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Crítica: Rubik Ensemble en el Festival Musika:Música de Bilbao

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Autor: Aurelio M. Seco
7 de marzo de 2019

Los seis magníficos

Por Aurelio M. Seco / @AurelioSeco
Bilbao. 3-III-2019. Palacio Euskalduna (Sala A4). Festival Musika:Música. Rubik Ensemble. Solenne Paidassi, violín; Aylen Pritchin, violín; Arianna Smith, viola; Alexander Kovalev, violonchelo; Uxía Martínez Botana, contrabajo; Andreas Hering, piano. Obras de Glass, Bernstein y Barber.

   Dentro de la amplia e interesante oferta de conciertos que durante tres días programó el pasado fin de semana el Festival Musika:Música de Bilbao, el domingo día 3 de marzo a las 11 de la mañana acudimos al ofrecido por el Rubik Ensemble en la Sala A4 del Palacio Euskalduna.  Edificio peculiar el Euskalduna, de indudable potencial para la ciudad aunque de estructura tan confusa que parece hacer referencia a la famosa litografía Relativity, de Maurits Cornelis Escher.

   El festival propuso tres días apasionantes para cualquier melómano, así como para los músicos de los numerosos conjuntos y orquestas que coincidieron en lugar y tiempo como pocas veces tienen oportunidad, para charlar, tocar juntos, hablar de sus cosas... Es hermosa la situación que se propicia, así que bajo este prisma hay que felicitar a la Fundación Bilbao 700, entidad organizadora, y a Josune Ariztondo, directora artística de un festival que lleva años siendo una referencia en España, que se nutre además de público extranjero (es importante la cercanía con Francia) y que permite el aliciente de salir fuera de su lugar de costumbre a orquestas como la Sinfónica de Galicia o la del Principado de Asturias, por ejemplo, además de ser una oportunidad para apoyar el trabajo de nuestros principales músicos. Visitó el ciclo la Filarmónica de la BBC, de la que Juanjo Mena ha sido titular durante años. Esperamos que también se acuerden alguna vez en Reino Unido de invitar a  nuestras orquestas sinfónicas a sus festivales.

   Pero vamos al caso del concierto que nos ocupa. Formar un buen conjunto de cámara es muy difícil. Hacer que un solo músico se entienda consigo mismo ya es complicado pero cuando se unen otros, llegar a acuerdos artísticos y gestores se vuelve una labor casi imposible de mantener en el tiempo salvo que exista cierto nivel de armonía personal y ecualización artística. Tiene que haber un proyecto conjunto, una ilusión compartida a prueba de bombas, porque el mundo de la música, el de la tan mal llamada «música clásica» es, además, más pequeño e injusto cada día. Por eso los conjuntos de cámara son tan inestables. En nuestro país los hay de calidad, sin duda, pero tenemos que decir que en esta ocasión nos hemos visto sorprendidos por uno realmente extraordinario. Hablamos del Rubik Ensemble, un sexteto que venimos siguiendo desde hace años, sobre todo por su vinculación con la española Uxía Martínez Botana, una fuere de serie como contrabajista, con toda seguridad una de las más destacadas del mundo en este instrumento.

    El concierto rebasó con creces nuestras expectativas, que eran altas, resultándonos emotivo, incluso profundamente emocionante. Fue muy agradable observar a este joven conjunto hacer música juntos, llevados por un impulso e idea común de cada obra, siempre de manera apasionada, vibrante, con una sana y contagiosa energía vital, afinación perfecta y versiones controladas en todo momento desde los más altos estándares interpretativos. El formato del concierto (uno de los tres que Rubik Ensemble ofreció a lo largo del festival) hizo que se nos pasase la cita demasiado rápido. Se interpretaron tres obras y sin propina, una costumbre necesaria en un festival que tiene como virtud ofrecer numerosas e interesantes píldoras musicales, alguna, como la que comentamos, ciertamente magistral. Y ¿cuál es el secreto de la enorme calidad de este joven conjunto de cámara, aparte de la obvia sintonía personal y complicidad que se respira en cada gesto que emana del grupo? Muy sencillo: estamos ante seis magníficos intérpretes, también por separado, con capacidad para desarrollar cada uno de ellos una carrera solista internacional, como es además el caso si nos atenemos a los galardones e importantes compromisos artísticos atesorados en los últimos años por varios de ellos.


   Comenzó la cita con una obra peculiar, Drácula, de Philip Glass, compositor minimalista, seguramente un autor sobrevalorado, pero que encontró en esta pieza, como en otras (citamos su atractivo Concierto para violín) un adecuado acomodo a su estética. Glass nació seis años después de que Tod Browning estrenara la película del mismo nombre con Bela Lugosi como protagonista. Para su estreno en 1931 parece que se introdujeron en la banda sonora músicas de compositores como Tchaikovsky y Offenbach pero para su comercialización en 1999, Universal Studios encargó a Glass escribir una banda sonora nueva, que realizó para cuarteto de cuerda y estrenó el Kronos Quartet. A nuestro juicio la obra está mejor en versión de concierto que acompañando la película, con la que no termina de fundirse dramáticamente. Al contrario, creemos que la estética de Glass de piñón fijo sobrevuela superficialmente sobre el potencial expresivo de la obra de Browning. Pero esto no resta interés a una partitura expresiva, intensa y vivaz, de indudable mérito artístico, que el Rubik Ensemble tocó brillantemente, envolviéndose con naturalidad en su estética, recocijándose en sus vericuetos expresivos con denodado interés. La versión ofrecida es un  arreglo de Michael Riesman escrito para piano y cuerdas, y a Dios gracias que Riesman dio cabida al contrabajo, no sólo porque aporta un registro fascinante y sin duda apropiado a la partitura, sino también por la extraordinaria participación de Uxía Martínez Botana, que parece respirar con la estimulante expresividad de la obra de manera natural, ilusionando desde la misma base sonora al conjunto. Es difícil destacar sólo a un intérprete del resto, pero sería injusto olvidar aquí la brillantez pianística mostrada por Andreas Hering, magnífico durante todo el concierto.

   El famoso Adagio para cuerdas de Barber, adaptado a las cuerdas del Rubik Ensemble, estuvo llevado con mano maestra por la violinista Solenne Paidassi. Magnífica intérprete, cuidadosa, serena y sensible, Paidassi sería una talentosa concertino para cualquier gran orquesta. La violinista francesa (premiada en su día en el Concurso Internacional Marguerite-Long-Jacques-Thibaud) tocó con el vibrato justo para no caer en la sensiblería en que a veces se cae con esta pieza. La versión fue elegante, pulcra, refinada, dentro de un equilibrio reconfortante que huyó de la exageración expresiva para volcarse con la justa materialidad musical de la obra. Qué bella recreación nos ofreció el conjunto, con el violinista Aylen Pritchin y la viola Arianna Smith en común estado de gracia y sintonía con el tono general de la pieza.

   Por último una obra de juventud de Leonard Bernstein, el Trío con piano op. 2, partitura de su período de estudio Harvard, donde Bernstein realizó numerosos recitales de música de cámara, trabajando incluso a dúo con Harold Shapero. Berstein estudiaba entonces la música moderna con avidez, y potenciaba su trabajo al piano acompañando, por ejemplo, una película como El acorazado Potemkin. No se puede obviar en su música de entonces la influencia de autores como Aaron Copland o Marc Blitzstein (qué poco sabemos en Europa de los grandes autores e intérpretes estadounidenses de esa época). De este período es su trío para piano, obra que según Paul R. Laird (quien recientemente ha dedicado una biografía al autor, publicada en España por Turner), fue dedicada por Bernstein a su amiga Mildred Spiegel y otras dos colegas suyas. Interesantísima la inclusión de la pieza, por inusual, y realmente admirable la versión del trio del Rubik, con un exquisito, elegante y apasionado violonchelista llamado Alexander Kovalev, quien nos pareció el contrapunto perfecto a la brillante serenidad de Solenne Paídassi y la energizante solvencia de Andreas Hering.

  Un gran concierto, premiado con numerosos aplausos por un público que disfrutó entusiasmado.

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