en el que Brabancio, padre de Desdémona, descubre que su hija se ha casado en secreto con Otello. A partir de ahí la acción discurre de manera muy similar en la ópera, aparte de los necesarios recortes que había que realizar a la prosa shakespeariana para adaptarla al terreno operístico. Otello es, en este sentido, todo un logro. Es cierto que algunos episodios pierden fuerza dramática debido al ritmo más lento que la música impone al desarrollo de los acontecimientos, pero esto es compensado con creces gracias a una música que está al servicio del drama y que potencia al máximo la psicología de los personajes. La perversidad de Jago, la inocencia y el carácter etéreo de Desdémona, los celos y arranques de ira de Otello, cuentan con la base de un texto magistral y una caracterización musical excepcional.

   Es ahora, al final de su carrera, cuando Verdi se atreve, por fin, a romper con el lastre de las formas de la ópera italiana, que imponían la composición en números cerrados, con sus correspondientes arias, dúos y cabalettas, de gran belleza musical y lucimiento para los cantantes, pero que suponían un freno al desarrollo de la acción dramática. Tan sólo unos pocos números de Otello, como el final del segundo acto o el Ave Maria del cuarto, se ciñen a estos patrones y, en cualquier caso, están justificados dramáticamente. Las intervenciones solistas no siguen formas preestablecidas sino que se desarrollan en función del texto, en un continuo dramático que mantiene al espectador en continua tensión.

   Pero, a pesar del carácter novedoso de Otello, reconocemos a Verdi en todo su esplendor. Su característico tono heroico en los coros del primer acto y en algunas intervenciones de Otello, contrastando con esos momentos de sublime lirismo que impregnan los solos de Desdémona y el dúo de amor del primer acto, son rasgos inconfundibles del maestro de Busseto. Pero todo ello es utilizado de una forma inteligentísima, siempre con ese sentido dramático presente. Otello recoge la sabiduría adquirida a lo largo de toda una vida, deja atrás prejuicios y convenciones, y abre un nuevo camino, todo ello sin abandonar la tradición.

Fragmento destacado

   Por todo lo antes comentado, es complicado aislar un fragmento de Otello, y que siga teniendo sentido fuera del contexto dramático. El famoso Esultate!, quizá lo más conocido de la ópera, es una breve intervención de tan sólo cuatro versos. El Credo de Jago, por otra parte, imponente dramática y musicalmente, es probablemente el fragmento más potente. El personaje de Desdémona, en cambio, con su inocencia y su aura angelical, aúna la mayor parte de intervenciones de carácter lírico, como es el Ave Maria del último acto. Con la sombra de la muerte a sus espaldas, tras las amenazas y la humillación de Otello ante el embajador de Venecia, Desdémona espera la hora fatal y reza una plegaria cargada de emotividad y humildad. Es, posiblemente, el momento lírico más bello de toda la ópera, de una sutileza y dulzura extremas. Podemos escucharlo aquí en la exquisita interpretación de Renée Fleming.

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