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CRÍTICA: 'OTELLO' DE ROSSINI EN GANTE, BAJO LA DIRECCIÓN DE  ALBERTO ZEDDA

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Autor: Alejandro Martínez
3 de marzo de 2014

EL MORO DE OJOS AZULES

           Por Alejandro Martínez

28/02/2014. Gante. Vlaamse Opera. Rossini: Otello. Gregory Kunde, Carmen Romeu, Maxim Mironov, Robert McPherson, Josef Wagner, Raffaella Lupinacci. Alberto Zedda, dir. musical. Moshe Leiser & Patrice Caurier, dir. de escena.

   La Vlaamse Ópera es una interesante institución con doble sede, en Amberes y Gante, que presenta una temporada breve en títulos aunque dotada de una singular personalidad y atractivo. Así lo confirma la inclusión en su temporada 13/14 de este Otello rossiniano que nos ocupa, ni más ni menos que con Zedda en el foso y con Kunde como protagonista. Palabras mayores. Las expectativas eran altas y quedaron sobradamente colmadas por ambos y por la española Carmen Romeu como Desdémona.

   Vayan por delante los mejores elogios para el maestro Alberto Zedda, que hizo gala de la maestría absoluta que cabía esperar de él en este repertorio, sacando auténtico oro de una orquesta por lo demás modesta, digna, pero que parecía redoblar sus capacidades espoleada por tal batuta. Derrochando energía, firmó un bárbaro concertante al final del primer acto, lo mismo que un vibrante dúo entre Otello y Iago, para rematar con un conmovedor acompañamiento a Desdémona en su canción del sauce. Sencillamente, no se puede dirigir mejor esta partitura. Zedda, dicho sea de paso, piensa retirarse muy pronto, así que pocas serán ya las ocasiones para verle en el foso. Una de ellas, en mayo en el Teatro de la Zarzuela, con un Stabat Mater de Rossini con Albelo, Romeu, Amoretti y Mouriz.

   Un viejo rossiniano como Gregory Kunde volvía por su senda natural para dar vida al moro de raíz shakesperiana. Lo más sorprendente de Kunde no es que haya debutado este año con el protagonista de Grimes y con el Vasco da Gama de L´Africaine, al tiempo que triunfaba con el Otello verdiano; tampoco que en su horizonte esté debutar con Forza y Trovatore; lo más sorprendente es que mantenga entre tanto prácticamente intactas sus capacidades originales para enfrentarse a Rossini. Y es que es un hecho histórico: Kunde es el único tenor de la historia que ha sido capaz de cantar estas dos partes en la misma temporada.

   La verdad es que su Otello fue excitante, vibrante y estilísticamente intachable. Rossini bulle en su sangre y además de cantarlo con dotes insultantes consigue aportarle una faceta dramática nada monolítica. Es cierto que su voz ha perdido ligereza y facilidad para las notas más cortas y algunos pasajes de coloratura más endiablada, pero sigue siendo una voz de las que trasladan una emoción inmediata, casi física. Todavía más en un teatro de pequeñas dimensiones como el de Gante, con apenas quince filas de patio de butacas. La función subía enteros siempre que su Otello estaba en escena. Dejó instantes espectaculares en el vertiginoso dúo con Iago del segundo acto y bordó su última escena con Desdémona en el tercer acto.

   En estas condiciones, a su lado los otros dos tenores parecían minúsculos. Maxim Mironov era Rodrigo. Este joven tenor ruso canta con mucho gusto, como dejó entrever en su impecable intervención a comienzo del segundo acto. Pero la voz es pálida en exceso, a veces minúscula y en todo momento falta de empaque y brío. Es una pálida sombra de Flórez, a veces nada más que un remedo de su imitación. Sin duda, en su caso, hay más cantante que voz. Todo lo contrario que en el caso de Robert McPherson, aquí Iago, dotado de un instrumento con posibilidades, amplio y bien timbrado, pero de emisión sucia, imposible e irregular de principio a fin. Por no hablar de su constante incapacidad para remarcar las páginas más ágiles con solvencia.

   La española Carmen Romeu llegó a esta producción directamente sugerida por Zedda, tras cancelar Jessica Pratt su inicial compromiso con este Otello (al recibir la propuesta de debutar con un rol protagonista en la Scala con Lucia, dicho sea de paso). Romeu no posee unos medios deslumbrantes, tampoco una técnica vertiginosa, pero sí resulta una artista completa, solvente y en conjunto segura y eficaz. Ofrece un material bien timbrado, especialmente en el centro, dotado de buena proyección y lirismo. Su coloratura es aseada aunque sin alardes. No es desde luego su material el de una ligera. Tampoco la parte de Desdémona lo es. De hecho, fue la mezzosoprano española Isabel Colbran quien lo estrenó. Y ha sido una mezzo tan singular como Bartoli quien mejor lo ha defendido durante algunos años. Se trata, en efecto, de un papel con una escritura muy central, a pesar de algunos esporádicos y no sencillos ascensos al sobreagudo. Romeu nos pareció encontrarse muy cómoda con esta vocalidad, pudiendo recrearse en dar suficiente sentido al texto, sin caer en un canto rossiniano demasiado instrumental, y perfectamente respaldada por un Zedda que le servía en bandeja la ocasión de interpretar un papel y no sólo cantarlo. Así las cosas, sin que resultase algo extraordinario, sí fue una Desdémona intachable, que no es poco. Por otro lado, sólo cabe aplaudir cuando una cantante española muestra esta madurez y fiabilidad fuera de casa, pudiendo codearse con nombres como el de Zedda o el de Kunde sin desentonar. Del resto del reparto cabe destacar el Elmiro algo tosco, aunque de medios notables, de Josef Wagner, y la impecable Emilia, por medios, por estilo y por desenvoltura escénica, de la joven Rafaella Lupinacci, una intérprete a seguir.

   La producción de Leiser y Caurier, procedente de Zurich, donde se estrenó en 2012 con Bartoli y Osborn, nos dejó bastante indiferentes. Muy poco ambiciosa, dispone una escenografía de muy poco interés y apenas abunda en una dirección de actores detallada, al contrario, más bien intuitiva. Su única virtud, a nuestro parecer, estriba en un retrato maduro de Desdémona, que no es reducida a una víctima inane y sumisa, sino que es presentada como una mujer con carácter, con personalidad y arrestos para enfrentarse al trío de hombres (Rodrigo, Otello y Elmiro) que pretenden decidir sobre su futuro sin contar con ella. Por todo lo demás, una producción de perfil bajo, que no llega a más porque simplemente no lo pretende.

Foto: Vlaamse Opera / Annemie Augustijns

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