Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Ruslán y Liudmila de Glinka en la Ópera Estatal de Hamburgo
Aquelarre de género fluido
Por Raúl Chamorro Mena
Hamburgo, 22-XI-2025, Staatsoper. Ruslán y Liudmila (Mijaíl Glinka). Ilia Kazakov (Ruslán), Barno Ismatullaeva (Liudmila), Artem Krutko (Ratmir), Nicky Spence (Bajan/Finn), Alexei Botnarciuc (Farlaf), Angela Denoke (Naina), Natalia Tanasii (Gorislava), Tigran Martirossian (Svetozar). Coro de la Ópera estatal de Hamburgo. Orquesta Filarmónica Estatal de Hamburgo. Dirección musical: Azim Karimov. Dirección de escena: Alexandra Szemerédy y Magdolna Parditka.
Mijaíl Glinka (1804-1857) es considerado el padre de la música nacionalista rusa y más particularmente de la ópera rusa, pues se debe subrayar que sus dos óperas, Una vida por el zar (1836), primera ópera autóctona, y la que ocupa la presente recensión, Ruslán y Liudmila (San Petersburgo, 1842) basada en un poema de Alexander Pushkin, son sus composiciones más conocidas. Glinka viajó a Italia acompañado por el tenor Nicolai Ivanoff, se estableció en Milán, y recorrió Europa, incluida España. Regresó a su país convencido de crear música rusa y reivindicar el folklore de su patria.
En Ruslán y Liudmila se aprecia la fuerte influencia del belcanto italiano romántico, particularmente sus cimas Vincenzo Bellini y Gaetano Donizetti, combinado con la música popular rusa y finesa, que formaba parte entonces del Imperio ruso.
La obra es, originariamente, un cuento de hadas con conjuros, magos, hechiceros, brujas, hadas buenas y malas, incluido el secuestro de la protagonista por un ente malvado en el momento que va a contraer matrimonio hasta que después de diversas vicisitudes se celebra felizmente la boda.
Nada de esto se observa en la puesta en escena de las húngaras Alexandra Szemerédy y Magdolna Parditka, que, desde luego, representa apropiadamente la primera temporada con Tobias Kratzer al frente de la dirección artística de la Ópera estatal de Hamburgo.
El montaje sitúa la trama en una sociedad de asfixiantes y rígidas reglas en las que los jóvenes luchan por quebrarlas en un anhelo de libertad y por superar los estereotipos uniformadores, fijando otros modelos de familia y libertad amorosa. De tal manera, Ruslan y Liudmila van a casarse visiblemente obligados y con escaso entusiasmo -con presencia policial en el desangelado salón de bodas que plantea la escenografía- y, de hecho, al final de la ópera, rechazan contraer matrimonio y huyen en una disparatada cabalgata, que consagra una reivindicación de poliamor o identidad ”queer”. El rival de Ruslan por el amor de Liudmila, Ratmir, que está relacionado a su vez con Gorislava, en esta producción le gusta el protagonista y realiza toda una exhibición de travestismo durante un pasaje de la obra junto a un desfile de Drag Queens, prostitutas y travestis. Escrito para contralto musico o in travesti en la tradición italiana, en este montaje Ratmir lo canta un contratenor. Los actos centrales, que transcurren en el inframundo de la hechicera Naina, se sitúan en una lóbrega y caótica estación de metro entre vagones desvencijados y quioscos mugrosos. Ni que decir tiene, que siendo la primera vez que tenía la oportunidad de ver esta ópera en vivo, me hubiera gustado presenciar la versión originaria conforme a libreto, pero, en fin, lo que me dieron es lo que toca en la escena operística actual, particularmente la centroeuropea.
En lo musical, muy apreciable la dirección ordenada, equilibrada con el escenario, clara, ligera y de sonido bello y mórbido, por parte de Azim Karimov al frente de la magnífica orquesta. Cierto es que faltaron algo de fantasía y contrastes, pero concertación, acompañamiento y sonido orquestal fueron impecables. Estupendo el coro, tanto en lo vocal -empastado, sonoro y flexible- como en lo escénico.
La soprano uzbeka Barno Ismatullaeva lució voz sana, bien emitida y proyectada, de soprano lírica, no especialmente bella, pero sí timbrada y esmaltada, con cuerpo en el centro y falta de punta y expansión en la zona aguda. Forzados resultaron los sobreagudos que también exige su parte y un tanto trabajosa la agilidad, pero la sacó adelante al igual que la línea canora de una escritura de filiación italiana belcantista. La Ismatullaeva se mostró entregada y emotiva en su magnífica escena del cuarto acto con espléndida intervención del violinista Thomas C Wolf.
Sólido en centro y grave, pero mate y con franja aguda tasada, el material baritonal de Ilia Kazakov. Desvaído, plano, insustancial Alexei Botnarciuc que pasó sin pena ni gloria en el rondò de Farlaf, que se conserva grabado por Feodor Chaliapin. Muy interesante por el centro amplio, redondo y carnoso la voz de la soprano Natalia Tanasii en el papel de Gorislava. Nicky Spence, en su soble papel de Bayan y el hechicero Finn, delineó con fraseo bien cuidado, aunque no especialmente variado, sus hermosísimas frases, con voz de tenor ligero, pero bien proyectada. No me agradó la elección de un contratenor, en lugar de la contralto prevista, para el papel de Ratmir, pero Artem Krutko exhibió sonido grato y homogéneo y correcto canto. La veterana Angela Denoke aún dispone de centro potable y dominio de la escena, que siempre fue su principal arma.
Fotos: Staatsoper de Hamburgo
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