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Crítica: Sakari Oramo dirige a la Filarmónica de Estocolmo y Nikolai Lugansky en el ciclo de Ibermúsica

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Autor: Raúl Chamorro Mena
5 de mayo de 2018

Prodigio ruso y luz escandinava

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 3-V-2018. Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Jubilate (Benjamin Staern). Concierto núm 3 para piano y orquesta. op. 26 (Serguei Prokófiev). Sinfonía núm 1 “Titán” (Gustav Mahler). Nikolai Lugansky, piano. Real Orquesta Filarmónica de Estocolmo. Director musical: Sakari Oramo.

   Después de la estupenda impresión causada por la Orquesta de la Radio de Finlandia volvía a actuar en la presente temporada de Ibermúsica una orquesta escandinava. En esta ocasión, la Real Orquesta Filarmónica de Estocolmo –que llevaba ausente del ciclo 30 años-  con su director titular, Sakari Oramo, al frente. Pues bien, la sensación fue también magnífica. Lejos de evocar brumas, oscuridades o nieblas nórdicas, la orquesta sueca escanció luz, transparencia y brillo a raudales. Más bien pareció Mediterránea.

   No es fácil poder escuchar en vivo el Concierto para piano número 3 de Prokófiev (en general, la música del grandísimo compositor ruso no se programa demasiado), aunque, bien es verdad, la inmensa dificultad del mismo no lo hace apto para cualquiera. Estamos ante una obra fascinante, en la que se aprecia desbordante el gran talento e inmensa creatividad del músico ruso. Un pianista de la maestría acreditada de Nikolai Lugansky y una estupenda dirección de Oramo a una orquesta a gran nivel fueron las bazas perfectas para disfrutar de esta obra maestra. Desde la entrada del piano, a continuación del magnífico solo de clarinete que introduce el primer movimiento, pudo apreciarse el sonido tan poderoso como calibrado y pulido de Lugansky, así como una espléndida variedad de colores. Potencia, amplitud y brillantez, sin perder nunca el refinamiento y belleza sonora. Con una orquesta plena de brillo, colorido e intensidad, que no solo arropó al solista si no que también creó atmósferas, expuso impecablemente los efectos tímbricos, la inmensa creatividad de Prokofiev, así como la apropiada pujanza rítmica, tan importante en esta composición. El profundo respaldo técnico de Lugansky, su poso de maestro y autoridad musical se impusieron en el ingeniosísimo segundo movimiento, tema central con 5 variaciones, con una expresividad que llegó honda y apasionada al espectador, pero no desde el desmelene o el exceso, sino desde la sabiduría y el empaque de una maestría asentada y dominadora.

   Todo un festín para el oyente resultó el tercer movimiento, un duelo entre piano y orquesta en el que el virtuosismo y la deslumbrante digitación, tan vertiginosa como precisa, de Lugansky emergieron radiantes ante el poderoso, pero al mismo tiempo luminoso y cristalino sonido de la orquesta sueca con la vivísima, tensionada, batuta de Oramo al frente. Después de las ovaciones y vítores del público, el pianista ruso interpretó como propina la Berceuse Op 16 de Tchaikovsky con arreglo de Rachmaninoff

   Previamente y como pieza que abría el concierto, se ofreció un estreno en España, Jubilate de Benjamin Staern (compositor nacido en 1978), obra de gran contundencia, poderío y vehemencia,con ecos stravinskianos, estrenada en 2009, que se escuchó con agrado y que cuenta con una duración apropiadamente mesurada.

   En la segunda parte, Sakari Oramo y su orquesta ofrecieron una valiosa versión de una de las grandes sinfonías de la historia de la música, la primera de Gustav Mahler, “Titán”. Oramo, director con mando y técnica, renunció a un Mahler de exacerbados contrastres y fuerte exaltación emocional (tipo Bernstein) y también al vigoroso, denso y voluminoso, más germánico, para ofrecer una versión propia, bien planificada con unos clímax bien contruidos, y poniendo de relieve todo el colorido, sonoridades y tímbricas de la espléndida orquestación Mahleriana, todo ello sin renunciar al sustrato dramático tan importante en la música del genial Bohemio. Tempi coherentes, acentos apropiados, diáfanas texturas y una sensación de tener muy claro lo que se quiere, así como perfectamente ensayado y engrasado, remataron una interpretación que fue muy ovacionada por el público.

   Espléndida la orquesta, de sonido diáfano y luminoso, con una cuerda tersa y flexible, unas maderas sobresalientes (oboe, fagot y clarinete espléndidos) y unos metales no apabullantes ni deslumbrantes (trompas de pie en el final como es tradición), pero sí seguros. Pero sobretodo, una orquesta que denotó profesionalidad, disciplina, trabajo, motivación y entrega por los cuatro costados.

   Como no se podían despedir sin interpretar música de su país, tocaron como propina -convenientemente anunciada al público por Oramo-, la danza de la pastora de Hugo Alfvén.

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