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Crítica: El «Parsifal» de Pablo Heras-Casado en Bayreuth

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Autor: José Amador Morales
2 de septiembre de 2023

Crítica de la ópera Parsifal de Wagner, dirigida por Pablo Heras-Casado en el Festival de Bayreuth

«Parsifal» de Wagner, dirigida por Pablo Heras-Casado en el Festival de Bayreuth

Muchas gafas y pocas nueces


Por José Amador Morales
Bayreuth, 23-VIII-2023. Festspielhaus. Richard Wagner: Parsifal. Andreas Schager (Parsifal), Georg Zeppenfeld (Gurnemanz), Ekaterina Gubanova (Kundry), Derek Welton (Amfortas), Tobias Kehrer (Titurel), Jordan Shanahan (Klingsor), Siyabonga Maqungo, Jens-Erik Aasbø (Caballeros del Grial), Betsy Horne, Margaret Plummer, Jorge Rodríguez-Norton, Garrie Davislim (Escuderos), Evelin Novak, Camille Schnoor, Margaret Plummer, Julia Grüter, Betsy Horne, Marie Henriette Reinhold (Muchachas flor), Marie Henriette Reinhold (Contralto solista). Coro y Orquesta del Festival de Bayreuth. Pablo Heras-Casado, dirección musical. Jay Scheib, dirección escénica.

   El Festival de Bayreuth ha sido inaugurado en este 2023 con una nueva producción de Parsifal para la cual se ha contado con las direcciones de Jay Scheib a nivel escénico y la de Pablo Heras-Casado en el musical, que parecen haber mantenido una gran complicidad en cuanto a criterios y demás aspectos artísticos de la producción. No obstante, como espectadores no podemos dejar de subrayar el gran tedio y falta de interés general de una propuesta que nos ha llevado a echar mucho, muchísimo de menos la inolvidable propuesta de Uwe Eric Laufenberg en el anterior Parsifal bayreuthiano que ya comentamos para Codalario en 2017 y 2018 (y Raúl Chamorro en su última reposición de 2019). 

   Comencemos por decir que las célebres gafas 3d, que a bombo y platillo se anunciaron como el no va más de la innovación en materia de puestas en escena operísticas, no aportan absolutamente nada salvo contratiempos (había que ir al Festspielhaus para personalizar los ajustes necesarios la misma mañana de la representación), incomodidades (las gafas estaban conectadas por cable a un dispositivo situado bajo el asiento y tenían una temperatura elevadísima) e incompatibilidades (en demasiados momentos la figuración digital impedía ver la escena). A nivel creativo, asistimos a un continuum de imágenes en bucle que van pululando en el espacio tridimensional existente entre donde está situado el espectador y el escenario, si bien nunca en relación directa con lo que se está representando en ese momento. Dicho de otra forma, la sensación es como de estar ante un fondo de pantalla de un ordenador y con una resolución bastante arcaica, como de videojuego de los ochenta. Así pues, al principio del primer acto se nos presentaba un fresno seco en movimiento y posteriormente una sucesión de insectos voladores y pájaros (polillas, moscas, avispas, gracos, los inevitables cisnes, cuervos, murciélagos, gaviotas…) y perfiles humanos durante la consagración; el segundo acto daba comienzo con cráneos que dieron paso a gran cantidad de árboles y, por supuesto, flores a cascoporro; el tercer acto fue toda una sucesión de objetos de basura (botes, baterías, cajas…), armamento y, finalmente, miembros humanos. En definitiva, una continua distracción totalmente prescindible.

«Parsifal» de Wagner, dirigida por Pablo Heras-Casado en el Festival de Bayreuth

   No sabemos si fue una suerte para el resto de espectadores la imposibilidad de disfrutar de la innovación tecnológica, ya que este estaba reservado a unas trescientas personas situadas en las cuatro últimas filas. En la escena todo parecía de partida aséptico, pobre y estéticamente muy feo. Todo ello además con una alarmante escasez de ideas pues la dirección de actores era prácticamente inexistente y la iluminación fría y monótona. Ambientado en una supuesta distopía, se nos presenta una ecosociedad futura en la que todos visten con material reciclado. Aún así la escenografía es mínima, por momentos casi infantil: en el primer acto solo vemos una torre metálica, un charco y una pantalla sobre la que se proyecta un video en tiempo real en el que, nada más comenzar el preludio, vemos cómo Gurnemanz tiene relaciones sexuales con Kundry (una vez más parece que el recurso del vídeo y del sexo es condición elemental para que una producción adquiera carta de extrema modernidad). En el segundo volvemos a tener el charco y el vídeo y todo parece una pesadilla de colores en tonos fríos que recuerda no poco al mundo de Pandora en Avatar. El último acto, volvemos a tener el charco con un enorme buldozer oxidado y abandonado. Y el Grial es una piedra a manera de criptonita que Parsifal rompe en la escena final…

   Al igual que señalábamos en  nuestro comentario al Tannhäuser de esta edición, aquí también parecía encajar el espíritu escénico con el del foso. Y es que Pablo Heras-Casado ofreció una lectura plana y excesivamente blanda de la última partitura wagneriana, carente de intensidad y sin atisbo alguno del continuo juego tensión-distensión presente en la misma. Con tempi más bien ágiles y dilatados silencios, Heras-Casado logró momentos de interés en un segundo acto de cierta dimensión teatral así como con el refinamiento casi camerístico de la escena de las muchachas flor.  No obstante la batuta del granadino parecía ser ajena a la personalidad acústica del Festspielhaus, para el cual fue compuesta la obra, y adoleció de un errático sentido del color. Para cuando Gurnemanz entona su acción de gracias en el tercer acto («O Gnade! Höchstes Heil!, O Wunder! Heilig hehrstes Wunder!»), el clímax fulgurante e intenso que le acompaña, a esas alturas inesperado, por contra nos hizo caer en la cuenta de todo lo que se había dejado por el camino hasta ese momento.

«Parsifal» de Wagner, dirigida por Pablo Heras-Casado en el Festival de Bayreuth

   Vocalmente este Parsifal bebía de las apuestas esenciales de la anterior producción.  Andreas Schager se hacía cargo a última hora del rol titular lo que le ha llevado a enfrentarse al mismo junto a los dos Siegfried de El anillo del Nibelungo (tras la cancelación de Stephen Gould previsto para la última jornada de este). No en vano, al día siguiente de esta representación interpretaba Siegfried y, al contrario, al día siguiente de El ocaso de los dioses volvía a encarnar Parsifal. El tenor austríaco en principio presenta una voz un tanto ligera pero que expande y proyecta a placer. En base a una musicalidad y entrega incuestionable, consigue caracterizar y dar con justeza dramática su personaje, como en el clímax de su «Amfortas! Die wunde!», donde se gustó fraseando con indudable buen gusto y sensibilidad. Georg Zeppenfeld se ha convertido en figura esencial en la última década del festival wagneriano, alcanzando sus principales éxitos como Hunding y, precisamente, un Gurnemanz que encarnó en la línea del que vimos en 2017 sobre el mismo escenario, aunque aquí un punto menos cómodo seguramente debido a la batuta. Zeppenfeld no posee una materia prima descomunal en cuanto a volumen ni en cuanto a una especial rotundidad, pero su timbre es muy personal y su fraseo elegante e incisivo.

   Ekaterina Gubanova hizo una actuación en la línea de su Venus, luciendo sus mejores bazas, esto es, homogeneidad vocal y musicalidad. Sin embargo, la tesitura extrema de Kundry le puso en aprietos en no pocas ocasiones, particularmente en un registro grave demasiado escueto, lo que le permitió recrear los claroscuros del personaje sólo parcialmente. Bastante contundente Derek Welton en un entregadísimo Amfortas al que encarnó con acertada expresión dramática a despecho de un instrumento sin especial entidad. Por su parte, Jordan Shanahan cumplió con un Klingsor un tanto anodino mientras que Tobias Kehrer fue un Titurel de conveniente sonoridad en el registro grave. Los coros del festival, de empaste y sonido bellísimos, al igual que la orquesta, acreditaron su fama ancestral.

Fotos: Enrico Nawrath / Festival de Bayreuth

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