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Crítica: Simon Rattle y la Sinfónica de Londres toman el Festival de Grafenegg

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
31 de agosto de 2022

La London Symphony Orchestra ofrece un concierto en el Festival de Grafenegg bajo la dirección de su titular, Simon Rattle

Simon Rattle y la Sinfónica de Londres en el Festival de Grafenegg

La fiesta acaba bien

Por Pedro J. Lapeña Rey
Festival de Grafenegg, 26-VIII-2022. London Symphony Orchestra. Director musical: Sir Simon Rattle. Obertura de El corsario de Hector Berlioz. Sun Poem de Daniel Kidane. La Valse de Maurice Ravel. Séptima Sinfonía de Jean Sibelius. Suite de El mandarín maravilloso de Bela Bartok. 

   El pasado día 18 de agosto, la Orquesta Sinfónica de Londres comenzaba en el Festival de Edimburgo su gira de verano que continuó con una visita a los Proms londinenses, y a finales de esta semana le llevará al MusikFest de Berlin y al Festival de Lucerna, dejando para finales de septiembre conciertos en Luxemburgo y Japón. 

   Entre medias, este fin de semana, de la mano de su titular Sir Simon Rattle, ha aterrizado en el Festival de Grafenegg, quizás no tan conocido internacionalmente como los de Salzburgo o Bregenz, pero que atrae cada año a orquestas y solistas de primer nivel. A una hora de Viena, y muy próxima al turístico valle del Wachau, el festival, dirigido por el pianista austriaco Rudolf Buchbinder, se celebra en una finca de gran extensión, alrededor del castillo que le da nombre. Este verano, cantantes como Jonas Kaufmann, Anja Kampe, o Joyce DiDonato comparten cartel con directores como Esa-Pekka Salonen, Alain Altinoglu o Fabio Luisi, y con orquestas como La Filarmónica de Viena, la Sinfónica de Pittsburg, la hr-Sinfonieorchester Frankfurt, o la orquesta local, la Tonkünstler.

   Es un festival para todos los públicos, donde conviven unas 1600 localidades con asiento, de precios elevados típicas de los festivales de verano, con otras cerca de 400 a un precio de 10€, que cumplen la función de las Stehplatz o entradas de pie que hay en la mayor parte de teatros y auditorios austriacos, asequibles para todo el mundo. En este caso, son las Rasenplatz o «entradas de césped» y es que, de manera similar al mítico Festival de Tanglewood, sede veraniega de la Sinfónica de Boston, el escenario al aire libre Wolkenturm/«la torre de las nubes» se encuentra situado en el parque del castillo, rodeado de una amplísima pradera de césped que llega hasta la parte superior de la grada. Ahí, sobre una toalla o directamente sobre el césped, puedes disfrutar del concierto. La finca también dispone de instalaciones de restauración y alojamiento, a lo que hay que añadir un auditorio cerrado de cerca de 1400 plazas, construido en 2008, y que desde entonces se ha convertido en una de las tres sedes de la temporada de la Tonkunstler Orchestra junto a Viena y St. Pölten. Además de su función durante la temporada, el auditorio es el «plan b» para las tardes tormentosas y cuando las inclemencias meteorológicas no permiten que el concierto se desarrolle al aire libre, con lo que no se cancela ninguno.

   La visita de los músicos londinenses constaba de dos conciertos sinfónicos las tardes de viernes y sábado, a lo que se añadió una matiné el domingo con Rudolf Buchbinder y los primeros atriles de la orquesta. El reclamo fue lo suficientemente atractivo como para que se haya colocado el cartel de «No hay billetes» en los conciertos sinfónicos, y hubiera más de tres cuartos de entrada en el de cámara. 

   El programa del viernes incluía cinco pequeñas obras, especialité maison del Sr. Rattle. La Obertura del corsario arrancó de manera vibrante, y su versión tuvo todo lo que reclama un Berlioz ya entrado en años, pleno de inspiración, técnicamente solvente y orquestador de primer nivel: fraseo noble, calidez de las cuerdas en las breves exposiciones, virtuosismo de las distintas secciones -destacaron sobre todo las cuerdas graves-, el ímpetu innato del francés, y una alta exposición de los metales, dispuestos desde el principio a hacerse notar. 

   Sir Simon siempre se ha comprometido con la producción actual, y en este caso no iba a ser menos. La segunda obra fue el estreno austriaco -la premier absoluta fue en Edimburgo hace 10 días- del Poema del sol del joven compositor británico Daniel Kidane. A sus 35 años, y tras haber estudiado en Manchester, en el Royal Northern College of Music, y en el Conservatorio de San Petersburgo -su madre es rusa- sus obras suenan en muchos auditorios británicos, e incluso una de ellas, Woke, se ha interpretado en los Proms. En las notas al programa de mano, se menciona que en el Poema del sol, ritmos multiculturales hacen que la tierra gire a través del cosmos en el resplandor de Dios todopoderoso. Bajando a tierra, lo que vimos fue una obra de unos 10 minutos, de cierto interés rítmico, con un sonido muy cuidado, donde el Sr. Kidane no esconde influencias del Stravinsky de la Consagración o del Janacek de la Sinfonietta. 

   Terminaba la primera parte con una versión mitad ácida, mitad festiva y en cualquier caso, algo descontrolada de La Valse de Ravel. Y es que los festivales veraniegos tienen mucho de música, pero también bastante de festival, y entre la luz del atardecer y el continuo paso de aviones en las proximidades del recinto, la impresión en el descanso es que había predominado «la fiesta». Las bolsas de picnic o la abundancia de vino de la región por todas partes me hacían temer lo peor para la segunda parte, pero afortunadamente mis temores se esfumaron rápidamente.

   Ya era noche cerrada cuando Sir Simon salió de nuevo al escenario para enfrentarse a la maravillosa Séptima sinfonía en do mayor, obra crepuscular dentro de la producción para orquesta de Jean Sibelius. En un único movimiento de unos 25 minutos, donde se encadenan distintas melodías alternando tiempos rápidos y lentos, todos ellos de una profundidad superlativa, las cuerdas son el hilo conductor que nos lleva en el bellísimo recorrido, con las maderas encargadas de matices aquí y allá, y los metales dando sucesivas cargas de profundidad. Rattle conoce perfectamente la obra. La ha interpretado habitualmente, la grabó en su juventud en Birmingham y en su madurez en Berlín. Con los años se ha asentado su visión de ésta, la deja reposar, ejerce «menos control». Aquí planteó una versión sin tapujos, bastante más expansiva de lo que en él es habitual, con una hondura y una profundidad impactante, dejándola respirar, y con unas transiciones exquisitas. Si hasta el momento las cuerdas graves londinenses se habían mostrado en todo su esplendor, aquí se superaron dándonos una densidad orquestal realmente apabullante. Los metales estuvieron excelsos -fastuosa la cita final al “Vals triste”-, fraseando con primor y el trombón solista dio una lección de cómo se interpreta a Sibelius. Inolvidable versión que solo tuvo un par de pequeños peros. El primero es un clásico de las versiones al aire libre. El sonido te viene directo, no te envuelve, «se pierde» por la campiña. El segundo es otro clásico. Un helicóptero decidió que tenía que boicotear el final de la sinfonía, y como supongo que las luces del escenario se ven bien desde arriba, ni corto ni perezoso «nos sobrevoló» durante la coda. 

   El listón estaba muy alto, pero aun fue a mas con la Suite del Mandarín Maravilloso de Bela Bartok. Los londinenses bordaron una obra que pone a prueba el virtuosismo de una orquesta, con enormes contractes tímbricos y con cambios de ritmo continuos. El caos de la ciudad, las danzas seductoras, la violencia sobre el mandarín, la brutal tensión final, todo un torbellino de música, ritmo, claridad o contundencia orquestal según el momento, estuvo presente en la impactante versión con la que Sir Simon Rattle terminó esta primera velada. Una magistral versión que puso patas abajo la Wolkenturm de Grafenegg. Ante las aclamaciones, Rattle y sus músicos dieron fuera de programa la Pavana para una infanta difunta de Ravel, muy bien interpretada, pero que, como la gran mayoría de las propinas, poco aportaron a un gran concierto con unas inolvidables versiones de Bartok y Sibelius.   

Foto: Facebook Sinfónica de Londres

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