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CRÍTICA: 'RIGOLETTO' DE CONCERLÍRICA EN EL TEATRO PRINCIPAL DE ZARAGOZA

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Autor: Alejandro Martínez
3 de noviembre de 2012
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     "RIGOLETTO" SIN DUQUE, PERO CON GILDA

       La compañía Concerlírica ponía en escena, el pasado fin de semana, dos títulos verdianos, La Traviata y Rigoletto, en el Teatro Principal de Zaragoza, ciudad donde no existe una temporada estable de ópera y zarzuela. La propuesta no era nueva, pues esta compañía, como otras, han llenado con su presencia el vacío que quedó en esta ciudad al decaer la actividad lírica durante los años ochenta y dado el desierto subsiguiente, desde los años noventa a esta parte, con un Auditorio de Zaragoza que en su día centró todas las atenciones, presupuestarias y mediáticas, pero donde la ópera no tiene cabida, por mucho que cada año se intente convencernos de lo contrario. El interés específico de esta representación de Rigoletto venía dado por la presencia en el elenco de dos voces españolas con buenas referencias: el barítono Luis Cansino y la soprano Cristina Toledo. Completaba el cartel el Duca de Ricardo Bernal.
      Luis Cansino compuso un jorobado en general bien cantado, teatral, sin excesos, buscando el lirismo sin apenas histrionismos. La línea de canto resultó muy correcta en todo momento, bien respirado, homogéneo el instrumento en todos los registros. Quizá sobró su grito de "Gilda!" al final, ante el cuerpo de su hija. En suma, un Rigoletto con tablas, seguro y con un canto honesto y satisfactorio.

 

      Sorprendió, y para bien, la Gilda de Cristina Toledo, una lírica-ligera de manual, con un timbre cristalino y dulce, una emisión clara y homogénea, y una coloratura desenvuelta. Vocalmente fue sin duda lo mejor de la noche, con un una lectura espléndida del "Caro nome" y del "Tutte le feste al tempio", así como perfectamente empastada con Luis Cansino en sus dúos. Una voz a seguir, aunque probablemente, por el tamaño del instrumento, no pueda cantar estos mismos roles en teatros de grandes dimensiones. No obstante, este próximo diciembre, sin ir más lejos, será el "pájaro del bosque" en el Siegfried sevillano, en el Teatro de la Maestranza. Convendrá escuchar su desempeño en un espacio mayor y con otras condiciones acústicas.
      El tenor mejicano Ricardo Bernal no tuvo una buena noche. Comenzó titubeante ya en el "Questa o quella" y los problemas se agravaron a la hora de resolver el "Ella mi fu rapita... Parmi veder...", que desgraciadamente cerró quebrando la voz, visiblemente incómodo ante su incapacidad de evitarlo. Imaginamos que cantó algo indispuesto, pues el material de partida tenía cierto interés. La técnica se antojaba incompleta, lo que en consonancia con esa indisposición que suponemos, dio lugar a tan incómodo desenlace. Tal fue la situación que al reanudarse la representación tras el segundo descanso, para el tercer acto, salió a escena otro tenor, cuyo nombre ignoramos porque no se anunció la sustitución por megafonía. El sustituto, que podría ser Giorgi Meladze o bien Oleg Zlakoman, a tenor de la información que aparece en el escueto tríptico facilitado por la compañía, apenas ayudó a borrar el recuerdo de su predecesor, manteniendo el mismo nivel de tensión, dando la impresión una y otra vez de poder quebrar la voz en un instante. Una función sin Duca, podríamos decir.

      Completaban el reparto, entre otros secundarios, Tatiana Spasskaya como Magdalena y Sergei Uzun como Sparafucille, muy correctos en su desempeño. Los cuerpos estables del Teatro de la Ópera Nacional de Odesa completaban el cartel. Muy notable el nivel del coro y ciertamente por debajo el desempeño orquestal, muy irregular, a veces tumultuoso, no siempre bien afinado, carente de empaste en más de una ocasión, por más que un esforzado Alexandru Samueli hiciera lo posible por sacar lo mejor del foso. La suya fue, al menos, una dirección bien atenta a los cantantes, a los que siguió con detalle.
      La propuesta escénica resultaba, sencillamente, insostenible. Decorados de cartón piedra vetusto, telones pintados muy desgastados por el uso, una iluminación escueta, un vestuario de función de fin de curso y una dirección de escena más o menos premeditada y ágil, pero demasiado convencional. Visualmente, pues, una propuesta muy revisable en todos sus términos.
      Esta representación, en todo caso, supone sin duda un pretexto bien fundado para hilar algunas reflexiones al margen, sobre el panorama lírico en algunas ciudades de nuestro país. La primera de dichas reflexiones, referente a compañías como Concerlírica u Opera 2001, que suelen encargarse en nuestro país de este tipo de giras más allá de las temporadas estables de los grandes teatros, llevando la lírica hasta multitud de municipios. Su labor es por ello loable, no cabe duda, pero no siempre ofrecen su propuesta en las mejores condiciones. Lo cierto es que estas compañías itinerantes, en tiempos de crisis y ante gobiernos locales que ningunean la inversión cultural, suponen una alternativa no siempre digna a la producción propia. A menudo cuesta distinguir, en sus propuestas, lo digno entre lo mediocre, pero no es menos cierto que, de un tiempo a esta parte, precisamente por esa coyuntura de penuria económica, no pocos profesionales honestos, con una técnica aseada y buenos modos, ante la ausencia de contratos en los teatros españoles, aunque fuera en segundos repartos, se han avenido a colaborar con estas compañías. Qué triste es un país, culturalmente hablando, en el que la disyuntiva se plantea a los artistas entre quedarse en casa sin cobrar o peregrinar como los viejos titiriteros itinerantes, dando vueltas por mil teatros de provincias con el digno arte de ganarse el pan cantando.

      Por otro lado, el éxito de este Rigoletto, como de La Traviata del día precedente, con las localidades agotadas, constata una evidencia: en Zaragoza hay público suficiente, de todo tipo y condición, para reclamar la presencia de una programación estable de ópera y zarzuela, presupuestada con el correspondiente respaldo público y privado, y con la calidad artística digna de la que es, por tamaño y por población, la cuarta o quinta ciudad de España, es decir, una ciudad que debería codearse, en términos líricos, con Valencia, Oviedo, Bilbao o Sevilla. Quien escribe esas líneas desempeña en este momento la presidencia de una asociación creada precisamente para apostar por ese empeño. No se trata de competir con nadie en esa empresa, sino de sumar fuerzas y conseguir respaldos institucionales. La evidencia de que hay un público suficiente para responder a esas posibles propuestas debería bastar a los responsables públicos para atender nuestra demanda.
      Y una última constatación derivable de estas funciones: la ópera, en Zaragoza, debe representarse siempre en el Teatro Principal, dado el actual panorama de espacios escénicos disponibles. Es evidente que su caja escénica y su foso son de dimensiones reducidas, pero ahí están, a disposición de programadores, directores artísticos y directores escénicos cabales y con capacidad para ajustar sus propuestas a esas dimensiones. La alternativa no es, nunca lo ha sido ni lo será, el Auditorio de Zaragoza, que carece de foso, de caja escénica, y que palidece acústicamente, en su servicio a las voces, con las características de un teatro a la italiana como el Principal. Se empeñe quien se empeñe, la ópera nació para representarse en teatros, y debemos trabajar con ahínco porque el Principal vuelva a ser el espacio donde la lírica se sirva con dignidad en Zaragoza. Las voces que reclaman un nuevo teatro de ópera en la ciudad deberían reconocer ya el utopismo e insensatez de su propuesta, fracasado el nunca bien planteado proyecto de remodelar el teatro Fleta y con la ceguera que gestionó la edificación del Palacio de Congresos de la Expo. Tenemos un teatro y hay que ajustar las propuestas a sus posibilidades. En estos tiempos, se trata de hacer mucho con lo poco que tenemos. No hay alternativa.

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