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Crítica: Roberto Abbado dirige «Lucia di Lammermoor» de Donizetti en el Palau de les Arts «Reina Sofía» de Valencia

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Autor: Raúl Chamorro Mena
25 de mayo de 2019

Lucia en tradición en la escena e «íntima» en lo vocal

Por Raúl Chamorro Mena
Valencia, 22-VI-2019, Palau de les Arts. Lucia di Lammermoor (Gaetano Donizetti). Jessica Pratt (Miss Lucia), Yijie Shi (Edgardo di Ravenswood), Alessandro Luongo (Enrico Ashton), Alexánder Vinogradov (Raimondo Bidebent), Xabier Anduaga (Lord Arturo Bucklaw), Olga Syniakova (Alisa), Alejandro del Cerro (Normanno).  Coro de la Generalitat Valenciana. Orquesta de la Comunitat Valenciana. Director musical: Roberto Abbado. Dirección de escena: Jean-Louis Grinda.

   Una Lucia con peñascos, ruinas, fuente, castillo, amplios salones, brumas, olas que golpean las rocas, playa (al final de la primera escena me vino a la cabeza el cuadro El fusilamiento de Torrijos de Antonio Gisbert, obra maestra de la pintura histórica decimonónica española), tumbas, atmósfera romántica… no daba crédito. Soy consciente de que este montaje de Jean Louis Grinda con atractiva escenografía de Rudy Sabounghi será tildado de “casposo”. Las hordas de la estulticia filosnobista fruncirán el ceño y, furiosas, exclamarán «polvoriento», mientras los apóstoles del koncept (algo ajeno totalmente al melodrama romántico italiano, pero les da igual) se mesarán los cabellos y proclamarán a los cuatro vientos: «reaccionario», «desfasado»…

   Sin embargo, el que suscribe disfrutó de lo lindo, pues ya tenía ganas de volver a ver una Lucia, Lucia, en la más gloriosa tradición. Además, los responsables de este «rompedor» –teniendo en cuenta los tiempos que corren- montaje se valieron de los más modernos adelantos técnicos como proyecciones y demás efectos visuales que evitarán les tilden de «antiguos» o de «amigos del cartón´piedra». Asimismo, tampoco sigue el libreto al pie de la letra, ya que Edgardo no se apuñala, si no que se arroja  al mar desde un peñasco cual Tosca desde el parapeto del Castel Sant’Angelo. Incluso se permite un momento doblemente simbólico, pues Lucia canta su gran escena de la locura sobre la fuente del primer acto donde relata que se le apareció el espectro de su antepasada asesinada por celos por un Ravenswood. Por un lado, evoca su inestable estado mental, que devendrá en locura al verse traicionada por todos los hombres que la rodean y por otro, simboliza ese final trágico que también la espera a ella, al igual que a su antecesora.


   No se puede discutir que Jessica Pratt es una de las sopranos belcantistas más reputadas de los últimos años y como no podía ser de otra forma, ha fijado en un papel tan emblemático como Lucia di Lammermoor un buque insgnia de su carrera. Una vez más he de recalcar, que las veces que la he visto en directo, los recintos donde más ha lucido la Pratt han sido teatros a la italiana y no muy grandes, como los de Bergamo, en cuyo Festival Donizetti ha sido presencia habitual. Su volumen, proyección vocal y presencia sonora son más bien limitados, pero en la cavatina del primer acto una Pratt delgadísima sonó particularmente desvaída, sin proyección, escasamente timbrada, con un centro mínimo y unas notas altas, que son las más timbradas de su registro, lógicamente, pero que no terminaron de ganar expansión.

   De tal forma, que su discreto «Regnava nel silenzio» y ulterior cabaletta «Quando rapito in estasi» sólo obtuvo un tibio aplauso. Un «soffriva nel del pianto» sin ninguna emoción (estamos ante una soprano de escaso carácter, más bien distanciada, cuya arma fundamental es el aspecto vocal), así como un sexteto y stretta conclusiva del segundo acto, en los que se impuso mediante sus notas sobreagudas pusieron fin a la primera parte. Quedaba en la segunda nada menos que la escena de la locura, una de esas piezas grandiosas instaladas en la cumbre de la historia de la ópera. Ciertamente, la Pratt ataviada con camisón ensangrentado y lanza en ristre cual Valquiria, estuvo más entonada, además, de verse favorecida por la liviana orquestación y la presencia de la armónica de cristal o armonica a bicchieri (fabulosa la ejecución a cargo de Sasha Reckert) tal y como estaba previsto originariamente por el autor, lográndose ese efecto buscado de irrealidad, de abstracción, de alucinación, que llegó a un público totalmente turbado y en sepulcral silencio. Ni que decir tiene, que la Pratt exhibió morbidez (una emisión tan sumamente aligerada que se asomaba peligrosamente al concepto de inexistencia de sonido y timbre), control y gran dominio de la coloratura, esta vez poco aérea bien es verdad, y notas sobreagudas más fáciles que verdaderamente plenas, timbradas y penetrantes.


   Si con ocasión de la Lucia interpretada el pasado año por estas fechas en el Teatro Real de Madrid subrayaba la falta de calibre vocal de Javier Camarena para el papel de Edgardo, imaginen en esta ocasión con el chino Yijie Shi, tenor de extracción rossiniana, que se consolidó en el Festival Rossini de Pesaro, en el que ha cantado diversas producciones. Sin ir más lejos, encarnó el Argirio de Tancredi hace un par de temporadas en Les Arts. En la citada Lucia del Real interpretó a Lord Arturo, lo sposino, y apenas un año después ya le tenemos como Edgardo. La falta de cuerpo en el centro, de grano vocal, de volumen y metal del material tenoril de Yijie Shi resultó evidente, así como su nula seducción tímbrica. Sin embargo, es justo resaltar su absoluta honradez, su entrega sincera –por encima de una escasa variedad de acentos- y su canto correcto, siempre en estilo belcantista, aunque el fraseo no sea especialmente inspirado. En los tiempos que corren parece inútil recordar que Gaetano Donizetti con el papel de Edgardo, de una gran carga dramática, quería alejarse de los tipos tenoriles Rossinianos (pero también de los creados por Rubini) y concibe un papel tenoril de fuste, claramente preverdiano, destinado al mítico Gilbert Louis Duprez y que, nada menos, concluye la ópera con una memorable escena, rompiendo con la tradición del melodrama romántico de la época, prácticamente un derecho inamovible, de que la primadonna acabe la ópera. Sin embargo, el genio de Bergamo nos propone en esta obra maestra una gradación tenoril que, además de resultar esclarecedora debe asegurar la correspondiente jerarquía vocal de cada intérprete.


   Normanno, tenor partichino, Lord Arturo, tenor comprimario antagonista y Edgardo, tenor protagonista, primo tenore romántico. Pues bien, en esta Lucia Valenciana encontramos a Alejandro del Cerro como Normanno, voz de cierto fuste, aunque me pareció en peor forma que en la Lucia del Real y a ¡Xabier Anduaga! como Lord Arturo en lo que debe ser un contrato firmado ya hace tiempo, porque el donostiarra ya interpreta protagonistas en teatros internacionales, lo que no debe extrañar pues posee, insisto una vez más, la voz de tenor de mayor calidad que uno ha escuchado en los últimos años. Al atacar el jovencísimo tenor «Per poco fra le tenebre», pudo apreciarse un contraste tremendo respecto al tenor protagonista de la función y un pensamiento acudía inmediatamente al que firma estas líneas: ¡¡Es la única voz de tenor sobre el escenario que debería cantar Edgardo!!! Aunque evidentemente, Anduaga, también con orígenes rossinianos (no hay nada mejor para el buen canto) y con Flórez como mentor, hace muy bien en ser prudente, llevar su carrera con cautela y no abordar todavía este papel, aunque ya encarnará el Gennaro de Lucrezia Borgia en el próximo Festival Donizetti de Bergamo, cita, de la que como es habitual en los últimos años tendrán la más completa reseña en Codalario.

   Alexánder Vinogradov, bajo habitual en las temporadas de Les Arts, mostró importante caudal sin matices, decibelios sin clase, aunque hay que reconocer, que era una noche en que se agradecía una voz que llenaba la sala y pasaba la orquesta sin problemas. Sin interés alguno el Enrico del barítono Alessandro Luongo, de timbre pobretón y totalmente inaudible en la franja centro-grave, además de fraseo plebeyo donde los haya. Interpretó junto al tenor Shi el dúo de las ruinas de la torre de Wolferag, ambos ayunos de vigor, de acentos, de carácter y limitados de proyección vocal. Con la guturalidad propia de la emisión eslava, pero un buen material el mostrado por la joven Olga Syniakova como Alisa, que pareció una especie de Birgit Nilsson al lado de la Pratt en el recitativo y cavatina del primer acto.  

   Pasan los años y uno suma más de 40 funciones vistas en Les Arts desde aquel Fidelio de 2006, pues bien, la orquesta, a pesar de todas las vicisitudes y pérdida de algunos músicos, mantiene una grandísima calidad. Un empaste, un colorido, un esplendor tímbrico inalcanzable por ninguna orquesta de España, sea de foso o no. Igualmente, el coro sigue asegurando un alto nivel. Siempre empastado, capaz de vigor y amplitud sonora cuando se requiere y también de la suficiente flexibilidad para cantar piano.

   Roberto Abbado en su despedida como titular firmó una labor en la que predominó el oficio, el pleno conocimiento de la obra y un solvente sentido narrativo sobre la inspiración, los contrastes y los matices que, dese luego, brillaron por su ausencia.

Foto: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce

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