Ángeles Blancas y Antoni Lliteres como Pepita Jiménez y Luis de Vargas. Foto: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Pepita Jiménez, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, con dirección escénica de Giancarlo del Monaco y musical de Guillermo Garcia Calvo
Ángeles Blancas y Antoni Lliteres como Pepita Jiménez y Luis de Vargas. Foto: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
Pepita Jiménez de Albéniz versión Sorozábal
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 1-X-2025, Teatro de la Zarzuela. Pepita Jiménez (Isaac Albéniz), Versión de Pablo Sorozábal. Angeles Blancas Gulín (Pepita Jiménez), Antoni LLiteres (Don Luis de Vargas), Ana Ybarra (Antoñona), Rodrigo Esteves (Don Pedro de Vargas), Rubén Amoretti (Vicario), Pablo López (Conde de Genazahar), Josep Fadó (primer oficial), Iago Garcia Rojas (segundo oficial). Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Guillermo Garzía Calvo. Dirección de escena: Giancarlo del Monaco.
Isaac Albéniz es, sin duda, una de las grandes figuras de la historia de la música española, aunque resulta, fundamentalmente, su obra para piano la que atesora mayor difusión internacional con esa cumbre de la escritura para el teclado que constituye la Suite Iberia.
Encuadrado sin ambages en el nacionalismo musical, después de unos primeros pasos en el Teatro lírico con alguna zarzuela como San Antonio de la Florida, cultivó la ópera, insertándose con ello en el eterno asunto de la ópera española, de la mano del banquero y libretista británico Francis Money-Coutts.
Una de estas óperas se basa en la famosa novela de Juan Valera, Pepita Jiménez, que narra la pasión entre una joven viuda y un seminarista a punto de ser ordenado sacerdote e hijo del hombre con quien está prometida.
El tenor Antoni Lliteres pone voz al joven seminarista Luis Vargas. Foto: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
Esta obra soporta las más diversas versiones, en uno y dos actos y con libretos -el original es en inglés- en los más variados idiomas. En los últimos 30 años, se ha ofrecido en el Teatro de la Zarzuela en 1996, versión en dos actos con libreto traducido al español, con dirección musical de Josep Pons, escénica de LLuis Homar y protagonismo de María José Montiel. Posteriormente, los Teatros del Canal en 2013, versión en dos actos con libreto original en inglés en edición de Borja Mariño, puesta en escena de Calixto Bieito, dirección musical de José Ramón Encinar y Nicola Beller Carbone como Pepita.
En esta ocasión se ofrece la versión e intervención que sobre libreto y música realizara Pablo Sorozábal, devoto admirador de Albéniz, en 1964 para el primer Festival de Ópera de Madrid con protagonismo de los excelsos Pilar Lorengar y Alfredo Kraus. Concretamente, se interpretó la edición revisada por parte de Sorozábal para la grabación discográfica de 1967 con Teresa Berganza y Julián Molina. En la adaptación del gran músico donostiarra, a diferencia de la novela, la protagonista se suicida consumida por el amor que le devora.
En Pepita Jiménez Albéniz demuestra el escaso sentido dramático que afecta a todas sus obras para el teatro, así como una escritura para la voz de poco interés, crispada, desaforadamente onerosa para los cantantes. Emerge, por tanto, la espléndida orquestación, en la que el músico de Camprodón combina el folklore y esencias de la música española con las corrientes europeas de la época y el “obligado” tributo a Wagner.
Desde su entrada en el escenario, Angeles Blancas puso en juego su talento dramático e intensidad teatral, pero no pareció cómoda en ningún momento en el aspecto vocal. La pesantez de un instrumento que sonó demasiado maduro para su parte y la aguda tesitura jugaron en contra, escuchándose demasiadas notas agrias y forzadas. Ahí queda como no, su entrega y compromiso dramático.
Antoni Lliteres sustituyó a Leonardo Caimi en esta función de estreno. El tenor balear, de línea canora irregular, tosco, pero arrojado, fue capaz de solventar mal que bien la tremenda escritura de su parte incluyendo una frase en falsete en el aria del último acto “Aquí la conocí”, que introdujo Sorozábal en la revisión de 1967.
Ángeles Blancas y Ana Ibarra en Pepita Jiménez. Foto: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
La Antoñona de una tremolante Ana Ibarra resultó mucho mejor en lo escénico que en lo vocal. Sólido, pero de timbre gris y atenorado el Don Pedro de Rodrigo Esteves. Acentos intencionados, como siempre, los de un vocalmente desgastado Rubén Amoretti.
Guillermo García Calvo mostró mando, orden y organización en su dirección musical, pero su discurso orquestal discurrió ajeno al escenario y a aquéllos que lo pisan, sin equilibrio, falto de articulación, sin diferenciación de planos y en muchos pasajes demasiado estridente.
La puesta en escena de Giancarlo del Monaco no tiene casi nada y no llega ni a “faena de aliño” por parte del veterano regista, pues a pesar de lo que ha expresado en entrevistas y declaraciones, no dio la sensación de que la obra le estimule excesivamente. La escenografía de Daniel Bianco se basa en una plataforma giratoria con escaleras más vista que el TBO, que termina convirtiéndose en símbolo de prisión para Pepita, y que llega un momento que da más vueltas que un Tiovivo, provocando molestia visual y auditiva, dado los ruidos de cada giro. Por lo demás, los artistas deambulan por allí hasta el dúo final entre los protagonistas con presencia de una lustrosa cama en el centro del escenario -la manifiesta obviedad impide que llegue a calificarse como presencia simbólica-, en la que Pepita fallece de pasión amorosa. Del Monaco recibió algunas protestas en sus saludos finales.
Foto: Javier del Real / Teatro de la Zarzuela
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