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Crítica: Paolo Arrivabeni dirige «Demetrio e Polibio» en el Festival Rossini de Pésaro

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Autor: Raúl Chamorro Mena
23 de agosto de 2019

Rossini abre el camino de la gloria

Por Raúl Chamorro Mena
Italia. Pésaro. 18-VIII-2019. Rossini Opera Festival. Teatro Rossini. Demetrio e Polibio (Gioachino Rossini). Jessica Pratt (Lisinga), Cecilia Molinari (Siveno), Juan Francisco Gatell (Demetrio-Eumene), Riccardo Fassi (Polibio). Coro del Teatro della Fortuna Mezio Agostini de Fano. Orquesta Filarmónica Gioachino Rossini. Dirección musical: Paolo Arrivabeni. Dirección de escena: Davide Livermore

   En el año 1812 se produce la gran eclosión de la carrera como compositor, iniciada hace muy poco, de Gioacchino Rossini  y que le llevará enseguida a la cima de los músicos italianos, así como a una fulgurante proyección internacional. Ese año se producen, nada menos, que seis estrenos de óperas rossinianas, de muy diversos géneros y estructuras. Una de ellas es un trabajo experimental que tiene su origen en su época adolescente en Bolonia, Demetrio e Polibio, que por fin se estrena en Roma el 18 de Mayo de 1812 sin la presencia ni supervisión de Rossini, algo insólito en su trayectoria. Estamos ante un encargo de aquellos años boloñeses de Domenico Mombelli, tenor, compositor y director de su propia compañía en la que formaban parte sus hijas, imprescindible pareja de soprano (Ester) y contralto músico (Anna).


   Rossini, que probablemente «se entendía» con alguna de las dos hermanas (o con las dos; «per quanto ancora ragazzo giá da allora ero un fervente ammiratore del bel sesso» le confesaba años más tarde a Ferdinand Hiller) recibió de Domenico el encargo de componer una ópera sobre texto de su segunda esposa Vincenzina Viganò Mombelli, hermana del legendario bailarín Salvatore Viganò. Su primera esposa fue nada menos que Luisa Laschi, primera Condesa de Las bodas de Figaro. A falta de manuscrito autógrafo y como recogen los espléndidos artículos de Daniele Carnini (autor de la edición crítica) y Bruno Cagli (fallecido el pasado Noviembre y a cuya memoria –junto a la de Montserrat Caballé- se dedica la edición de este año del Festival) en el imprescindible, como siempre, libreto-programa editado por el ROF, no tenemos constancia hasta que punto Demetrio e Polibio es una creación íntegra de Rossini. Lo más probable es que sea una obra que combine música del cisne de Pesaro, del propio Domenico Mombelli y de algún otro, lo que era normal en la Ópera italiana de la época (1810-1820) en que regía un constante fluir de material de una ópera a otra y de un compositor a otro. El concepto de «autenticidad» y de compositor como autor de una integral de obras son conceptos posteriores. No disponiendo de datos precisos, se puede fijar la composición de Demetrio e Polibio entre 1808 y 1810, es decir entre los 16 y 18 años de su autor. Entre grata música de clara filiación settecentesca encontramos pinceladas del genio como el duetto Lisinga-Siveno del primer acto, cuya autoría rosiniana certifica el hecho de que fue reutilizado por el autor en títulos posteriores y el magnífico cuarteto del segundo "Donami omai Siveno", única página de la que se conserva un autógrafo. Asimismo, son un claro ejemplo del talento en la escritura para la voz de quien explotó a fondo las posibilidades de la misma, las dos arias de Lisinga, la del primer acto y, sobre todo, la del segundo «Superbo, ah! Tu vedrai» dedicadas a Ester Mombelli, que de hecho tuvo una carrera más larga que su hermana Anna y llegó a ser la primera Madama Cortese de Il viaggio a Reims en 1825, prueba de que Rossini mantuvo firme a lo largo de los años su consideración por ella. La distribución en sólo 4 personajes (aunque constan ediciones con seis) se adaptaba perfectamente a la compañía familiar de los Mombelli.


   Jessica Pratt asumió el citado papel de Lisinga en este regreso al ROF de esta primera ópera compuesta por Rossini. Su sonido, que se perdía en el Palau de les Arts de Valencia con ocasión de la Lucia que encarnó hace un par de meses, corre sin problema en un teatro pequeño y coqueto como el Rossini. Asimismo, se permitió añadir abbellimenti, variaciones y sobreagudos a una escritura ya profundamente virtuosística, lo cual en belcanto es saludable siempre que se haga con buen gusto y fondo musical. Junto al legato de buena escuela y capacidad para regular el sonido que acreditó la Pratt, realizó toda una exhibición de coloratura aérea, en la que se desenvuelve mucho mejor que en la picado-ligada, así como de notas sobreagudas, bien es verdad que no todas precisas y alguna con un punto de acidez. Estratosféricas fueron las notas picadas sobreagudas en su aria del primer acto y deslumbrante la facilidad para moverse en el alambre del más difícil todavía en su gran escena del último acto, en la que a falta del elemento heroíco e la pieza, la Pratt sí acreditó esa abstracción propia de la agilidad etérea y volátil.

   Cecilia Molinari, que cuenta con un centro cálido y atractivo, aunque el grave desguarnecido impide su catalogación como contralto, demostró en su caracterización in travesti de Siveno ser una cantante indudablemente sensible, musical y con una articulación impecable, además de juvenil y desenvuelta en escena. Demetrio-Eumene es un papel más bien central sin esos viajes al sobreagudo que uno asocia a los tenores Rossinianos (el veterano Domenico Mombelli tampoco estaría ya para muchas exhibiciones). El argentino Juan Francisco Gatell demostró adecuación estilística, emisión ortodoxa, aunque con esa leve guturalidad propia de las voces sudamericanas y con algunas notas que recordaron a su compatriota Raúl Giménez, que fue acreditado tenor Rossiniano. El timbre de Gatell no es particularmente bello, pero sí demostró buen sentido del canto y compostura en el fraseo. El joven bajo Riccardo Fassi cuenta con un material apreciable, pero aún debe afianzarse técnicamente, liberar totalmente el sonido y apuntalar el fraseo.

   El veterano Paolo Arrivabeni garantizó al frente del foso oficio, ligereza y buen acompañamiento al canto, aunque faltó un punto de chispa y de refinamiento. Buena prestación de la orquesta y el coro del Teatro della Fortuna de Fano. La producción de Davide Livermore se estrenó en el ROF en 2010 con el protagonismo en el papel de Lisinga de la soprano española María José Moreno. La acción transcurre entre las cajas y dependencias de un teatro, donde aparecen por la noche y se desenvuelven cual fantasmas los personajes, acompañados del vestuario de la compañía, de unos extraños juegos de espejos y presencia constante de llamas. No termina de quedar claro a dónde quiere llegar el montaje y si tiene algo más que esa idea, pero permite seguir la trama tan feble y llena de situaciones tópicas como el libreto de cualquier ópera seria de la época.

Foto: Festival Rossini de Pésaro

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