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Crítica: Recital de Ramón Vargas en el Teatro de la Maestranza de Sevilla

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Autor: José Amador Morales
7 de marzo de 2019

Entrega marca Ramón Vargas

Por José Amador Morales
Sevilla. Teatro de la Maestranza. 2-III-2019. Ramón Vargas, tenor. Mzia Bachtouridze, piano. Obras de Franz Liszt, Piotr Ilich Tchaikovsky, Sergéi Rachmaninov, Francesco Tosti, Pietro Mascagni, Ruggero Leoncavallo, Ottorino Respighi y Gioacchino Rossini.

   Situado con nombre propio en la gran tradición de grandes tenores mejicanos, en la línea de Fernando de la Mora, Francisco Araiza (quien por cierto estos mismos días participaba en El retablo de Maese Pedro de Falla en la vecina Córdoba en un insólito Don Quijote), Rolando Villazón y Javier Camarena, Ramón Vargas ha sabido mantener la constancia de una importante carrera que le hizo transitar entre el registro lírico-ligero y el más estrictamente lírico llegando a abordar personajes como el Rodolfo o – más recientemente - Cavaradossi de Puccini e incluso el Don Carlo verdiano, con el que probablemente ha marcado su particular línea roja en este sentido (roles que no obstante alterna con Roberto Devereux, Edgardo, Hoffmann, Don Ottavio o Tito). Su tan atractivo como personalísimo timbre, la elegancia y extrema musicalidad del fraseo han sido bazas incuestionables de su canto a lo largo de más de treinta años de trayectoria.

   En el recital que comentamos pudimos apreciar dicha evolución vocal, con un centro muy ensanchado y de gran proyección a despecho de un grave algo inestable en cuanto al apoyo y un agudo emitido con gran proyección o bien a una media voz ya no siempre sostenida con firmeza. El color, ciertamente todavía hermoso e inconfundible, ha perdido el brillo de antaño y ahora se presenta un punto romo y fibroso en la franja central y grave.

   Como también suele ser habitual en los recitales del tenor mejicano, aquí pudimos disfrutar de un programa original y sabiamente diseñado, alejado de las piezas escénicas aunque casi siempre en la órbita lírica en lo que respecta a sus creadores. Sólo dos arias (la de Lenski del Eugen Onegin de Tchaikovsky en la primera parte y aquí un apasionado «Lamento de Federico» de L’Arlesiana de Cilea en uno de los cuatro bises finales) junto a un mayoritario repertorio cancioneril, con una primera parte centrada en la estética rusa (Tchaikovsky y Rachmaninov) y germánica (los densos Tres sonetos de Petrarca de Liszt) que Ramón Vargas desgranó con indudable encanto y belleza.

   Vargas, que continuamente se dirigió al público (tal vez en exceso pues fue evidente cómo su voz se resentía con ello) explicando con profusión y cercanía cada una de las obras, se mostró más cómodo y cálido en lo expresivo a la vuelta del descanso con las cuatro canciones de Tosti (en donde destacó la infalible «L’alba separa dalla luce l’ombra»), Leoncavallo («Aprile»), Mascagni («Serenata») o una entregadísima «Tarantella» de Rossini que dio paso a los bises entre los que, además de la citada pieza de Cilea, interpretó «Lejos de ti» y «Estrellita» de Manuel María Ponce y remató la velada con una bellísima versión de «Muñequita linda» que terminó por poner en pie a un público que terminó despidiendo al cantante con aplausos por bulerías como en las grandes ocasiones.

   Muy correcta Mzia Bachtouridze al piano, de gran solvencia no sólo como acompañante sino en muchas piezas en donde el instrumento requería de un intérprete como mínimo a la altura del cantante (Liszt y Rachmaninov especialmente).

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