Crítica de Óscar del Saz del recital ofrecido por Stéphane Degout en el Teatro de la Zarzuela, dentro del Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM]
Degout, versátil alquimista del recital
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 7-X-2025. Madrid. Teatro de la Zarzuela. XXXII Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). Recital 1. Robert Schumann (1810-1856), textos de Joseph von Eichendorff; Guy Ropartz (1864-1955), textos de Pierre-René Hirsch y Joseph Ropartz; Rita Strohl (1865-1941), textos de Baudelaire; Maurice Ravel (1875-1937), textos de Stéphane Mallarmé, Tristan Klingsor (seudónimo de Léon Leclère) y Paul Morand; Claude Debussy (1862-1918), textos de François Villon. Stéphane Degout (barítono), Cédric Tiberghien (piano).
Se inauguró en el Teatro de la Zarzuela, con cierta merma en la entrada, el XXXII Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM], con el protagonismo debutante del destacado barítono francés Stéphane Degout (1975), cuyo repertorio abarca desde el barroco hasta la composición contemporánea, en ópera y recital, con su colaborador habitual al piano, Cédric Tiberghien, también debutante en este Ciclo.
El diseño del recital presentó una experiencia poética y emocional basada en el refinamiento y los cambios de estilo y épocas -desde el Romanticismo hasta el simbolismo y el modernismo-, con canciones alemanas -comenzando con los «Liederkreis», op. 39 de Robert Schumann- y francesas, abundando en los «Intermezzos» del simbolista Guy Ropartz (alumno de Massenet y César Franck), la poética musical personalísima de Rita Strohl, y el reflejo del amor platónico visto por Maurice Ravel -con el ciclo «Don Quichotte à Dulcinée»-.
Para terminar, las «Trois ballades de François Villon», de Claude Debussy, con ricas líneas melódicas, fluidas y ornamentadas. Todo ello, en la voz de nuestro barítono, indujo en nosotros una especial sensibilización para aprehender universos intimistas, misteriosos, amorosos, melancólicos y espirituales, como elementos indispensables para comprender el alma humana.
Desde el comienzo, Degout se hizo acompañar, en todo momento, por atril y partitura y siempre mostró una dependencia de ellos más visual que real, ya que aunque (casi) nunca dejó de mirar hacia abajo -y no al frente-, incluso cantando en su propio idioma, lo entendimos como un «tic» de inseguridad en la fijación memorística de los textos, dado el dominio musical absoluto de todo lo que abordó.
La voz de Stéphane Degout, sin ser especialmente bella, se distingue por su riqueza tímbrica, con color cálido y aterciopelado, agilidad técnica, robusta y voluminosa, con gran capacidad para los contrastes y una alta profundidad expresiva y dramática, sin olvidar una resonancia rica y centrada, con emisiones naturales/técnicas, que facilitan la inteligibilidad del texto -con dicción impecable- y la conexión emocional con el público.
Muy aplaudida fue, ya al principio, su interpretación de los doce poemas «Liederkreis», uno de los ciclos más introspectivos del romanticismo alemán que evocan la naturaleza, la soledad y el misterio, dentro de una atmósfera ensoñadora, donde Degout aplicó elaboradas medias voces, ricas dinámicas y gradaciones muy meritorias. La repetición de «In der Fremde [En tierra extraña]» al inicio -a media voz- y en el número 8 -con fuerza- sugiere un círculo virtuoso emocional, como si el alma, en su viaje, reforzada, volviera al punto de partida.
Plausible el acompañamiento de Tiberghien -sombrío o jubiloso, según los casos-, con buena evocación del paisaje sonoro y la atmósfera -en «In der Fremde», ya mencionada, una tormenta-; en «Mondnacht [Noche de luna]», el piano «respira» con el texto, no alcanzando sin embargo, el nivel de «diálogo emocional» con la voz que sería deseable en estos Lieder.
En los «Intermezzos» de Guy Ropartz, se encuadran cuatro poemas entre los correspondientes «preludio» y «postludio», a cargo del pianista, constituyendo una pequeña unidad cíclica. Ambos artistas enfrentaron una visión más melancólica del amor de acuerdo con la estilística del simbolismo y el impresionismo francés, aunque se presentan armonías más modernas que Degout complementó con su delicado y adaptativo refinamiento tímbrico.
A destacar, la bellísima «Tendrement enlacés, ma chère bien-aimée [Tiernamente abrazados, mi querida amada]», en la que dos almas amorosas ocupan una pequeña embarcación, que flota sobre aguas perfumadas, descubren el misterio de una isla de espíritus que se entiende como parábola del final de su amor.
En la segunda parte, el dúo se intrincó en el modernismo francés y la exploración poética a través del genio de Baudelaire. Las piezas «Un fantôme», «Obsession» y «Madrigal triste», de Rita Strohl, de alta intensidad emocional, llevaron a nuestro barítono a emplearse a fondo -en fortísimo- y con éxito en la zona aguda, a veces obsesivo y otras sensual, con un acompañamiento por parte de Tiberghien con ataques en exceso ‘martellato’ en algunos pasajes que exageraron la importancia relativa del instrumento respecto de la voz.
Con Ravel, se produjo una gran diversidad estilística con la épica, el romanticismo y el humor, aun dentro de un mismo compositor. Para ello, Degout hubo de poner en voz, de forma muy versátil, el misticismo de «Sainte», con textos de Mallarmé, el sensual exotismo de «Shéhérazade», así como el humor presente en la «Chanson à boire [Canción para beber]» de «Don Quichotte à Dulcinée», obra en la que El Caballero Andante es tratado con una mezcla de ternura, nobleza y burla, reflejando su idealismo exagerado y su desconexión con la realidad.
Finalmente, Debussy, con sus tres baladas medievales de François Villon, que combinan ironía, ternura y profundidad espiritual, sobrias en la escritura vocal, menos la tercera, «Ballade des femmes de Paris», que dio lugar a que Degout -aquí no tan dependiente de la partitura- aportara un toque de ambigua ligereza y presunción celebrando en su apropiado canto la superioridad de las mujeres parisinas -comparándolas con las de muchas otras regiones y países- en el arte de hablar.
Fueron varias veces las que el binomio Degout-Tiberghien salió a saludar satisfecho entre los aplausos y los vítores del respetable. El barítono verbalizó que ofrecería «El espectro de la rosa», una joya del maestro de la melodía francesa Héctor Berlioz, de carácter eminentemente narrativo y de temática fantasmal y sensual, muy apropiada para terminar un largo y duro recital, que sin atisbo de desmayo, con todo en su sitio y cantando siempre a voz, convenció con creces al público y a nosotros mismos. Ojalá podamos disfrutar en próximas ocasiones de este gran barítono francés, un versátil alquimista del recital, con gran magisterio para conjugar distintos estilos.
Fotos: Elvira Megías / CNDM
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