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Crítica: 'Il tabarro' de Puccini en el Liceo de Barcelona

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Autor: Jordi Maddaleno
17 de julio de 2014

VIBRANTE NOCHE PUCCINIANA

Por Jordi Maddaleno

03-VII-2014, 20:00. Gran Teatre del Liceu. Il Tabarro de G. Puccini en versión de concierto. Amarilli Nizza (Giorgetta), Aleksandr Antonenko (Luigi), A. Òdena (Michele), S. Orfila (Il talpa), Elena Zilio (La Frugola), Vicenç Esteve madrid (Il Tinca), Airam Hernández (vendedor de canciones), Xavier Martínez, Maria Such (dos amantes). Orquesta Sinfónica de Barcelona. Dirección Musical: Pablo González. Coro del Gran Teatre del Liceu. Dir. coro: José Luis Basso.

Última ópera en versión de concierto que se ha podido ver  esta temporada 2013-2014 en el Liceu, en programa denominado “En ocasión de Il Prigionero / Suor Angelica”, con la orquesta de la OBC y la batuta de su titular, Pablo González.

   La actual y tumultuosa situación de cambios internos en el Liceu, se antoja como posible la razón por la que un programa que había sido anunciado con la obra de Luigi Dallapiccola: Canti di prigionia (1838-41) de gran exigencia coral, que había de interpretarse antes de Il tabarro, se cambiase casi sin previo aviso explicativo por “Fragmentos sinfónicos” del ballet Marsia, escrita en 1943, un año antes de Il Prigionero. Una música, de indudable atractivo orquestal, en la línea de la rica e imaginativa vena lírica de gran carga ascética propia de su estilo, que supuso la última obra sinfónica de Dallapiccola de uso tonal. Una lástima el cambio ya que ha sido también el último programa en estrenar en el teatro el ya exdirector titular del coro, el maestro italo argentino, José Luis Basso, quien deja un gran recuerdo en los liceístas por su labor meticulosa, exigente y de grandes resultados en estos diez años en los que ha conseguido forjar un coro digno de un teatro de ópera de nivel internacional, llegando a superar el nivel de la orquesta titular. La pérdida en el programa previo a Il tabarro de los Canti di prigionia ha privado al público del Liceu de una ocasión única de disfrutar de una compleja y atractiva obra coral que seguramente hubiera significado un broche de oro como despedida por su gran trabajo en el teatro de Las Ramblas. Sirva para él estas líneas de agradecido y sincero homenaje: ¡gracias maestro Basso! A todo esto hay que sumar la cancelación por enfermedad de la soprano holandesa Eva Maria Westbroek, quien debía cantar el rol de Giorgetta, y fue sustituida por la soprano italiana Amarilli Nizza.

   Si Pablo González y la OBC demostraron un gran nivel de calidad orquestal con los fragmentos del ballet Marsia, fue con la llegada de Il Tabarro cuando el director ovetense se permitió lucir cualidades sonoras de gran atractivo. Desde el ambiental y atmosférico preludio sinfónico a la ópera, demostrando que a día de hoy la OBC es superior en calidad a la todavía ‘en puesta a punto’ orquesta del Liceu…El sonido cinematográfico, de gran intensidad verista que Puccini escribió para Il tabarro se hizo presente con un gran juego de colores, sentido sinestésico y atención al detalle por parte de la lectura de González. Es cierto que la visión dramática per se inherente a una ópera, no se hizo presente de manera ideal dado la versión de concierto, pero el resultado general instrumental y de la batuta fueron para quien firma la mejor aportación operística de Pablo González vista en el Liceu.

   El equipo vocal se reveló espléndido desde todos los puntos de vista. Caída Westbroek uno de los grandes atractivos del cast, fue una desinhibida Amarilli Nizza una de las grandes triunfadoras de la noche. No por poseer un timbre especialmente bello, sino por su adecuación estilística, un carácter vocal siempre presente, atenta a las inflexiones de la historia, delicada y emotiva. La soprano supo estar a la altura de un personaje que se debate en el olvido de un hijo perdido y el amor marital  también olvidado, transmitiendo veracidad interpretativa y calidad vocal a la altura de la densa y compleja orquestación.

   Pero quien en realidad se transformó en el verdadero protagonista de la noche fue el tenor letón Aleksandr Antonenko, quien debutaba en el Liceu, y levantó casi literalmente de sus butacas a más de un espectador después de su aria Hai ben ragione cantada con una intensidad fuera de serie. La voz es enorme, la proyección generosa y el color con la morbidez y squillo necesario para este tipo de papeles veristas en los que las medias tintas no tienen cabida. Un timbre punzante y agresivo que impactó en el público por la pureza del color, una insultante facilidad en el registro agudo y el uso de un fraseo generoso y meditado dejaron claro que se está delante de un cantante en gran estado de madurez vocal. En su dúo con Nizza y el trío final, Antonenko dibujó el camino canoro de  Luigi, un personaje que bebe del Otello verdiano (del que no en vano es uno de sus máximos intérpretes hoy en día), y del Canio de Pagliacci, dejando un excelso sabor de boca por su calidad artística y firmando uno de los mejores debuts liceístas de los últimos años.

   Con todo lo comentado no era fácil otro de los debuts-rol de la noche, la del barítono tarraconense Àngel Òdena como Michele, un papel duro, paradigmático del universo pucciniano y piedra de toque de cualquier intérprete. Ódena no desmereció el envite aportando generosidad en la emisión, seguridad y homogeneidad en el registro, belleza del timbre y un evidente momento de madurez como demostró en la interpretación de su aria estrella: Nulla silenzio, cantada con abrumadora intensidad y elegancia estilística. Un gran intérprete que cerró un trío protagonista de primer nivel.

   Al hilo del excepcional elenco vocal principal estuvieron también el sonoro Il Talpa del bajo-barítono menorquín Simón Orfila, el tardío y carismático debut de la mezzo italiana Elena Zilio, madura y magnética Frugola , el Tinca del siempre eficaz y comunicativo Vicenç Esteve Madrid, y tres miembros de coro titular, el llamativo color del prometedor tenor Airam Hernandez (Vendedor de canciones) y las dulces y claras intervenciones de Maria Such y Xavier Martínez (pareja de amantes). Una feliz noche de verismo pucciniano que se recordará sobretodo por el debut de un tenor que rompe ese dicho, tan manido como poco exacto, de que ya no existen voces como las de antes.

Fotos: A. Bofill / Gran Teatro del Liceo

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