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Crónica: 32 edición del Concurso Internacional de Piano de Ferrol. Por Pablo Sánchez Quinteiro

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Autor: Pablo Sánchez Quinteiro
10 de mayo de 2021

Uladzislau Khandohi, vencedor del XXXII Concurso de piano de Ferrol

Por Pablo Sánchez Quinteiro | @psanquin
Cuando todavía el mundo de la cultura se halla atravesando una complicada fase de reconstrucción, es reconfortante ver como la ciudad de Ferrol ha sido capaz en estos tiempos de incertidumbre, no sólo de recuperar una de sus iniciativas culturales más señeras, sino también de elevar su categoría internacional a un nivel muy superior al que tenía en los tiempos prepandemia. Hablamos de una de las competiciones pianísticas más importantes de España, el Concurso de piano de Ferrol, el cual, a pesar de haber alcanzado su 31ª edición en el año 2017, llevaba ya tres años sin convocarse.

   La implicación de los responsables políticos y de toda la sociedad ferrolana, y la personalidad única del pianista ferrolano Pablo Galdo han sido decisivos para que en plena pandemia, haya tenido lugar la resurrección del festival. Pablo, no es sólo uno de los pianistas españoles más internacionales de su generación, sino que, al mismo tiempo posee un talento organizativo nato, como demuestra el hecho de ser el alma mater de otro reconocido, aunque más incipiente certamen pianístico, el «Ciudad de Vigo», al cual llegó el año pasado a su 4ª edición en un innovador formato online. Para lanzar con éxito dicho certamen fue decisiva la vinculación personal y artística de Pablo Galdo con un selecto grupo de grandes pianistas, entre los que destaca Martha Argerich, a la que en no pocas ocasiones ha acompañado en el escenario.

   Con el certamen de Ferrol, Galdo ha apostado por un abordaje similar: rodearse de un jurado de lujo que sirva de estímulo y aliciente para concitar el interés de pianistas aspirantes y de medios de todo el mundo. En este caso se trataba de una espectacular nónima de grandes nombres del piano: Philippe Entremont, Cyprien Katsaris, Lilya Zilberstein, Barry Douglas, Cristina Ortiz, Elisabeth Leonskaja, el propio Galdo, Boris Berezovsky, Tamás Vásáry y Stephen Kovacevich. Aunque todos estuvieron implicados desde la gestación del concurso, lamentablemente, debido a las problemáticas y restricciones derivadas de la pandemia, los tres últimos pianistas no pudieron estar presentes en Ferrol. Aun así, se trataba de un eminente jurado que se enfrentó a la dificultad de seleccionar entre los 237 inscritos y que participó activamente no sólo evaluando a los participantes, sino también actuando en varios conciertos, como el de inauguración con Barry Douglas, interpretando los Cuadros de Mussorgsky y Katsaris abordando un exigente programa en el que dejó muestra de como a sus 70 años sigue en plena forma. A este concierto se sumó el concierto de jurados. Todo un acontecimiento poder ver sobre el escenario a  Douglas, Ortiz, Katasaris, Zilberstein, Galdo y Entremont, tocando el piano a solo y a cuatro manos. Y finalmente, la clausura del certamen contó con la grandísima Elisabeth Leonskaja quien abordó ni más ni menos que las tres últimas sonatas de Beethoven.

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   En cuanto al desarrollo de las pruebas; tras dos rondas eliminatorias y una dura semifinal, llegaron a la final tres excelentes jóvenes pianistas: el italiano Elia Cecino, la rumana Eva Garet y el bieloruso Uladizlau Khandohi, los cuales  actuaron en este orden acompañados por la Orquesta Sinfónica de Galicia, dirigida por su director asociado, José Trigueros. Cecino y Khandohi, ambos de 19 años, habían preseleccionado para la hipotética final el Concierto para piano nº1 de Chopin, mientras que Garet, participante más joven del concurso, con sus asombrosos 14 años, optó por el Segundo concierto de Saint-Saëns.

   Con Cecino y Khandohi, pudimos por tanto asistir en una misma velada a dos interpretaciones de la misma obra chopiniana, lo cual podría a priori resultar poco estimulante; pero sin embargo, solistas y orquesta lo convirtieron en una experiencia apasionante, pues se trataron de dos interpretaciones diametralmente contrapuestas, reflejos de las personalidades dispares de los intérpretes y de su forma de sentir esta música. En ambos casos interpretaciones sinceras y convincentes; mucho más clásica y equilibrada la de Cecino, absolutamente extrema la que nació de las manos de Khandohi.

   El Chopin de Cecino fue mucho más idiomático, predominando en todo momento su elegancia y sobriedad, por no decir contención. Sin llegar sus retardandi al estilo de los que por ejemplo despliega Martha Argerich en su mítica grabación de 1967 con Claudio Abbado, la interpretación podría alinearse en esa concepción. Su musicalidad se reflejó en los pasajes más introspectivos de la partitura, como por ejemplo en los diálogos con la trompa y el fagot los cuales se beneficiaron de su preciosista legato. A pesar de los nervios de la competición no hubo ningún desliz audible en su interpretación. Cecino dio vida a una inefable Romanza y supo conferirle al último movimiento un carácter vivaz y danzable, integrando los pasajes más ágiles con un discurso global coherente.


   Khandohi deslumbró desde un primer momento por la limpieza, la claridad y la rotundidad de su sonido, pero también por la agilidad vertiginosa de sus dedos, la cual explotó al máximo, lógicamente en los movimientos extremos, el Allegro maestoso y el Rondó-Vivace. Todo ello se plasmó en una concepción impetuosa y ardiente, en ocasiones rozando el paroxismo, que puso a los músicos de la orquesta auténticamente al límite. Un electrizante Chopin, aunque sin duda resultó mucho más idiomática la Romanza, en la que Khandohi exploró un amplio rango de emociones, gracias a su sonido limpio, cristalino y a un gran control del fraseo. La fusión con la orquesta en el smorzando final hizo que un miembro del jurado no pudiese dejar de lanzar al aire un aprobador «magnifique».

   Entre los dos Chopin, la jovencísima Eva Garet, abordó un caballo de batalla del repertorio pianístico francés; el maravilloso Segundo concierto de Saint-Saëns, lamentablemente infrecuente en el repertorio. Debió ser para ella un gran reto afrontarlo pues en el jurado la juzgaban dos especialistas en ese repertorio tan emblemáticos como son Entremont y Katsarys. Todo un reflejo de la diversidad de escuelas representadas en el jurado. Garet no se arredró en absoluto y ya desde la majestuosa introducción pianística exhibió una comprensión absoluta de la obra. Destacó por su musicalidad, interiorizando y exteriorizando la partitura, de una forma genuina; disipando cualquier prejuicio acerca del cliché del niño prodigio y mostrándose como un artista maduro y consciente. Fue un poco discutible su abordaje de los pasajes más introspectivos del Andante sostenuto inicial a los cuales les confirió un carácter más próximo al mundo de Chopin que al del propio Saint-Saëns, pero aún así la ejecución de estas secciones fue de una belleza absoluta. En los continuos y exacerbados pasajes de bravura de toda la partitura, muy particularmente en el Presto final Garet mostró un sonido robusto y poderoso, y al mismo tiempo una seguridad y claridad reveladora de un talento indiscutible.

   Fue una gran final en la que la Orquesta Sinfónica de Galicia y su director José Trigueros jugaron un papel decisivo. Siempre es para la orquesta un aliciente especial trasladarse al Auditorio de Ferrol -una de las mejores acústicas de Galicia- y esto se notó en la evidente comunicación entre los músicos, la orquesta y el director. El resultado fue una intensa y estimulante velada también en lo orquestal, que sin duda contribuyó al éxito de los solistas. Sin duda fue un reto mayúsculo para el director José Trigueros afrontar de antemano la preparación de una amplia gama cama de conciertos pues dado el altísimo número de participantes la selección cubría todos los frentes del repertorio. Una vez más Trigueros mostró las cualidades que la han llevado al puesto de director asociado de la Sinfónica, exhibiendo desde el pódium clarividencia y musicalidad, acompañadas ambas por una técnica clara y precisa puesta al servicio de la música y de los intérpretes; sin duda un director joven alejado del divismo al uso. Hubo en algún momento un sonido algo excesivo o saturado pero es algo comprensible si pensamos que la Sinfónica tiene por sede habitual el Coliseum de la Coruña, un escenario inmenso en el que los músicos deben tocar de principio a fin con un sonido pleno. Sin duda, no es fácil para ellos, ajustar de un día para otro su forma de tocar a una sala tan intimista como el auditorio ferrolano.

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   Tras una larga deliberación se realizó la presentación de los resultados del jurado con la presencia de las autoridades locales. A pesar del inevitablemente reducido público presente, se respiraba la satisfacción de la ciudad por haber llevado su festival a buen puerto y de todos los presentes por haber conseguido que la música haya vuelto a triunfar y demostrar que si siempre es un alimento fundamental para nuestra sociedad, aún lo es más en el descorazonador escenario que vivimos.

   El primer premio, dotado con 15.000 € y dos conciertos con la Orquesta Sinfónica de Galicia, correspondió a Uladzislau Khandohi. El segundo premio, con 10.000 € fue para Eva Garet, quien recibió además los dos premios del público: el Premio Concepción Arenal, concedido por el público presente en la sala; y el Premio Ferrol para el Mundo, votado por el público que siguió el concurso por streaming. El tercer premio, dotado con 5.000 € recayó en Elia Cecino, quien obtuvo además el Premio Alicia de Larrocha para el mejor intérprete de una obra española, dotado con 1000€. El Premio Pepito Arriola al mejor concursante español, dotado con 500€, fue para el granadino Carlos de la Blanca Elorza (25 años). Además, se concedieron cinco Menciones de Honor, dotadas con 200€, y cuatro Accesits, dotados con 100€.

   Al día siguiente tuvo lugar la clausura, como ya comenté con la trilogía pianística final de Beethoven interpretada por Elisabeth Leonskaya. Una velada impactante que de por sí merecería una amplia reseña y por supuesto un público mucho más amplio que el permitido por las absurdas restricciones.  Ante unas pocas decenas de asistentes, Leonskaya dio una clase magistral de música y de pensamiento, dando vida a unas recreaciones tan grandiosas como personales de las tres últimas sonatas beethovenianas. Difícilmente se puede pensar en un colofón mejor para la auténtica fiesta de la música que la ciudad de Ferrol y los organizadores del festival, encabezados por Pablo Galdo nos han brindado.

   Un último apunte para comentar que la cobertura en los medios y en las redes sociales planteada por la organización ha sido excelente, hasta el punto de que todas las rondas de la competición fueron retransmitidas en directo por streaming, incluida por supuesto la gran final del 8 de mayo. Todo un lujo disponer de esta muestra, espectacular y más que estimulante, del nuevo pianismo actual.

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