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Crítica: Vasily Petrenko dirige a la Orquesta Barenboim-Said en Sevilla

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Autor: Álvaro Cabezas
30 de diciembre de 2023

Crítica del concierto ofrecido en el Teatro de la Maestranza de Sevila por la Orquesta de la Academia de Estudios Orquestales de la Fundación Barenboim-Said, bajo la dirección musical de Vasily Petrenko

Vasily Petrenko

Una noche de Navidad a la rusa

Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla, 29-XII-2022. Teatro de la Maestranza. Orquesta de la Academia de Estudios Orquestales de la Fundación Barenboim-Said; Vasily Petrenko, director. Programa: Scheherezade, suite sinfónica op. 35 "Las mil y una noches", de Nikolái Rimski-Korsakov; y selección de movimientos del ballet Romeo y Julieta de Serguéi Prokofiev.

   Como cada año por estas fechas compareció en el Teatro de la Maestranza de Sevilla la Orquesta de la Academia de Estudios Orquestales de la Fundación Barenboim-Said para –en esta ocasión de la mano de Vasily Petrenko–, mostrarnos con el hecho simbólico del concierto en la capital hispalense [que se repetirá hoy en Jaén], la supervivencia de una fundación pública andaluza –ahora adscrita a la Consejería de Turismo, Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía [en tiempos vinculada a la propia Presidencia del ente autonómico]–, que fue creada hace veinte años en circunstancias sociales, económicas y políticas muy diferentes. Dejando claro que es notoriamente positivo que más de tres mil escolares se beneficien cada curso de los frutos artísticos del proyecto Educación Musical en Andalucía, del de Orquesta en Primaria, de los cursos de iniciación a la música en periodos vacacionales o de los talleres musicales de los sábados –sin olvidar la atención que presta la Fundación a niños palestinos en Ramallah–, me gustaría recordar aquí que no es oro todo lo que reluce.

   Por desgracia, la enseñanza musical en España, y especialmente en Andalucía, no pasa por sus mejores momentos, constreñida como está entre el desprecio de las políticas públicas y la exigencia que requiere, inexcusablemente, por parte de las iniciativas particulares y de las familias de los estudiantes. Y que, también, reducida la actividad pública del maestro Daniel Barenboim, esta fundación no goza hoy ni del presupuesto ni de la aceptación popular con la que fue agraciada en tiempos de un mayor esnobismo. Quizá esos esfuerzos educativos se podrían canalizar por medio de los conservatorios [necesitados de una mayor inversión], de la Orquesta Joven de Andalucía, la Sinfónica Conjunta, las orquestas juvenil e infantil de Almería o la Joven Orquesta Internacional de Sevilla. Sin embargo, con el mantenimiento de la Fundación Barenboim-Said, la Junta de Andalucía se muestra deudora de un lastre del pasado y desnortada en materia musical, como se demostró a los melómanos sevillanos durante los meses de huelga de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en la primavera pasada. Si una parte del presupuesto destinado a aquella mudara a esta se podrían lograr maravillas, quizá el contrato de un director titular de nivel medio-alto, la realización de giras nacionales o internacionales o invitar a grandes solistas.

   En cualquier caso, si nos centramos exclusivamente en lo musical, hay que celebrar que parte de los jóvenes músicos de Andalucía y el maestro Vasily Petrenko –que nada saben de las cuestiones planteadas anteriormente–, acometan su trabajo de forma tan brillante y enérgica como en la noche de ayer. En los atriles había dos obras rusas archiconocidas –Scheherezade de Rimski-Korsakov y extractos de Romeo y Julieta de Prokofiev–, pero no por ello menos complejas en lo interpretativo. Podría entenderse como un fallo de los programadores traer la ensoñadora obra que recrea Las mil y una noches tan sólo dos meses después de que la interpretara la Sinfónica de Sevilla en su segundo programa de abono con el maestro Julio García Vico. Sin embargo, no lo fue porque, aunque el escenario era el mismo, ni la mayor parte del público repitió –como prueba el infinito número de toses y caídas de objetos que se dieron o el aplauso extemporáneo a mitad de Scheherezade–, ni tampoco la lectura del maestro o del conjunto se parecieron.

   Donde la ROSS desplegó elegancia sonando como sonámbula mientras caída un hilillo de agua del techo como efecto de la nefasta [como se demostró en daños] borrasca Aline, la Orquesta de la Fundación Barenboim-Said tiró de fuerza y contundencia y ofreció una versión un tanto abrupta y deslavazada de una pieza en la que brillaron sobremanera las intervenciones solistas, llenas de creatividad, del fagot, del oboe, del clarinete, del violonchelo y de la concertino. Obviando los fallos propios de cualquier conjunto amateur, lo más discutible de la muy rusa y enérgica dirección de Petrenko [actual director musical de la Royal Philharmonic Orchestra de Londres y que dejó vacante el podio que ocupó el venezolano Domingo Hindoyan, viejo conocido de la Fundación Barenboim-Said, en la Royal Liverpool Philharmonic], fue la falta de conexión entre las distintas partes de la obra y la ausencia de silencios retóricos o momentos de sosiego que promovieran el contraste con aquellos potentes que aturden y, como decía un veterano crítico, «desbordan la capacidad sonora del Maestranza». Creo que la opción de Petrenko fue mostrarnos una obra plena de tintes nacionalistas rusos antes que una evocación literaria medieval del orientalismo tan apreciado en Europa durante buena parte del siglo XIX.

   Esa exhibición de músculo orquestal quizá sea un recurso didáctico válido para el entusiasmo de jóvenes músicos o de aficionados que descubran la obra por primera vez, pero no es lo ideal para dar vida (de nuevo) a una obra tan excelsa y de tanta repercusión posterior como el ballet Romeo y Julieta de Prokofiev. De alguna manera, Petrenko nos contaba esa historia de amor, con una confusa selección de piezas [números extraídos de la suite nº 1 y 2, con la ausencia injustificable de la escena del balcón], sin personajes protagonistas, sin humor, ironía, trascendencia y de todo lo contemporáneo que tiene esta universal obra del compositor ruso. Lo importante era el lucimiento exagerado de las secciones de la orquesta y, aunque apabullante, esto no es algo atractivo ni deja espacio para la emoción. Lo peor es que crea una falsa sensación de triunfo en músicos y familiares: como si todo en arte fuera impresionar y recibir aplausos y no, además, educar el alma y abrir, por un instante, una puerta a la eternidad.

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