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Crítica: James Gaffigan dirige la «Segunda sinfonía» de Mahler en el Palau de les Arts de Valencia

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Autor: Alba María Yago Mora
13 de febrero de 2023

Crítica del concierto de James Gaffigan con la Orquesta de la Comunidad Valenciana en el Palau de les Arts, dirigiendo la Sinfonía resurrección de Mahler

James Gaffigan y la «Sinfonía resurrección» de Mahler en el Palau de les Arts de Valencia

Gloriosa y desgarradora

Por Alba María Yago Mora
Valencia, 10-II-2023. Palau de Les Arts Reina Sofía.  Orquesta de la Comunitad Valenciana. Soprano: Sydney Mancasola. Mezzosoprano: Jamie Barton. Coro de la Generalitat Valenciana. Director: James Gaffigan. Sinfonía nº 2 «Resurrección», de Gustav Mahler.

   Una orquesta de ensueño, solistas, coro, el Palau de Les Arts con entradas agotadas y James Gaffigan al mando de la monumental Sinfonía resurrección de Mahler: ¿Qué podía salir mal? Ciertamente, no decepcionó de ninguna manera. Gustav Mahler escribió su segunda sinfonía entre 1888 y 1894 y la estrenó en 1895. Debido a las referencias de su visión personal sobre las virtudes del más allá y la resurrección, el compositor le dio el nombre con que hoy se la considera una de las sinfonías más insignes de la historia de la música -y es que incluso una encuesta realizada por la BBC Music Magazine la sitúa como la quinta sinfonía más grande de todos los tiempos-. Una puede entender por qué fue tan popular en la época de Mahler y por qué lo sigue siendo en la actualidad.  

   La música del primer movimiento, Totenfeier, fue apropiadamente sombría y solemne. Gaffigan consiguió enfatizar la sencillez de la música a la vez que subrayó los contrastes. En este movimiento, que es como una pequeña sinfonía (o poema sinfónico), el accelerando -controlado- se mostró instintivo, sin apenas esfuerzo, y el portamento de los violines, así como el crescendo posterior -logrado a través de la expansión de las notas más largas del viento madera- estuvieron perfectamente ubicados. 

   Una brevísima parada para las toses antes del segundo movimiento, Andante moderato, dieron sentido al cambio a un territorio de tonos más suaves. De nuevo, volvimos a disfrutar de las filigranas de los elegantes violines. Este segundo movimiento (con forma de un delicado Länder) fue interpretado de manera sencilla y lenta, como una evocación a un recuerdo de momentos felices en la vida de un difunto - no debemos olvidar que Mahler elaboró ​​un programa para esta música (que luego retiró), diciendo que el primer movimiento representaba un funeral y en el que planteó la pregunta ¿Hay vida después de la muerte?-. Gaffigan se tomó su tiempo para moldear su estructura, pero en ningún momento su interpretación fue demasiado lenta ni pesada. Podría decirse que su dirección fue exactamente como Mahler instruyó: pausada y nunca apresurada. Fue un movimiento realmente hermoso. 

    El estado de ánimo cambió en el tercer movimiento, un scherzo en el que las cuerdas simularon olas embriagadoras, y las descaradas trompetas se encargaron de alterar o agitar ese humor pastoral creado con anterioridad. Mahler llamó al clímax al que se llega en este movimiento -basado en un poema satírico sobre las predicaciones de San Antonio a los peces- un "grito de desesperación" o un grito de muerte, y es que la orquesta llegó a este inesperado grito con un impacto máximo y ejemplar. El neoyorquino le dio los matices apropiados para crear una atmósfera de desesperación sin sentido al mismo tiempo que proporcionó una experiencia auditiva de lo más entretenida. Puede ser que este movimiento sea el más mahleriano de la sinfonía, al estar lleno de patetismo y con ese toque de alegría irónica y juguetona.

James Gaffigan dirige la Segunda sinfonía de Mahler en Valencia

   Y entonces llegó Urlicht (Luz primordial). El conjunto, mediante su interpretación, consiguió transmitir ese deseo de liberación de una vida sin sentido, como un alivio de los males mundanos. Quizás suene demasiado lúgubre, pero en manos de Gaffigan fue encantador e infinitamente fascinante. El canto solista que abrió el movimiento fue extremadamente delicado (y delicioso). Jamie Barton no pudo estar más cautivadora, llena de dolor y de anhelo. Algunas de las frases tuvieron una hermosa intensidad suplicante, más poderosa todavía por el elegante control que mostraba. 

   Después de tan inspirado pesimismo, el movimiento final nos dió, después de más gritos de desesperación, esa esperanza mahleriana de renovación, resurrección y vida eterna. Los metales situados fuera de escena hicieron voltear las cabezas de los allí presentes para localizar el sonido. Lo cierto es que estos metales escondidos mostraron un ritmo siempre impecable a medida que cambiaban de ubicación a lo largo del movimiento, algo que no es minucia en la singular acústica del auditorio. El redoble de los timbales en el corazón del movimiento aumentó hasta alcanzar una dimensión asombrosamente aterradora. Mahler supo desde el principio que quería un gran final coral lleno de esperanza, por lo que eligió las primeras líneas del poema Die Auferstehung (La resurrección) de Friedrich Klopstock para comenzar el movimiento, y completó otras líneas de su propio puño y letra. Esta oda a la resurrección surgió del silencio siguiendo las fanfarrias y el misterioso pájaro de la muerte de la mano de un excelente Álvaro Octavio (flauta) y una más que virtuosa Virginie Reibel (piccolo). James Gaffigan merece, sin duda, toda la confianza por la excelente preparación de la Orquesta de la Comunitat Valenciana y de su coro (titular del Palau de Les Arts y reconocido como uno de los mejores de España). Este, desde su primera entrada con Auferstehen -diabólicamente difícil de interpretar tan piano después de estar sentados durante más de una hora-, consiguió una explosión de sonido en las secciones finales, y demostró una dicción, un control y una afinación ejemplares. La soprano Sydney Mancasola, ubicada al costado superior del escenario junto a la mezzo, se elevó bellamente sobre ellos. El coro, al completo unísono en «Sterben», seguido por el explosivo acorde en «leben» -«¡Moriré para vivir!»– anunció en puro éxtasis el verso final, con campanas y órgano incluidos. 

   Gaffigan transmitió una sensación de confianza y dominio total. Demostró ser un maestro de la sutileza y la estructura, y resaltó todas las gradaciones y la grandeza de la música con una facilidad consumada. Este final nunca dejará de impresionar. Esta declaración gloriosa y conmovedora sobre el poder de la vida sobre la muerte del pasado viernes será recordada durante mucho tiempo.

Fotos: Miguel Lorenzo / Palau de les Arts «Reina Sofía» de Valencia

James Gaffigan y la Segunda sinfonía de Mahler en el Palau de les Arts de Valencia
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