Por Rubén Martínez
Barcelona. 17/12/15. Teatro del Liceo. Lucia di Lammermoor, Donizetti. Elena Mosuc, Juan Diego Flórez, Marco Caria, Simon Orfila, Sandra Ferrández, Jorge Rodríguez-Norton, Albert Casals. Director musical: Daniel Gil de Tejada. Director de escena: Damiano Michieletto. Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatre del Liceu.
Continúa la serie de funciones de este título donizettiano programadas por el Gran Teatre del Liceu con las que finalizará el presente año dando paso a un interesante mes de enero en el que los Otellos de Verdi y Rossini darán la bienvenida al nuevo ejercicio.
Sin duda, en el peculiar microcosmos lírico la expectación de estas funciones y su principal atractivo tenia como epicentro observar cómo se desenvolveria el tenor peruano Juan Diego Flórez en la parte de Edgardo, rol que se suma a ese peculiar banco de pruebas que no sin cuidado y meditación ha comenzado a abordar el artista en los últimos tiempos y que tiene previsto seguir incrementando con partes de mayor enjundia dramática, intentando desmarcarse de esa etiqueta de referencia rossiniana que en los últimos quince años han marcado un nivel de excelencia difícilmente igualable por la peculiar conjunción de belleza tímbrica, cuidado en el fraseo, homogeneidad de registros, maestria técnica y, por qué no, presencia y credibilidad escénica. Y es que, para el que esto escribe, la verdadera magia del fenómeno Flórez consiste precisamente en eso, en una especie de alineación de astros en el que todas las variables por las cuales se puede y debe medir un cantante lírico alcanzan en él cotas sobresalientes, aunque pueda no ser el número uno en un análisis aislado de cada una de esas capas.
Cualquier lector conocerá con mayor o menor detalle la carrera del peruano y los roles que han cimentado su bien merecida fama, en su mayoria integrados por partes especialmente comprometidas del Rossini serio así como por roles belcantistas en los que el contenido de tesituras extremas era más que notorio. Flórez ha intentado siempre ser muy cuidadoso no sólo con los roles que se apartan de lo que ha constituido su núcleo de repertorio sino de los escenarios en los que estos tuvieran lugar, consciente sin duda de las limitaciones de su instrumento en cuanto a volumetria se refiere (recordemos sus Ducas del Rigoletto verdiano debutados en Lima y Dresde en 2008 pero posteriormente cancelados en el teatro Real de Madrid al reconocer el tenor que no se sentia cómodo en el rol). No hay duda de que Edgardo no es un papel de exhibición de registro agudo y que exige por momentos una densidad en el registro central que sobre el papel podrían poner al peruano en cierto compromiso, más aún en una sala de las dimensiones de la de las Ramblas. Tal como hemos querido reflejar en el titulo de esta crítica, había no sólo expectación sino también dudas sobre la idoneidad de esta ópera para la vocalidad de Flórez, dudas que en opinión del que escribe han quedado totalmente despejadas.
Juan Diego Flórez ha sabido esperar a que su vocalidad madurase de forma gradual dentro de su repertorio natural y podemos afirmar que su instrumento se encuentra en un momento idóneo para comenzar una transición tranquila hacia un repertorio más lírico, habiendo dado un paso muy firme para ello con este debut.
El material de Flórez corre por la sala de las Ramblas con más que suficiencia aunque sus cualidades tímbricas y su agudo no especialmente punzante le impidan atravesar con más facilidad la barrera orquestal en algún momento puntual. En los últimos años el tenor ha hecho un trabajo técnico que podría denominarse de concentración, maximizando sus recursos vocales hasta conseguir una densidad más que notable en el sonido que proyecta hoy en dia, con un agudo de vibrato algo más ancho que en su etapa puramente rossiniana. Digamos que ha trabajado en todas las variables sobre las que tiene control y sus modos canoros se adecúan a la perfección al rol de Edgardo por belleza tímbrica, fraseo, intención en la palabra y vuelo lirico. Lo que Flórez no puede alterar son las cualidades tímbricas de un instrumento que todavia está fuertemente asociado a Rossini en la mente del aficionado aunque será cuestión de tiempo que esta etiqueta vaya cambiando. Éxito rotundo por tanto para este debut del peruano y más ganas si cabe de presenciar su próximo debut como Werther en Paris.
La soprano rumana Elena Mosuc asumía en el coliseo barcelonés su segundo rol protagónico tras las Traviatas de la pasada temporada y uno de aquéllos que ha interpretado en innumerables ocasiones haciendo del mismo una referencia absoluta. Mosuc se encuentra en un estado de madurez vocal e interpretativa extraordinario, con un instrumento sedoso y aterciopelado, sin aristas ni sonidos apretados, desahogado y homogéneo en su amplia extensión, con un centro que ha ganado en presencia sonora y con ciertas tonalidades de lírica plena que la alejan de las sopranos ligeras al uso y que tanto agradece el personaje de Lucia desde una perspectiva dramática. Cómo no, ahí siguen sus proverbiales filados, su emisión sul fiato de manual, sus impecables legato y dominio de las sfumature y portamenti bien entendidos así como su infalible registro sobreagudo, firme, brillante y generoso. Mosuc es heredera de esa escuela rumana que desde Cotrubas hasta Vaduva o Gheorghiu ha sabido producir instrumentos dúctiles, mórbidos y de especial dulzura en la emisión, a lo que se une en el caso de la Mosuc unas dotes para el belcanto pluscuamperfectas.
La exigencia del rol de Lucia es peculiar y mucho más allá de la archiconocida escena de la locura ya que en pocas ocasiones un papel presenta semejante sucesión de desafios desde que irrumpe en escena: recitativo, aria, cabaletta, dúo con Edgardo, dúo con Enrico, dúo con Raimondo y final de segundo acto, todo ello sin solución de continuidad. Mosuc ofreció una interpretación sin tacha, una auténtica lección de recursos belcantistas, con personalidad tímbrica y absoluto dominio del rol culminada con una escena de locura de manual. Éxito rotundo para ella.
El baritono Marco Caria es poseedor de un material italianísimo y sin carencias técnicas, de emisión desahogada en toda su extensión y especialmente brillante en el tercio agudo. Ofreció un retrato del personaje de Enrico tradicional, algo monolítico en cuanto a variedad de colores y echándose en falta alguna dosificación de volumen, aunque acentuando el texto con intención. Los ascensos al sol natural en el "Cruda funesta smania" y "La pietade in suo favore" fueron seguros y resolutivos, amén de lucir un centro ancho y pastoso de los que no abundan hoy en dia. Sin duda Marco Caria es una opción muy atractiva para un gran número de roles belcantistas y verdianos.
Simón Orfila, a las puertas de sus cuarenta años y con muchos de carrera a sus espaldas, continúa ofreciéndonos versiones mejoradas de sí mismo en una evolución continua, pausada, tranquila e inteligente de unos medios vocales que ha sabido optimizar al máximo. Apoyado en una técnica sólida, fiable y resolutiva así como en un instrumento de indudable extensión y presencia, ha sabido profundizar en los últimos tiempos en un fraseo mucho más personal e intencionado, con un caudal sonoro digno de todo respeto y una franja grave en la que son obvias las ganancias atesoradas por el menorquín en cuanto a solidez y presencia. En esta ocasión el instrumento de Orfila se ha presentado más homogeneo en toda su extensión, más redondo, manteniendo su facilidad arriba y demostrando sus progresos en el grave. En su dúo con Lucia "cedi, cedi" mostró además medias voces de bella factura así como en su gran escena del tercer acto "Dalle stanze" culminada con un "Dal ciel" mantenido ad libitum que desató las ovaciones de los asistentes.
El joven tenor catalán Albert Casals es poseedor de una de esas voces que transmiten automáticamente calidez y solaridad por su emisión espontánea de un sonido genuinamente latino, redondo, de indudable encanto tímbrico en la mejor tradición del aperto ma coperto de la escuela italiana, apoyado en una dicción incisiva y totalmente ajena a la monotonia. Se agradece escuchar un Arturo de semejante personalidad y seducción tímbrica especialmente cuando esta parte suele ser asignada a voces de canto plano, emisión monocorde y fraseo anónimo.
El Normanno de Jorge Rodríguez-Norton lució un instrumento generoso y de apreciable riqueza armónica, mucho más presente de lo que suele ser habitual en su escena de salida, en la que supo salir airoso de la situación de franca desventaja frente coro y orquesta con la que Donizetti concibió dicho número, siendo uno de los pocos Normannos que resultaron audibles en dicha escena.
Sandra Ferrández ofreció un suntuoso sonido en sus breves intervenciones dotando al personaje de Alisa de una relevancia superior a lo habitual y reclamando papeles de mayor enjundia y compromiso.
El director Marco Armiliato sufrió una indisposición breves minutos antes del inicio de la representación por lo que fue sustituido in extremis por el joven director valenciano Daniel Gil de Tejada, asistente del maestro en estas funciones y habitual de la Ópera de Sabadell. Su prestación puede calificarse de muy notable, sin prácticamente ningún desajuste entre foso y escenario, y sabiendo atajar rápidamente los pocos conatos que se profujeron. El coro estuvo a un buen nivel, con empaste y sonoridad en su justa medida.
La producción de Damiano Michieletto estrenada en Zürich en 2006 gira en torno a una escenografia presidida por una torre en ruinas símbolo de la decadencia de la familia Ashton, con un vestuario atemporal de tintes bélicos para el coro donde no falta el consabido armamento moderno y las gabardinas de cuero. Más de lo mismo en un todo vale al que el sufrido espectador contemporáneo ya se ha resignado.
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