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Crítica: Stefano Ranzani dirige 'Andrea Chénier' en Bilbao (ABAO)

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Autor: José Amador Morales
29 de mayo de 2017

MADDALENA Y CHÉNIER

   Por José Amador Morales
Bilbao. Palacio Euskalduna. 20-V-2017. Umberto Giordano: Andrea Chénier. Gregory Kunde (Andrea Chénier), Anna Pirozzi (Maddalena de Coigny), Ambrogio Maestri (Carlo Gérard), Elena Zilio (Contessa de Coigny/Madelon), Manel Esteve (Roucher), Francisco Vas (El Abbé/El Increíble), Mireia Pintó (Bersi), Fernando Latorre (Mathieu), José Manuel Díaz (Fléville/Tinville). Gexan Etxabe (Schmidt/Dumas). Coro de Ópera de Bilbao (Boris Dujin, director). Bilbao Orkestra Sinfonikoa. Director: Stefano Ranzani, dirección musical. Alfonso Romero, dirección escénica. Producción: ABAO y Festival de Peralada.

   Andrea Chénier ha sido último título operístico de la presente temporada de la ABAO en subir al escenario del Palacio Euskalduna. La maravillosa ópera de Umberto Giordano ha congregado a un reparto de enorme interés en el marco de la producción de Alfonso Romero para Perelada y la propia ABAO. Esta última, aunaba con solvencia una escenografía de corte realista con determinados elementos simbólicos bajo un atractivo diseño estético; tal vez pecara de reiterativa en algunos aspectos, como el empleo de parte salón del primer acto en todos los actos hasta incluso servir de cárcel en el último. Un elegante vestuario y una cuidada iluminación completaban el apartado visual de esta propuesta.

   Musicalmente, el apartado menos convincente de esta representación fue la dirección de Stefano Ranzani. El maestro milanés ciertamente ofreció una lectura de tempi equilibrados y de un competente acompañamiento a las voces. Pero acusó una falta de intensidad que, quizás con la excepción de las arias solistas y el dúo final, por momentos llegó a lo desesperante. Si a ello sumamos el sonido mate y plano que impuso a lo largo de la representación, desperdiciando la inmensa riqueza tímbrica de la partitura, podemos concluir que su su batuta careció de peso expresivo, de creatividad y, en definitiva, de un deseable protagonismo orquestal. Y esto a pesar de la actuación en general aceptable de coro y orquesta, con mención especial de solistas como el violonchelo y corno inglés.

   Andrea Chénier fue Gregory Kunde quien en esta última y sorprendente etapa de su carrera está asumiento roles como tenor lírico spinto cuando no claramente dramático. La voz del cantante estadounidense se ajustó como un guante a las necesidades de una parte en la que se desenvolvió con aparente comodidad. Incluso bastante mejor que en sus exitosas últimas apariciones por territorio español caracterizado como Otello, Pollione o Arrigo, que quien esto suscribe ha tenido la oportunidad de presenciar. La gran proyección de su voz y su cálido fraseo, se impuso con naturalidad por encima de una zona media y grave menos ahuecada que en dichas ocasiones así como de una emisión más homogénea. Por su parte, Anna Pirozzi deslumbró con su enorme voz de atractivo timbre oscuro. Su poderoso centro le permite por sí mismo extraer acentos expresivos increíblemente sugerentes como demostró en “La mamma morta” donde, además, cautivó por su hermosísima línea de canto: un antológico fraseo melódico y un legato que nos retrotraía a la gran tradición de sopranos italianas. Como en él suele ser habitual, Ambrogio Maestri impactó por su impresionante volumen vocal y físico (su talla es imponente). Pero ello no compensó sus sonidos nasales y agudos engolados, ni tampoco su tosca línea de canto.

   En términos generales, el resto del reparto resultó bastante homogéneo (a pesar de la Bersi vocalmente imperceptible de Mireia Pintó), destacando la conmovedora Madelon de Elena Zilio (que también asumía la Contessa) y los Abate-Incredibile de Francisco Vas.

Foto: E. Moreno Esquibel

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