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Crítica: Sebastian Perlowski con la Sinfónica de Sevilla

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Autor: Álvaro Cabezas
7 de enero de 2022

Concierto de Año Nuevo de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en el Teatro de la Maestranza bajo la dirección de Sebastian Perlowski

Sebastian Perlowski

Algunas sinergias y muchas diferencias entre Sevilla y Viena 

Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla, 4-I-2022. Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla; Sebastian Perlowski, director. Programa: Obertura de Die fledermaus; Frühlingsstimmen-Walzer, op. 410; Perpetum mobile, op. 257; Kaiser-walzer, op. 437; Vergnungszug, op. 281; Unter donner und blitz op. 324; obertura de Der Zigeunerbaron; Rosen aus dem Süden-walzer, op. 388; Pizzicato polka, op. 234; Tritsch-tratsch polka, op. 214; y An der schönen blauen Donau, op. 314; todo de Johann Strauss El Joven.

   Levantamos las persianas de 2022 en el Teatro de la Maestranza de Sevilla con una reproducción, más o menos exacta, del Concierto de Año Nuevo de Viena. Aquí está protagonizado por la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (habituada a este repertorio desde hace años) y por el maestro polaco Sebastian Perlowski, que había dirigido a la formación con anterioridad. Como en aquella ocasión, recordábamos a este maestro como una fuente de energía que imprimía a las obras una musculatura suplementaria y, hasta por momentos, espástica. La desagradable sorpresa fue que esos síntomas –quizá deseables en otro tipo de repertorio–, fue aplicado sin miramientos a este conjunto de obras archiconocidas y de gran calidad compuestas por Johann Strauss El Joven. Este punto podrá resultar discutible ya que, como en todo orden de cosas, esta música es interpretable y habrá quien la dirija con más o menos vigor –robusteciendo los aspectos dramáticos y efectistas de las mismas– y quien, por el contrario, prefiera ofrecerlas envueltas en un aura de brillantez, serenidad, encanto y gracia. El problema viene con la comparación con la Wiener Philharmoniker y los directores escogidos para el concierto de cada 1 de enero, retransmitido y escuchado en todo el mundo. Existen tantas referencias de estas obras –y son tan recordadas en sus versiones predilectas por los melómanos amantes del concierto ofrecido en la Große Saal de la Musikverein de Viena–, que escucharlas en directo en Sevilla fuerza a esperar de ellas la reproducción que tenemos en la memoria. Y no ocurre así.

   Libre de esos planteamientos, Perlowski atacó todas las obras a un ritmo vertiginoso, sin dar tiempo a respirar ni a la orquesta ni al público, pasando entre las distintas y bien diferenciadas secciones de las mismas sin transición alguna, con escasísimo rubato y acumulando sonidos ampulosos, vibrantes y rotundos (con refuerzo siempre de los metales y percusión), hasta conseguir abrumar al espectador casi desde el inicio y en casi todas las piezas. No estaría de más apuntar aquí que, al igual que se intenta reproducir por parte de los conjuntos y directores que se engloban en las llamadas prácticas históricamente informadas no solo el sonido, sino también las circunstancias que rodeaban las obras que se reproducen (eliminación del podio, utilización de instrumentos originales, ejecución de pie por parte de los instrumentistas, disfraces en algún caso), persiguiendo una mayor comprensión, se hiciera lo propio con un repertorio como este, ya que también lo merece. Como mero recordatorio habría que decir que el contexto social que produjo estas composiciones no estaba exento de dificultades y que estos valses, polcas y operetas no ofrecían ningún atisbo de contestación política, sino, muy al contrario, servían de correa de transmisión de los valores estéticos, pero también éticos, de la Monarquía austrohúngara, vigente hasta 1918.

   Es decir, los comitentes de los Strauss, Hellmesberger, Ziehrer o Fucik no contribuyeron a sostenerlos para que sus creaciones sonaran de la forma en que las dirigió Perlowski, sino, posiblemente, para escucharlas de fondo en medio de conversaciones, entre el guirigay de las fiestas de sociedad, para bailarlas o, simplemente, como lustrosa cortina musical que tapase carencias y favoreciese galanterías o tratos comerciales. Que hayan sido rehabilitadas con el tiempo con una destacada visión comercial por parte de Austria (con el soporte áulico de la mejor orquesta del mundo), provoca dos consecuencias: por un lado, una suerte de gentrificación musical para los países que quieran celebrar su Año Nuevo con un modelo propio (como podría ser el caso de Sevilla con romanzas de zarzuela o con arias de óperas inspiradas en su suelo), y, por otro, dotar de un refinamiento y relevancia a una música que, en su momento, fue pensada para el consumo perentorio. Por eso, en el Maestranza se celebró un concierto que imitaba un formato de éxito (lleno de aforo, tiros de confeti, acompañamiento de palmas, bromas con el público), con obras ciertamente distorsionadas y, en algún caso, tratadas con poco cuidado, no en la ejecución, sino en el planteamiento válido de Perlowski, pero quizá no adecuado por ausencia de estilo.

Sebastian Perlowski

   La orquesta siguió casi en todo al director y pudo dar rienda suelta a las fogosidades reclamadas como si los autores de las piezas fueran Tchaikovsky, Bruckner o John Williams. El tonteo y las frivolidades achampanadas de la obertura de Die Fledermaus pasaron desapercibidas bajo un torrente de sonidos sin conexión. Los valses parecían una prueba de fuerza y virtuosismo por parte de la batuta, todos imposibles de bailarse (al menos para bailarines no profesionales). El Kaiser-walzer no ofreció ni un ápice de lirismo, ni siquiera en el solo final del violonchelo, casi encubierto por la intervención de la trompa, que le daba antes un carácter rústico que palaciego. Pero no todo resultó así de recio: el vals Rosen aus dem Süden, siendo hermosísimo, pasó sin pena de gloria, con todas las repeticiones hechas por igual. Mayor fortuna tuvo An der schönen blauen Donau, que el público quiso interrumpir como en Viena. Con este esquema de dirección lo que resultó más apropiado fueron las polkas, especialmente llamativa fue la Tritsch-tratsch, la Pizzicato-polka y el Perpetum mobile, donde Perlowski dejó a la orquesta a su aire, siendo, casualmente, cuando mejor sonó y donde pudo desplegar todas sus gracias solísticas. Por supuesto, hubo palmas para acompañar la Marcha Radetzky de Johann Strauss El Viejo, pero, no contento con seguir la práctica de Viena, el maestro quiso que la acompañaran distintas secciones del público cada vez. Conocemos perfectamente la importancia y valor que se otorga a esta música, a veces categorizada como «ligera», pero no podemos estar de acuerdo con esa denominación. La de los Strauss es, como todas, música de su tiempo, perfectamente válida para integrar programas de abono (con frecuencia tienen más calidad que otras que suelen componerlos) y no solo son objeto de diversión para las frivolidades con que se quiere inaugurar, en la sociedad actual, todos los años nuevos. Este rito musical puede gustar o no (ambos extremos hay), pero, en cualquier caso, siempre hay que tomarlo en serio para que resulte creíble como acto social.

Fotos: Teatro de la Maestranza

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