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Opinión: «La música de Thomas Mann, Wagner». Por Aurelio M. Seco

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Autor: Aurelio M. Seco
20 de julio de 2025

Artículo de opinión de Aurelio M. Seco sobre Thomas Mann y su escrito sobre Wagner en sus Ensayos sobre música, teatro y literatura

Thomas Mann

La música de Thomas Mann, Wagner

Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
En los Ensayos sobre música, teatro y literatura, de Thomas Mann, publicados en español por Alba editorial, se ofrece una interesante selección de textos realizada por la traductora del libro, Genoveva Dieterich. La música está presente sólo en uno de ellos, un artículo titulado Richard Wagner y El anillo del nibelungo, texto publicado en 1937 pero de gran actualidad por la universalidad y vigencia de sus reflexiones en torno a Wagner y su música. Nos ha sorprendido la lucidez de Mann a la hora de hacerle el diagnóstico ideológico a Wagner, tanto como su reacción personal y poética ante la obra del compositor, una música para otra época, no necesariamente pretérita, pero casi inédita a nivel sociológico para este siglo XXI en el que manda la «música de marcapasos».

   Thomas Mann, en su articulito, parece vibrar ante Wagner como lo haría cualquiera con un poco de sensibilidad trabajada que asistiese a un teatro para ver una de sus óperas. Wagner, nos dice Mann, acudió al mito para desmarcarse de la cultura burguesa, con la fuerza vital y amorosa de un genio, de un compositor de música sustantiva que todavía hoy citamos, aunque sea para menudencias. En su último período de vida, en Venecia, Wagner se empapó de la literatura trascendente de Calderón de la Barca, Lope de Vega y Shakespeare, así como de la música de Mendelssohn, Mozart y Beethoven, compositor cuya grandeza Wagner ponía al lado de la de Shakespeare, puede que, como decía no hace mucho Luis Alberto de Cuenca en una entrevista, porque Shakespeare «agota el hecho humano» tanto como Beethoven, sin resultar nunca -esto lo afirmaba Daniel Barenboim- vulgar.

   El escrito de Mann nos habla de la «identidad alemana», de su espiritu y virtudes, al tiempo que hace una crítica, creemos no del todo consciente, a la «cultura moderna», una «falsa cultura» que muy pronto traería como consecuencia la instalación perenne del mito en nuestra sociedad. Pero no del mito wagneriano nórdico, que por cierto tanto criticó Jorge Luis Borges por no ajustarse a la tradición literaria positiva. Así, de aquellos mitos wagnerianos tenemos hoy las pueriles obritas literarias modernas de ogros, elfos, dioses y princesas con martillo. Pero aquel huír de Wagner de la cultura burguesa, que tenía un sentido filosófico profundo, dio como resultado unas partituras divinas, de una potencia tan arrolladora que resulta un compromiso siquiera intentar darles vida. Thomas Mann cita, en su discurso, el magnífico Fausto de Goethe, por ciertos conceptos antropológicos fundamentales.

   La pluma de Mann, lucidísima y luminosa, ejercita en su discurso la filosofía más alta cuando afirma que el artista músico «mal conoce al principio la voluntad propia de aquello en lo que se mete, sin tener idea de lo que la obra realmente quiere ser». Wagner, que odiaba las exigencias culturales, se apropió para hacer su música, más de la emoción que de la razón, quizás por no saber muy bien qué era lo segundo, en una poética preciosa que también asume Víctor Erice, y nos regaló el mito en música para mitificarse él mismo, aunque a los ojos de un niño de hoy no estemos más que ante un personaje de libro, excéntrico y peculiar.

   En Emiratos Árabes Unidos acaban de estrenar una autopista musical. Cuando los coches pasan por encima de estos badenes suenan como meroema las notas del «himno de la alegria» de Beethoven, razón por la cual debemos considerar objetivamente a este compositor un genio sustantivo, y a nuestra sociedad una gran esfera cultural pueril, que reduce la potencia poética de los grandes mitos culturales positivos a una canción rock de Miguel Ríos con marcapasos y badén.

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