Por Robert Benito
Barcelona. 4-III-2017. Gran Teatro del Liceo. Thaïs, comédie lyrique en tres actos y siete cuadros, libreto de Louis Gallet y música de J. Massenet. Intérpretes: Plácido Domingo (barítono) Celso Albelo (tenor), Damián del Castillo (Barítono) y Nino Machaidze (soprano). Orquesta y Coro del Teatro del Liceo. Dirección musical: Patrick Fournilier.
Todavía flotaba en el ambiente del Liceu la anterior versión concertante de esta misma ópera que ofreciera la gran diva Rene Fleming en junio del 2007 pero pronto se disipó este recuerdo ante la bella voz de Nino Machaidze en el rol de la sensual Thaïs que acabará convirtiéndose en santa tras el breve y apasionado catecumenado de un Athanael de Plácido Domingo mucho mejor que cuando se lo vimos en escena hace cinco años en el Palau de les Arts en el que debutaba este rol, el número 136 de su extenso repertorio.
Como el mismo Domingo ha dicho en alguna ocasión el protagonismo de la obra se reparte entre la soprano y el barítono que hacen un camino a la inversa en lo que se refiere al amor divino y humano. La cortesana se convierte en santa y el santo acaba perdiendo la fe por su enfermizo amor hacia la cortesana arrepentida. Y aunque en un principio la ópera se iba a titular Athanael los autores vieron que en una sociedad de final de siglo en la que se estreno, 1894, quien tenía que intitular la obra era el personaje a imitar por sus valores y virtudes, de ahí que hoy la conozcamos como Thaïs.
Esta ópera con un trasfondo religioso no esconde en absoluto los momentos sensuales que escuchamos en el segundo cuadro del primer acto y que se extiende a todo el segundo para ir ganando el protagonismo religioso en el primer cuadro y en todo el acto tercero donde se cierra el círculo místico.
Nino Machaidze que debutó hace siete años en el coliseo barcelonés ha ganado en técnica y seguridad con respecto a su primera aparición consiguiendo una emisión limpia en todo el registro con unos agudos seguros y bien proyectados, una línea de canto impoluto con un fraseo muy estudiado y efectista tanto en su presentación “ C’est Thais” como en su primera gran aria “O mon miroir fidèle,…” que da pie al gran dúo con Athanael donde hubo una implicación notable de la soprano in crecendo hasta su última aria del segundo acto “L’amour est una vertu rare” y con un subrayado dramático del peregrinaje externo e interior del tercer acto con momentos brillante como “L’ardent soleil m’ecraise”. De su interpretación la única sombra que pudimos apreciar es que en los momentos más líricos de tesitura perdía presencia al descender del mi 3 denotando su personalidad más ligera que lírica. Destacó igualmente la soprano por la belleza y elegancia de los dos trajes que lució a lo largo de la velada, blanco para el momento de la cortesana y negro tras su conversión
A estas alturas de la carrera de Placido Domingo lo único que se puede decir es que parece que ha hecho un pacto con el diablo vocal ya que con su edad que todavía quiera regalar noches como la que vimos hace unas semanas en la premier de La traviata del Palau de Les Arts con un magnífico Germont o en esta ocasión un entregado Athanael esun verdadero privilegio como espectador. Es verdad que su voz a pesar de los intentos de oscurecer no es de un barítono natural y que en ocasiones su memoria musical no es precisa, pero quien no se puede rendir a un animal de escena y del canto como lo es Domingo. Eso es lo que sucedió en el Liceu con un teatro agradecido y entusiasmado por su trayectoria y su buen hacer más allá de la corte de seguidoras alemanas que le siguen y persiguen allá donde canta.
Invitar a Celso Albelo para el rol de Nisias es un privilegio aunque verdaderamente no es un rol para que brille todo lo que se merece este gran tenor tinerfeño. Dentro de los partiquinos destacaron las dos esclavas en su intervención a dúo, Sara Blanch y Marifé Nogales, con un gran empaste y precisión en un número difícil. Este aspecto de la precisión, en cuanto a afinación se refiere, no acompañó a la soprano coloratura Mercedes Acuri en su única y difícil intervención, como tampoco lo hizo en la línea de canto Maria José Suárez en su rol de Albine.
No entendemos cómo si en la partitura están marcadas unas características y tesituras vocales para determinados personajes no se respetan por el responsable de comprobar esta adecuación a la hora de contratar, ya que el personaje de Palemón pone claramente en la partitura que es para una voz de bajo y no una de barítono sin los graves contundentes escritos por Massenet para este papel que pudimos ver en el joven barítono Damián del Castillo, gran profesional pero inadecuado en este rol. En la misma línea otorgar el papel de sirviente, por breve que sea a un bajo como Marc Pujol cuando está marcado para un barítono es casi como el mundo al revés, pero….doctores tienen los teatros de ópera que deciden esto y otras cosas incomprensibles a los ojos de los aficionados y críticos.
EL coro y la orquesta titularos estuvieron precisos y dúctiles a las indicaciones y fraseos del maestro Fournillier que ha hecho de esta ópera un caballo de batalla de su carrera ya que lo dirigió con Plácido Domingo en Valencia y después en Los Angeles con la misma pareja protagónica. Este director francés siente y ama la música de Massenet ofreciendo diferentes texturas y paletas tímbricas y de intensidades que cerraron una velada más que agradable de un título amado en los anales del Liceu y que no se hace en escena desde 1976, más de cuarenta años, convirtiéndose en el presente siglo en una obra condenada a la versión concertante.
Destacar la intervención del concertino de la formación Kai Gleusteen en la archiconocida “Meditación” que supo interpretar con una gran vena lírica y con un equilibrio entre lo sensual de la melodía y el significado religioso del momento dramático.
Hasta este momento me he resistido a denunciar una opción extraña del Teatro del Liceu que cada vez se hace más evidente en cuanto a política lingüística cierta demostración de prepotencia de una lengua sobre otra sin atender a la mínima de las sensibilidades en cuanto a equilibrio y paridad se refiere.
En teatros como la Monnaie de Bruselas todo es bilingüe en igualdad de condiciones hasta el punto de que los sobretítulos aparecen en dos pantallas una en francés y otra en flamenco, siendo la sensibilidad tan exquisita que cada acto cambian de posición la lengua en la que están para que nadie pueda decir que una lengua está por encima de la otra.
En el Teatro del Liceu los sobretítulos sólo aparecen en catalán, y solamente las personas pudientes (que pueden pagar los precios más caros del teatro) de platea y ciertos palcos con pequeñas pantallas pueden elegir en paridad dichos subtítulos entre cuatro lengüas: catalán, castellano, inglés y normalmente la lengua de la ópera sea francés o italiano. Pero no acaba ahí sino que cuando los programas de mano se hacen trilingües la tintura de la parte catalana es de un negro claro igual que la traducción al inglés, mientras que los textos en castellano están impresos en un gris pálido entre ilegible y borroso que como me dijo alguien con más razón que chispa, no se sabe si la razón es por hacer desaparecer una lengua mayoritaria en un teatro que recibe una gran subvención de instituciones y mecenas castellanohablantes como venganza de colonialismos pretéritos.
Creo que la política lingüística y de edición ha de favorecer la comprensión y la lectura fácil a todos los niveles desde artículos interesantes, fotografías adecuadas, análisis de las obras, curriculums uniformes de los intérpretes, etc,... así como la tintura y colores que se emplean en la impresión para que el resultado sea cómodo y al servicio de una población heterogénea en un teatro que quiere recuperar en su 20 aniversario el lema de su reapertura “El Liceu de tots-todos”.
Foto: A. Bofill
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