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Crítica: Riccardo Chailly dirige los «Gurre-lieder» de Schoenberg con la Orquesta del Concertgebouw

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Autor: Raúl Chamorro Mena
4 de febrero de 2024

Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto de Riccardo Chailly dirigiendo los Gurre-lieder de Schoenberg con la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam

Riccardo Chailly dirigiendo los «Gurre-lieder» de Schoenberg con la Orquesta del Concertgebouw

Gurre-lieder de referencia

Por Raúl Chamorro Mena
Amsterdam, 2-II-2024, Concertgebouw, sala principal. Gurre-lieder-Cantos del Castillo de Gurre (Arnold Schönberg). Camilla Nylund (Tove), Andreas Schager (Waldemar), Ekaterina Sememchuk (Waldtaube-la paloma torcaz), Wolfgang Koch (campesino), Wolfgang Ablinger-Sperhake (Klaus, el bufón), Robert Holl (Narrador). Gran coro de la Radiodifusión Neerlandesa. Coro Laurens Symfonisch. Coro de la Radio de Baviera. Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam. Director: Riccardo Chailly. 

   A medio camino entre oratorio y cantata con elementos de drama musical, los Gurre-Lieder de Arnold Schönberg son una obra de difícil clasificación. El transcurso de los años hasta que se completa la composición y la consiguiente evolución del autor afecta a la cohesión de una obra, en la que se aprecia una clara influencia de Richard Wagner. En esta creación, que se basa en el monólogo lírico Gurresang del poeta danés Jens Peter Jacobsen, encontramos un amor imposible, una pasión trágica entre el Rey Waldemar y Tove, hermana de su mayordomo, que fallece cruelmente víctima de los celos de la reina Helvig. No falta el elemento metafísico de amor más allá de la muerte y redención absoluta en alas de las fuerzas de la Naturaleza.

   La primera parte compuesta por nueve lieder a cargo de soprano y tenor con transiciones e interludios, después de una introducción orquestal, consagra la pasión y clímax amoroso entre Valdemar y Tove, que nos evoca a Tristán e Isolda. La hermosa intervención de la paloma del bosque, que relata el fallecimiento de Tove y su funeral, pone fin al primer capítulo. En la brevísima segunda parte y la tercera, el lirismo cede ante un cada vez mayor dramatismo, la orquesta crece y se torna cada vez más contundente y exuberante junto a tres coros de dimensión apabullante. Un canto cada vez más crispado, el melodrama -parlato sobre tejido orquestal- y el sprechgesang -canto declamado- sustituyen al lirismo de la primera parte. Los medios empeñados para los Gurre-Lieder son titánicos, orquesta de 150 miembros, tres coros y seis solistas.

   La maravillosa sala principal de ese templo entre las salas de conciertos que es el Concertgebouw de Amsterdam ha albergado una referencial interpretación de la obra más interpretada de Arnold Schönberg por parte de Riccardo Chailly, que firma una de las mejores versiones discográficas de la obra (DECCA, 1985).

Riccardo Chailly dirigiendo los «Gurre-lieder» de Schoenberg con la Orquesta del Concertgebouw

   Desde la espléndida introducción orquestal por parte de Riccardo Chailly al frente de la orquesta de la que fue titular entre 1988 y 2004, no sabe uno qué le impactó más, si las diáfanas texturas, el primoroso refinamiento tímbrico o el ambiente de misterio creado. A pesar de la fuerza orquestal exigida, el maestro milanés y la magnífica orquesta fueron capaces de ofrecer pasajes camerísticos, bellísimas nuances, detalles de filigrana, con un sonido rutilante, aquilatado y mórbido, que arropó a las voces en la expresión de un intenso y efusivo lirismo. Chailly expresó, asimismo, el contraste con la segunda y tercera parte y ese aumento de la magnitud y potencia orquestales -con espectacular respuesta de la centuria- sumándose la aparición del triple coro, que le permitió, además, demostrar su minuciosidad, mando y capacidad de concertación para desembocar en ese final monumental, colosal, que atesoró la grandiosidad requerida y provocó apoteósicas ovaciones del público que llenaba la sala.   

  La escritura del Rey Waldemar corresponde a un tenor heroico y en este ámbito, el austríaco Andreas Schager es el referente actual y, desde luego, lo acreditó con creces en la sala principal del Concertgebouw. Voz potente, timbradísima y caudalosa, sonidos con pegada y resistencia a prueba de bombas la mostrada por Schager, junto a acentos vibrantes y expresión comunicativa y siempre extrovertida y entusiasta, de lo que fueron buena muestra su segundo lied «Corcel, corcel mío» y la segunda parte en la que muestra su ira hacia Dios «Dios mío, ¿sabes tú lo que has hecho?» Schager fue especialmente felicitado por Chailly con un abrazo individual y separado del resto del elenco. Camilla Nylund es una soprano lírica con el centro ya erosionado, franja en la que ha perdido timbre, brillo y esmalte, a lo que no es ajeno los papeles dramáticos que ha venido afrontando. Eso sí, la Nylund frasea con musicalidad y mucha clase. Canto de alta escuela al servicio de una Tove de amplio lirismo. El relato de la paloma torcaz es uno de los pasajes más bellos y conmovedores de la partitura y encontró en la mezzo bielorrusa Ekaterina Sememchuk una notable intérprete, pues mostró intensidad en la narración, con apropiados e incisivos acentos, además de ser capaz de cumplir con la exigente tesitura de la pieza. Wolfgang Ablinger-Sperrhacke, sustituto de última hora del anunciado Norbert Ernst, de material muy liviano, sacó jugo a la parte del bufón, que dice «las verdades» con sarcasmo e ironía. Correcto Wolfgang Koch, que acusa ya desgaste vocal, en la breve parte del Campesino y destacado Robert Holl, que puso en juego su veteranía y capacidad de acentos en la parte del narrador.

   El triple coro formado con sección femenina a la izquierda y masculina a la derecha atesoró toda la rotundidad y abrumadora amplitud y potencia sonora requeridas. 

Fotos: Concertgebouw de Ámsterdam

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