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Crítica: Riccardo Muti dirige a la Filarmónica de Viena en el Festival de Salzburgo

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Autor: José Amador Morales
4 de septiembre de 2017

INTENSIDAD MARCA MUTI

   José Amador Morales
Salzburgo. Großes Festspielhaus. 15-VIII-2017. Johannes Brahms: Concierto para piano nº2 en si bemol mayor op.83. Piotr Ilich Tchaikovsky: Sinfonía nº4 en fa menor op.36. Yefim Bronfman, piano. Orquesta Filarmónica de Viena. Riccardo Muti, director musical.

   Complementando su presencia en el Festival de Salzburgo para dirigir la mediática Aida verdiana, Riccardo Muti se ponía al frente de la Filarmónica de Viena, esta vez para un cometido sinfónico. El programa tenía su enjundia y comenzaba con el Concierto para piano nº2 de Brahms con la presencia de Yefim Bronfman como solista.

   Hubo una aparente frialdad de partida, tanto por parte de la batuta como del propio pianista, en una obra que necesita como pocas de la comunión entre ambos. En cualquier caso, nada más lejos de la realidad pues, tras este breve espejismo inicial, asistimos a una lectura cuya principal virtud residió precisamente en su progresión. Muti ofreció una versión imponente y majestuosa de los dos primeros movimientos, de tempi quizá algo morosos pero de cuidado fraseo, enfatizando con acierto el carácter pastoral del ‘Allegro appassionato’. El bellísimo ‘Andante’ dio paso a una verdadera simbiosis entre los distintos solistas de la orquesta (maravillosos el clarinete y violonchelo) con el piano y la propia batuta, rematando con un último movimiento de un lirismo conmovedor por parte del director napolitano. Yefim Bronfman mostró pulsación incisiva y dinámica contrastada. Si bien lo suyo no fue la variedad en color ni la precisión, el americano (aunque nacido en Uzbekistán) demostró dominio del estilo y articulación intachable.

   En la segunda parte, Riccardo Muti atacó una Sinfonía nº4 de Tchaikovsky que aprovechó la indudable excelencia y virtuosismo tímbrico de toda una Filarmónica de Viena. De los músicos vieneses extrajo, pues, un suculento sonido y una entusiasta entrega con la que generó un descomunal grado de intensidad. Una intensidad alejada de efectos vacuos y, antes al contrario, dotada de contenido y musicalidad. El éxito lógicamente fue enorme y, ante las aclamaciones finales, el director apareció satisfecho y relajado, amén de agradecido para con sus músicos.

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