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Crítica: Recital de Piotr Beczala en el Palau de la Música Catalana

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Autor: Xavier Borja Bucar
19 de mayo de 2021

Ensueño de un tenor

Por Xavi Borja Bucar | @XaviBorjaBucar
Barcelona. 13-V-2021. Palau de la Música Catalana. Ciclo Palau Grans Veus. Piotr Beczala (tenor) y Sarah Tysman (piano). Obras de S. Donaudy, O. Respighi, E. Wolf-Ferrari, F. P. Tosti, G. Verdi y G. Puccini.

   Ocurre algunas veces –felices entre las demás– que volvemos a vivir aquello que gozamos en un anteayer vagamente remoto. Al tenor Piotr Beczala debo mi última experiencia de ese tipo.

   Conoce Barcelona la fortuna de ser frecuentada por este tenor polaco cuya juvenil apostura esconde con celo una edad real delatora de una carrera que abarca nada menos que los últimos treinta años. La carrera de Beczala es, antes que nada, un ejemplo de inteligencia, que muy acertadamente podría confundirse con algo más prosaico como es la prudencia o la mera paciencia, virtudes que no se han prodigado demasiado en el panorama operístico de los últimos tiempos, más bien subordinados a la prisa impuesta por intereses comerciales, antes que propiamente artísticos. Esa prisa ha avivado la proliferación de ambiciones temerarias –si no deshonestas– que han arruinado un puñado de voces o, cuanto menos, las han diezmado prematuramente, y el somero repaso de unos pocos casos bastará para corroborar esta afirmación. Roberto Alagna –apenas tres años mayor que Beczala, si bien en primera línea desde mucho antes que el tenor polaco– es de un tiempo a esta parte una voz magullada por un repertorio inapropiado, una sombra de lo que fue, de lo que solo quedan destellos y una siempre agradecida entrega. Jonas Kaufmann, la figura jupiterina de la ópera moderna, tampoco atraviesa hoy sus mejores días, y su incurrencia en cancelaciones de compromisos indicia cierto agotamiento vocal, cuando el tenor bávaro aventaja en tres años la juventud de Beczala. Rolando Villazón, más joven que los tres mencionados y a quien un puñado de insensatos saludaron como el nuevo Plácido Domingo, hace ya tiempo que prácticamente ha enmudecido como cantante, confirmando los estragos de una técnica deficiente en una carrera que, sin embargo, fue jalonada con una gloria tan efímera como injustificada.


   Más allá de generación, Alagna, Kaufmann y Villazón comparten o han compartido, si quiera parcialmente, repertorio con el tenor polaco, lo cual hace más elocuente el contraste entre aquellos y este, quien a día de hoy no presenta mácula ni signo de fatiga en su instrumento, como tampoco en su canto, tal y como quedó demostrado en el recital del pasado día 13. Para esta cita en el Palau de la Música, Beczala presentó, en colaboración con su pianista, Sarah Tysman, un programa en buena medida ya escuchado en anteriores recitales del tenor en Barcelona. Un programa enteramente italiano que, por otra parte, se ajusta al molde socorrido en tantos recitales de cantantes de ópera, esto es, que plantea una exigencia en clara progresión y que permitió al tenor polaco un paulatino despliegue de su voz.

   El concierto comenzó con tres canciones de la colección Arie di stile antico, de Stefano Donaudy: “Vagissima Sembianza”, “Freschi Luoghi, Prati Aulenti” y “O del mio Amato Ben”. Tres bellas melodías que Beczala aprovechó para acomodar su voz, sólida en emisión, pero todavía recogida, y exhibir un canto cuidadoso, con un fraseo atento y elegante y jovial, aunado a un timbre de bello y cálido esmalte, apropiado al repertorio. Virtudes que fueron en aumento en la interpretación siguiente de seis piezas para piano y voz de Ottorino Respighi, tales como “Lagrime”, “Scherzo”, “Stornellatrice”, “Nevicata”, “Pioggia” y “Nebbie”. Estas miniaturas del autor de “Pini di Roma”, que se mueven entre la sencillez y un extraño decadentismo, poseen una hondura dramática que permitió al tenor polaco un mayor despliegue de intensidad, especialmente en “Nebbie”, de reminiscencias puccinianas.

   Pese a que el programa de mano prometía una duración aproximada de ochenta minutos sin pausas, apenas habían transcurrido setenta y uno cuando el concierto llegó a su fin oficial. Tal vez esto explique que, tras las canciones de Respighi, Tysman saliera imprevistamente sola al escenario para ofrecer una interpretación tímida y un tanto desencajada rítmicamente de la “Granada” de Albéniz. Si la pianista francesa, hasta ese momento, había tenido una actuación correcta no exenta de varios detalles de agradecida delicadeza y de complicidad con Beczala, a partir de entonces parecieron asomar algunos nervios que se tradujeron en algunas imprecisiones y puntuales faltas de coordinación con el tenor polaco.


   Prosiguió el concierto con los “Quattro rispetti” de Ermanno Wolf-Ferrari. Como Respighi, Wolf-Ferrari ha pagado el precio de un relativo ostracismo por su tentativa renovadora con respecto a la tradición musical italiana mediante la asunción del influjo germánico o centroeuropeo. Eclipsado por los nombres más populares la escuela verista y, sobre todo, por la figura monopolizadora de Puccini, la programación de la obra de Wolf-Ferrari siempre conlleva un halo de bienvenida exhumación. Más bienvenida, todavía, a razón de la bella interpretación que ofrecieron Beczala y Tysman de los “Quattro rispetti”, cuyos textos, más pensados para una voz femenina, fueron ligeramente adaptados, tal y como informó el tenor polaco previamente. Beczala demostró con estas breves piezas un canto extrovertido, jovial y cálido, mediterráneo. Virtudes que el tenor polaco mantuvo vigentes, como era de esperar, en el siguiente bloque, dedicado a tres canciones de Francesco Paolo Tosti, a saber, las popularísimas “L’Ultima canzone” e “Ideale”, intercaladas por la menos conocida “Chi sei tu che mi parli”. Las canciones de Tosti no revisten dificultad para cualquier cantante con un mínimo dominio técnico, pero sí son una buena coartada para exhibir un fraseo de buen gusto y un relieve dinámico. Dicho de otro modo, la simpleza de estas piezas no es óbice para aquilatar su interpretación, y Beczala no desatendió la ocasión. Si en “L’Ultima canzone” el tenor polaco exhibió una cálida vigorosidad, en “Ideale” se mostró delicado, etéreo cuando fue oportuno, con bellas medias voces.


   Después de Tosti, llegó la ópera y para ese momento, la voz de Beczala ya había encontrado su plenitud, en una emisión sólida y una proyección generosa que llenó, hasta el final del concierto, la sala del Palau. Para empezar la parte operística, Beczala escogió a Verdi y, más específicamente, “Di tu se fedele” de “Un ballo in maschera”, una parte que el tenor conoce bien y en la que se mostró cómodo en todo momento. pese al tempo sorpresivamente lento impuesto por –o consensuado con– la pianista. Sin obedecer –aparentemente, al menos– a ninguna lógica o coherencia discursiva, más allá de permanecer en Verdi, el concierto siguió con la célebre aria de Luisa Miller, “Quando le sere al placido”, y quien escribe no dejó de anotar con decepción la omisión del poderoso recitativo que la precede (“Oh! Fede negar potessi a gli occhi miei”). Hay costumbres que no deberían perderse, fundamentalmente porque, aunque asumamos de buen grado la paradoja de Aquiles y la tortuga y, por ende, que el átomo se puede dividir “ad infinitum”, resulta espantoso concebir un concierto lírico solo con agudos, y desechar recitativos siempre puede constituir un primer paso hacia esa abominación. Al margen de esto, Beczala ofreció una interpretación del aria digna de recuerdo, con una proyección generosa y un fraseo amplio, como pide la escritura verdiana. Todo ello con un timbre de belleza cálida y varonil que de nuevo inundó la sala modernista del Palau, como también ocurrió, a continuación, con una espléndida interpretación de “Recondita armonia” que, según el programa, había de cerrar el concierto, aunque la ovación enfervorecida del público hacía presagiar algunas propinas y, dicho sea de paso, la hora temprana hacía exigirlas.


   No faltaron, por supuesto, esas propinas y la primera no pudo ser más previsible y esperada. De nuevo, Puccini; de nuevo, Tosca, y una interpretación de “E lucevan le stelle” que de nuevo arrebató al público, que siguió apelando a la generosidad de Beczala. El tenor y la pianista volvieron, nuevamente con Puccini, y concretamente con la canción “Sole e amore” cuyo tema popularizaría el propio Puccini al reutilizarlo años después para el final del tercer acto de “La bohème” (“Addio doloce svegliare alla mattina”). Finalmente, Beczala y Tysman obsequiaron al público con una última intervención, la maravillosa “Come un bel dì di maggio” del “Andrea Chènier” de Umberto Giordano. Un colofón con el que Beczala puso en pie merecidamente al público que llenaba la sala del Palau. Un público que quizás, como el amanuense de estas líneas, volvió a sentir viva una idea de tenor que, hace ya mucho, parece extinta. ¿Quién sabe si vendrá un tenor que ponga fin a la orfandad que sufre el repertorio italiano lirico-spinto? Sí sé que el joven de 54 años que cantó el pasado día 13 en el Palau fue ese tenor. Es bello pensar que no fue un ensueño.

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