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Crítica: Valerio Galli dirige «Turandot» de Puccini en el Teatro Comunale de Bolonia

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Autor: Magda Ruggeri Marchetti
4 de mayo de 2019

El triunfo de la música y del canto

Por Magda Ruggeri Marchetti
Bolonia. 28-V-2019. Teatro Comunale. Turandot [Giacomo Puccini, completada por Franco Alfano/Giuseppe Adami y Renato Simoni]. Hui He [Turandot], Bruno Lazzaretti [Altoum], In-Sung Sim [Timur], Gregory Kunde [Calaf], Mariangela Sicilia [Liù], Vincenzo Taormina [Ping], Francesco Marsiglia [Pang], Cristiano Olivieri [Pong], Nicolò Ceriani [un mandarino], Massimiliano Brusco [Il principe di Persia], Silvia Calzavara/Lucia Viviana [Ancelle di Turandot]. Orquesta, Coro y Coro de voces blancas del Teatro Comunale. Director de escena: Fabio Cherstich. Director musical: Valerio Galli.

   Turandot es la última ópera de Puccini que, vencido por la enfermedad en 1924, dejó inacabada y que Franco Alfano completó componiendo el duo final. El compositor se distancia totalmente de su código estético realista y conmovedor, creando una ópera estructurada como una ceremonia pagana, legendaria, inmóvil, muy cercana a la estética simbolista y surrealista, acorde con el impresionismo y el modernismo de moda en la época.

  El espectáculo que acabamos de ver es una nueva producción del Teatro Comunale con el Teatro Massimo de Palermo y el Badisches Staatstheater Karlsruhe, en partnership con Lakhta Center para la producción del vídeo. La dirección escénica de Fabio Cherstich, joven pero ya conocido especialmente por su Operacamion, se vale de la colaboración del colectivo ruso AES+F para vídeos, escenografía y vestuario, centrales en esta función donde los cantantes deberian integrarse en la acción de las pantallas. En efecto, se presentan simultáneamente al espectador dos hilos narrativos independientes: el del libreto y el confiado al vídeo, que ahonda en la naturaleza de una Turandot vista como alienígena en su inhumana crueldad. El segundo, por su impacto visual, roba el protagonismo al primero en discutible opción.


   El fondo del escenario está permanentemente ocupado en casi toda su altura por una pantalla central prolongada en dos laterales algo oblicuas, que continúan o complementan temáticamente la imagen central. Ocasionalmente otra desciende en el primer plano del proscenio. Distrae el permanente sobrevuelo de una Pekín futurista de rascacielos policromáticos con formas orgánicas esponjoides, o geometrías más variadas, complejas y a menudo pulsantes. En el espacio aéreo sobre este apretado bosque de arquitecturas y arterias urbanas, pululan infinidad de imaginativos drones, que ceden frecuentemente el protagonismo a un gran dragón rojo biomecánico, sobre todo en su interior, al que entramos en excursión virtual por ventanas intercostales o por la boca, para acceder a la gran cavidad torácica. En ella se evoca la crueldad de Turandot, encarnada en un matriarcado de pálidas alienígenas de rostro y pecho femeninos con múltiples largos brazos ondulantes, terminados en pinzas carnosas con las que estrangula a sus pretendientes, de cuyos jóvenes cuerpos vemos abundantes primeros planos, sin ahorrar detalles de uñas, pelos, piel y, al final, de sus cabezas cortadas. Su voracidad aniquiladora alcanza el culmen en una hidra rosada, de numerosas cabezas con eróticas bocas succionadoras, una gorguera de pechos femeninos y una base de tentáculos. Este derroche de gráfica digital abunda de citas: rascacielos con estética de Gaudí o de la Torre Glòries de Barcelona, nervaduras gótico-biónicas del interior del dragón y accesos por aberturas vaginales de la fantasía de Hans Ruedi Giger en la astronave varada del film Alien. En algún momento el dragón vomita esferas que se convierten en áridos planetas, o arroja por un gran estoma ventral una cascada de capullos de rosa, de los que alguno se infla, se abre y llena la pantalla de una explosión de fragmentos de pétalos. Decididamente de dudoso y hasta desagradable gusto es el insistente recurso a las formas vaginales, que alcanzan el paroxismo en un cuerpo femenino en cuyos muslos se abren llagas con esa forma, de las que emergen nuevos cuerpos femeninos que a su vez se llagan, para constituir, en sucesión gematoria, un monstruoso ramillete arborescente. La referencia a la espeluznante forma de reproducción de Alien es perceptible. El vídeo que se proyecta sin solución de continuidad durante toda la obra secuestra la atención y termina por producir malestar al aficionado tradicional a la ópera.


   Afortunadamente el alto nivel de la parte musical no se deja eclipsar. Magnífico el trabajo del Director musical Valerio Galli que, seguido con precisión por la óptima orquesta del Teatro Comunale, supo regalarnos el lujo profuso de la orquestación, con pasajes orientalizantes, de un Puccini en plena madurez. El maestro consigue subrayar los detalles de una partitura rica de colores y cautivantes sonoridades, una sapiente economía de las pausas y la culminación explosiva que acompaña el duo final, sin olvidar nunca a los cantantes. El elenco es de altura: Hui He nos ofrece un canto de gran nivel, impecable en la dicción y en los acentos, exhibiendo una voz con emisión uniforme, un buen color que se irradia en los agudos, perfectos filati y «medias voces» muy bien proyectadas. Encarna a la princesa Turandot, que, para vengar a una infeliz antepasada, decide concederse en esposa solo a quien resuelva tres enigmas relacionados con su soledad y, como el fracaso se paga con la vida, ha dejado ya tras de sí numerosas víctimas. Cual terrible mantis, representa el poder despiadado y cruel. Hui He es perfecta en su frialdad, que no se atenúa ni siquiera en el final cuando cede al amor de Calaf. Como requiere la lectura de Cherstich, el beso que debería transformarla y humanizarla se reduce a una mirada a gran distancia entre los dos. Su vestimenta de raso blanco, constelada de brillos Led casi cegadores, subraya su hostil frialdad. Gregory Kunde es el príncipe desconocido que, hechizado por Turandot, decide afrontar el mortal riesgo de la prueba. Se presenta como un militar en uniforme mimético y luce buen timbre, brillo y punta. Su voz lírica en el fraseo, potente y segura en los agudos en la escena de los enigmas, con acentos encendidos y vibrantes, arrancó repetidos aplausos en «Nessun dorma». Mariangela Sicilia, a quien ya hemos escuchado en La bohème en este mismo teatro, encarna a Liù, el único típico personaje femenino pucciniano. Sublime intérprete del verdadero amor que la anima, sensible y dulce soprano, tiene una magnífica voz, sugestiva en los pianissimos y en las «medias voces». Segura en los agudos, tiene amplitud e incisividad de canto que se nota desde el filato de su primera frase «Perché un dì, nella reggia, mi hai sorriso» hasta la sublime escena del último acto en que muere. Siempre vestida de enfermera, es la esclava que acompaña a Timur, el emperador destronado que encarna In-Sung Sim, que ofreció una óptima prueba al igual que Bruno Lazzaretti en su Altoum. Bien los tres ministros, máscaras que hunden sus raíces en la commedia dell’arte: Vincenzo Taormina, Francesco Marsiglia y Cristiano Olivieri con grotescos gabardina, sombrero y maletín completamente rojos. Nicolò Ceriani, el mandarino, enunció con acentos solemnes las proclamas. Correctos Massimiliano Brusco, Silvia Calzavara y Lucia Viviana.

  Situado en las gradas laterales, el coro tiene en esta ópera un nivel de tragedia griega con la clásica función de comentario, desempeñada vocalmente de manera impecable, así como el coro de voces blancas, preparados respectivamente por Alberto Malazzi y Alhambra Superchi. Lástima que el vestuario, las banderitas y complementos playeros los hagan poco creíbles.

Foto: Andrea Ranzi - Studio Casaluci

 El público del estreno aplaudió a todo el equipo, ovacionando a los tres protagonistas y al Maestro.

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