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Crítica: Pablo González dirige la «Misa Glagolítica» de Janacek con la Orquesta y Coro de RTVE

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Autor: Óscar del Saz
17 de octubre de 2022

El Teatro Monumental acoge un concierto de la Orquesta y Coro de RTVE bajo la dirección de Pablo González, con obras de Janacek y Núñez Hierro en el programa

Pablo González y la OCRTVE en el Monumental

El paganismo y lo natural se dieron la mano

Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 14-X-2022. Teatro Monumental. Concierto B2. Raíces. Obras de Nuria Núñez Hierro (1980) y Leoš Janácek (1854-1928). Gun-Brit Barkmin (soprano), Marie Luise Dressen (mezzosoprano), Ludovit Ludha (tenor), Wojtek Gierlach (bajo). Orquesta Sinfónica de RTVE. Marco Antonio García de Paz, director del Coro de RTVE. Pablo González, director.

   La Misa Glagolítica siempre se ha encontrado entre las músicas que más interés despiertan entre las que se programan, por mor de su rara belleza y arrolladora fuerza connatural a su espíritu siempre cercano a un paganismo –el de las fuerzas de la naturaleza– que nos retrotrae a nuestros ancestros y nos hace sentir ese placebo de la forma arcaica, la reminiscencia y la autenticidad, que raramente se produce en otras obras. 

   Seguramente contribuyan a ello su poderosa y original orquestación junto con las tensiones-distensiones diseñadas a lo ancho de la partitura, los tratamientos rítmicos y armónicos –marca de la casa–, pegados muchas veces a lo popular, así como la introducción de la fonética del alfabeto glagolítico –forma arcaica del eslavo eclesiástico y precursora del cirílico–. También influyó en la cristalización del resultado la experiencia vital acumulada en los 72 años cumplidos por el autor al terminar la obra, y el que nunca se concediera dejar de ser ateo, sustituyendo ese descreimiento en un Dios por el de un exacerbado patriotismo que se reflejó en varias de sus composiciones.

   La obra, de nueve partes en total, aunque mantiene una estructura paralela a la de una misa al estilo latino-romano, está llena de contrastes formales y estilísticos que pendulan entre lo dramático, lo ampuloso y lo augusto, y donde la belleza lírica impregna tanto al coro como a los cantantes solistas. El Coro de RTVE, preparado por el maestro Marco Antonio García de Paz, con 68 efectivos, demostró un muy completo dominio de la obra, con una muy clara dicción en todas las secciones y un muy valorable empaste, aplicando fuertes dosis del dramatismo comentado o -cuando aplicaba- una pureza de canto muy bien pergeñada en los acordes de la escritura eslava en la que también lucen los corales sin intervención orquestal, con pianos meritorios y crescendi bien construidos. 

Pablo González dirige Jaceck y Hierro con la Sinfónica de RTVE

   Destacamos, sobre todo, la labor de la cuerda de los tenores, que siempre se mostraron arrolladores y heroicos –sobre todo en las partes rápidas–, o con dulces mimbres y sutiles matizaciones, según la ocasión. El resto de las cuerdas, se manifestó con menos arrojo y menor presencia sonora, sobre todo en la sección de bajos, donde quizá echamos en falta algún componente más o una más contundente proyección del sonido puesto en juego. 

   Rayaron a mucha menos altura los cuatro solistas convocados, muy lejos de tener prestaciones operísticas, tan necesarias para esta obra. Es el tenor el que tiene el mayor número de intervenciones, y además son las más comprometidas dado que siempre tiene que cantar en la zona aguda. Ludovit Ludha, aun con aspecto de estar desgañitándose de forma ostensible, contó con unos medios vocales escasos en volumen y densidad sonoras, con agudos muy clareados y escasa profundidad en todo lo que le pudimos escuchar, ya que algunas veces fue engullido por el sonido de la orquesta. 

   La soprano alemana Gun-Brit Barkmin, con suficiente volumen para acometer sus partes, resultó de voz avejentada, disfónica, de emisión velada y con feos agudos desabridos, guturales y desguarnecidos. La mezzosoprano inicialmente convocada, Anna Lapkovskaja, fue sustituida por su colega Marie Luise Dressen, que interviene escasamente en un par de frases en la obra, y que también resultó escueta en decibelios. En cuanto al bajo, Wojtek Gierlach, en sus escasas intervenciones, dio la sensación de una voz sana, asentada y flexible, quizá escasa de proyección, de timbre y de pegada, con un color menos broncíneo que el deseable para esta obra.

   Pablo González consiguió una versión muy brillante de la obra, pulsante, enérgica y siempre proactiva y por delante de todos, tanto en las fanfarrias iniciales como en la contemporización de las dinámicas para hacer transparentes todas las gradaciones de los volúmenes de orquesta y coro, sobre todo en el Kyrie y el Agnus, así como el denuedo en el cuidado de los balances y la ejecución de los acentos o la cimentación de las armonías más graves de la orquesta, cuidando muchísimo el empaste de la cuerda aguda tocando en esa tesitura.

Pablo González y la OCRTVE

   Su máxima de «a veces menos es más» en cuanto a gestualidad se refiere fue un plus, así como la idea de extraer un terceto de vientos-madera y ponerlos a tocar en interno con el resultado de un bello sonido desubicado. Destacable fue también la intervención al órgano de parte de su solista, Silvia Márquez, que sin llegar a ser una parte virtuosista, sí necesitó de unas altas dosis de maestría en la digitación en los teclados para hacer mostrar un discurso sonoro de un «caos» sin respiro que sobreviene de los cielos. La única pega que debemos señalar es que se notó demasiado la artificial amplificación del instrumento, lo que restó redondez sonora a la ejecución. 

   Como primera obra de la velada, y con una duración alrededor de los 20 minutos, se interpretó Enjambres, de la afamada compositora jerezana Nuria Núñez Hierro, estreno absoluto y obra ganadora del XXXIX Premio Reina Sofía de Composición Musical, en colaboración con la Fundació de Música Ferrer-Salat. El título hace alusión a las dinámicas presentes en los conjuntos de seres vivos que existen en la naturaleza -como las abejas- y que se recrean con una gran orquesta, temática que le interesó siempre -dado que estudió veterinaria, compaginándola con sus estudios musicales- y que la creadora ha trasladado a un lenguaje musical muy efectista y personal, basado en la síntesis de nuevos sonidos, timbres y una orquestación muy particular. 

   De esta forma, Núñez Hierro entiende que «la música se compone tomando como punto de partida estas relaciones [entre los instrumentos de la orquesta] para tejer geometrías sonoras vivas, como pequeños organismos que proporcionan coordenadas a nuestro oído creando una vasta red de conexiones formales que moldean la memoria de cada oyente». Si algo es interesante para el espectador, dado que música y performance se funden en esta obra, es descubrir visualmente cómo se está creando el original sonido que está escuchando. 

   Así ocurre –al sorprendido escuchante– cuando se producen los sonidos utilizando elementos aparentemente incompatibles, como es tocar los platillos o el gong pasando por sus bordes un arco de un violonchelo, o percutir directamente sobre los tubos que se encuentran debajo de una marimba, lo cual –y a nuestro entender– no dejan de ser «trucos sonoros» de la física del rozamiento, aunque en el argot de este tipo de composiciones se denominen «técnicas extendidas».

   En cuanto al discurso de la obra es, en realidad, sencillo ya que se basa en una actividad energética –si bien, inteligente, porque representa a organismos que cooperan entre sí–, que se agota y se regenera de forma dinámica y cíclica, sobre un sustrato construido por la cuerda aguda y sobre el que se construye lo comentado arriba por la percusión y el resto de los instrumentos de la orquesta, que juegan a un protagonismo diversificado –pero conexo y cooperante– por familias. 

   Nos queda la duda, de cuál es la dirección hacia la que se dirige la música, de cuál es el mensaje, y de cuál es el papel del director –la pregunta nos surgió observando lo que Pablo González hacía– además de marcar los compases, o limitarse a controlar los acentos y las dinámicas que se supone está acotadas en la partitura-, a la hora de comunicar las sensaciones o la emotividad al escuchante. Sea como fuere, la obra creemos que no dejó indiferente a nadie y el público asistente supo valorar la gran interpretación que de ella hizo la Orquesta de RTVE en la visión de Pablo González, que recogió –junto con Nuria Núñez– un salva de medidos aplausos del respetable. 

   Pablo González tuvo un gran éxito y fue muy aplaudido en ambas obras, tanto por el público como por la Orquesta de RTVE y él –en correspondencia– hizo levantar por secciones a todos los profesores de la orquesta y saliendo varias veces a saludar. Es evidente que la Orquesta tuvo también uno de sus mejores días y nosotros estamos convencidos que esas evidentes sinergias y complicidades entre orquestas y directores nunca son casuales.

Fotos: Facebook OCRTVE

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