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Crítica: «Otello» en el Teatro Real

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Autor: Raúl Chamorro Mena
23 de septiembre de 2025

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Otello de Verdi en el Teatro Real de Madrid

«Otello» en el Teatro Real

Dignidad sin lustre para abrir temporada

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 22-IX-2025, Teatro Real. Otello (Giuseppe Verdi). Brian Jagde (Otello), Asmik Grigorian (Desdemona), Gabriele Viviani (Iago), Ariam Hernández (Cassio), Enkelejda Shkoza (Emilia), Albert Casals (Roderigo), In Sung Sim (Lodovico), Fernando Radó (Montano/Un heraldo). Orquesta y Coro titulares del Teatro Real. Dirección musical: Nicola Luisotti. Dirección de escena: David Alden. 

  Con Otello (Milán, Scala, 1887) y después de permanecer 16 años sin componer una ópera, Giuseppe Verdi da carpetazo al melodrama italiano, del que ha sido el rey indiscutido y abraza el drama musical, pero con su personalidad -italiana- propia y por otros caminos distintos, por supuesto a los de Richard Wagner. El gran musicólogo italiano Massimo Mila llega a afirmar, que Otello es la primera gran obra del expresionismo en teatro lírico. Y para ello, Verdi se sirve del dominio de la orquestación alcanzado, de los timbres, de la fuerza sonora, como esa tempestad inicial que evoca la Naturaleza como elemento activo en esta fascinante introducción de la obra. Por supuesto, desaparecen los números cerrados tradicionales y su fructífera colaboración con Arrigo Boito se plasma en un continuum musical con un tratamiento vocal también original, pero lógica culminación de ese desarrollo ya concebido 40 años antes en el Macbeth, su anterior adaptación de su adorado Shakespeare. Si al barítono que la estrenó, Verdi le advirtió de manera insólita para la época, que debería atender antes al literato que al músico a nadie puede extrañar, que en su búsqueda de la mayor verdad dramática posible, el tratamiento vocal de Otello se base en una combinación de declamado puro, declamado melódico y cantabilità, pues, por supuesto, Verdi nunca renunció a sus raíces y por tanto, nunca renunció a la melodía y el sentido cantabile, tan italiano. 

   Desde luego, es difícil encontrar un músico que haya evolucionado más que Giuseppe Verdi en su amplísima trayectoria artística. 

   El Teatro Real ha decidido abrir la temporada 2025-2026 con la reposición de la producción de esta obra maestra a cargo de David Alden, ya vista sobre su escenario en 2016. Poco que añadir a lo que ya expresé en aquella ocasión. La puesta en escena es totalmente fallida y no sólo porque el escenario único, árido, “claustrofóbico” y sórdido, sea reiterativo, ingrato a la vista e inadecuado para muchos pasajes de la obra o porque enmarcar la acción a comienzos del siglo XX, lejos de aportar nada, atenta contra la obra. Lo fundamental es que la dirección de actores se mueve entre lo somero y lo torpe y porque no existe caracterización de personajes y cuando la hay, como ese Yago ridículo y de trazo grueso, resulta totalmente errática.

«Otello» en el Teatro Real de Madrid

   Al contrario de lo que piensan algunos, Otello, “el moro de Venecia”, es un personaje humano, un caudillo guerrero victorioso, con orgullo y ánimo sensible y poético, como se demuestra en muchos pasajes de la obra, como el dúo de amor del primer acto. El gran crítico italiano y experto en voces Rodolfo Celletti resaltaba que Otello no es un salvaje, si lo fuera no habría tragedia, porque si un salvaje se comporta como tal y asesina es algo normal. La tragedia radica en que un hombre de esa categoría caiga en la destrucción, el hundimiento psicológico y el asesinato. Yago sabe explotar su inseguridad y complejo de inferioridad, pues piensa que no merece a Desdemona, la belleza blanca, distinguida y aristocrática que se disputan todos los miembros de la alta sociedad veneciana y que, sin embargo, lo ha elegido a él. El personaje es complicadísimo tanto en lo vocal –exige un tenor dramático de verdad con centro amplio y bien armado y graves sólidos, junto a fulgurantes ascensos al agudo- como en lo interpretativo. 

   Las voces de fuste, de genuino rango dramático, no han sobrado nunca, pero escasean hoy día especialmente.  De tal modo, un tenor lírico con cuerpo y cierta potencia vocal como el estadounidense Brian Jagde se pasea por los teatros más importantes con el repertorio spinto y dramático. A estos papeles, el neoyorkino suma ahora el temible de Otello, que debuta en estas funciones en el Teatro Real. El material de Jagde es de calidad, más sonoro que bello, pero desguarnecido en el grave y con cierta aridez tímbrica en el centro, a pesar de su redondez y consistencia. Es en la zona alta donde gana brillo. La pronunciación y articulación del italiano es pésima y aunque el neoyorkino ofreció algún buen detalle como ese “Venere splende” del final del primer acto en pianissimo, carece -aún- tanto de la variedad del fraseo como de acentos y matices para tan grandioso papel. Asimismo, en lo interpretativo -aspecto en el que hubiera necesitado la guía de la dirección de escena y no la caracterización como una especie de niñato arrogante y enfurruñado que prevé Alden- Jagde carece -de momento- de resortes dramáticos para perfilar el personaje, como pudo apreciarse en un inane monólogo “Dio mi potevi scagliar”, pasaje fundamental. Eso sí, no se puede discutir la entrega sincera, tan típica de los cantantes norteamericanos- que originó cierta emotividad en muy determinados momentos. Por tanto, una interpretación insuficiente, pero digna, de tan exigente papel y con mucho margen de mejora en el futuro. 

«Otello» en el Teatro Real de Madrid

   Subrayaba Giuseppe Verdi, que la parte de Yago, excepto determinados pasajes, podría cantarse toda a media voz. El alférez mueve todos los hilos de la trama y, tanto si encarna una maldad metafísica, o bien impulsada por la envidia, el resentimiento o el odio al sentimiento amoroso, se sustenta sobre la sutilidad, unos modos sinuosos expresados con cordialidad y elegancia, sin rastro de exageraciones ni efectismos. Por eso resulta creíble al inocular el veneno de los celos en el alma de Otello y acusar de adulterio a una criatura tan angelical como Desdemona. Sin ningún interés resultó el Yago ofrecido por el barítono italiano Gabriele Viviani. Monocorde, aburrido, ayuno de matices y de acentos. Un Yago de trazo grueso -con la complicidad de la dirección escénica- apoyado en una voz de cierta sonoridad, pero carente de belleza y nobleza. No se puede cantar el sueño de Cassio del segundo acto, que Verdi quería susurrado, en un mezzoforte bastorro, además de ser incapaz de emitir una media voz en toda la velada. 

   La soprano lituana Asmik Grigorian es una de las sopranos punteras de la actualidad, pero sobre todo por sus dotes de animal escénico. Sin embargo, Desdemona es un papel para una excelsa vocalista -también lo destacaba Verdi-, que en lo interpretativo representa la mujer devota, angelical, refinada, candorosa e ingenua -quizás demasiado. La Grigorian es una soprano lírica con un timbre que todavía suena sano a pesar de haber abordado últimamente papeles como Turandot o Lady Macbeth. La emisión es ortodoxa, el timbre terso y homogéneo, pero no especialmente bello. La lituana es una cantante de escuela, qué duda cabe, como demostró en su gran escena del último acto -canción del sauce y Ave María- bien delineada, con algunos filados de factura, pero no es una vocalista excepcional. Su canto es más correcto y situado dentro de la urbanidad canora, que paradísiaco. Personalmente, me quedo con el acto tercero de la Grigorian, en el cual sacó su garra y sus dotes dramáticas en el dúo con Otello –la fuerza del “Casta io son” expresado a la cara de Otello con dignidad y determinación; el “Esterrefatta fisso”- y en el concertante final. 

«Otello» en el Teatro Real de Madrid

   Correcto el Cassio de Airam Hernández, más por el grato timbre que por sutilezas canoras. La veterana Enkelejda Skkoza todavía produce importante sonoridad, además de ser capaz de hacerse notar, tanto vocal como escénicamente en el gran concertante del tercer acto. Gris el Lodovico de In Sung Sim. Cumplieron Albert Casals y Fernando Radó en sus intervenciones.   

   Dirección solvente, con oficio y decoroso acabado, de Nicola Luisotti, que no ahorró decibelios en muchos pasajes y presidió un discurso orquestal competente, pero sin aristas; coherente, pero sin perfilar atmósferas, suficientemente teatral, pero sin crear genuinos y sugerentes clímax. Aceptable sonido de la orquesta sinfónica de Madrid. Notable el coro desde la tempestad inicial, por empaste, potencia y amplitud sonora. 

Fotos: Javier del Real / Teatro Real

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