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Opinión: 'Demasiado pronto'.  Por Aurelio M. Seco

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Autor: Aurelio M. Seco
7 de enero de 2016

DEMASIADO PRONTO


Por Aurelio M. Seco
Bruckner es un compositor para melómanos avezados y directores experimentados. Hay muchos ejemplos en la historia de grandes directores de orquesta que en su día tomaron la decisión de no dirigir ciertas obras hasta estar verdaderamente preparados, técnica, musical y vitalmente. Hoy, sin embargo, parece que esto ya no se lleva. ¿Qué puede querer decir un director de orquesta de veintidós años cuando se sube a la tarima para ofrecer su versión de la Novena sinfonía de Beethoven? Muy poco. Sonarán las notas una tras otra pero no la gravedad de su mensaje.

   Como en todo hay excepciones. Hace unos meses tuve la oportunidad  de oír a Andris Nelsons dirigir la Sinfonía nº 7 de Bruckner al frente de la Orquesta Sinfónica Ciudad de Birmingham. Fue una versión más que estimable, puede que con un sonido demasiado colorista que a veces incluso nos recordó a Vaughan Williams -y no entendemos a Bruckner así-, pero la aproximación fue interesante y digna de un joven director de enorme talento cuya evolución conviene seguir muy de cerca.

   Si evitamos hablar de excepciones, en general hay una moda por lo joven que está profundamente equivocada. Lo que es nuevo o joven ya parece mejor que lo antiguo por norma, cuando suele ser excepción, sobre todo en el mundo de la dirección de orquesta, una profesión en la que la experiencia es fundamental. Hay grandes directores veteranos que ya pueden esperar sentados por determinados puestos que nunca se los ofrecerán por muy interesante que resulte su trabajo. Y jovencitos entusiastas y con especiales dotes para lo mediático y la cosa social -o de gestualidad especialmente briosa- debidamente potenciados por importantes agencias que no siempre aciertan con el verdadero talento, más que preparados para “crecer con la orquesta” de turno. Demasiadas veces he oído esta expresión en boca de gestores enamorados de un director de talento que todavía no está la altura.

   Es absurdo abordar la interpretación de una obra cuya estructura e intencionalidad no se entiende con claridad. Tampoco se trata de saber el fin último de cada partitura ni de abordar la psicología profunda del autor en cada interpretación. No hay que exagerar; pero sí es necesario tener un gran conocimiento de causa de lo que se tiene entre manos y, lo que es más importante, conocer la tradición de su interpretación. Esto, por una razón fundamental: las más grandes obras han ido perfeccionando su mejor forma de ser interpretativa en las manos de los más geniales intérpretes y editores. Tenía razón Celibidache cuando afirmaba que los compositores no siempre son conscientes de las potencialidades de lo que han escrito.

   Lo que aporta la música son, como norma general, ideas estrictamente musicales, pero éstas se pueden expresar sin convicción, de manera superficial, fortuita, sin alma, o como producto de una madurez, consciente de su estructura e intencionalidad dramática, con un sonido interesante y sentido propio de la musicalidad. Si no nos equivocamos, Riccardo Muti esperó nada menos que hasta los 40 años para dirigir la Novena sinfonía de Beethoven. Aldo Ceccato hasta los 42.

   Desde luego, uno no se debe subir a la tarima para dirigir la Sexta sinfonía de Bruckner sin antes haber escuchado con suma atención y entendido, como mínimo, las interpretaciones de Sergiu Celibidache y Eugen Jochum. No estamos hablando de copiar, obviamente, sino de descubrir  hallazgos para expresar sobre lo ya encontrado. Avanzamos a hombros de gigantes, y no se les puede obviar ni faltar al respeto.

   Hoy nos gustaría hablar de una grabación realizada en su día por Yannick Nézet-Séguin -con la Orchestre Métropolitain, para ATMA Classique-, un director que ha tenido el privilegio de obtener la titularidad de la Orquesta de Filadelfia, una de las de más importante trayectoria de EEUU. La Orquesta de Filadelfia ha tenido como directores titulares a nombres como Leopold Stokowski, Eugene Ormandy, Wolfgang Sawallisch o Riccardo Muti. Creo que a nadie puede extrañar que, cuando se anunció el nombre de Yannick Nézet-Séguin para dirigirla, nos pareciera, como mínimo, sorprendente. Algo parecido nos sucedió cuando se anunció a Kirill Petrenko como próximo titular de la Filarmónica de Berlín, una orquesta que, en nuestra opinión, debería tener como titular siempre a uno de los tres mejores directores del mundo.

   Yannick Nézet-Séguin es un director joven todavía, qué duda cabe que con virtudes conductoras, pero no estamos seguros de que su arte esté a la altura de la titularidad de esta orquesta si nos atenemos a esta grabación, efectuada ya hace un tiempo, en 2012. Seguramente este joven maestro ya habrá aprendido mucho sobre Bruckner desde entonces, un autor que programa con frecuencia y a cuya Cuarta sinfonía se enfrentará, por ejemplo, el 21 de este mes en la temporada de su orquesta americana. No habría sido la Cuarta mala sinfonía para un primer acercamiento a Bruckner. Se podría haber empezado despacio y por ahí, pero el camino ha sido otro.

   La versión de la Sinfonía nº 6 de Bruckner grabada por Yannick Nézet-Séguin al frente de Orchestre Métropolitain en 2012 nos parece superficial y fuera de lugar. No entendemos que haya podido cosechar las buenas críticas que le hemos leído fuera de nuestro país, salvo que tengamos que admitir una vez más que los tiempos que estamos viviendo no son los mejores en lo que se refiere a poseer un verdadero sentido crítico. Todo, absolutamente todo en  el primer tiempo de la sinfonía nos parece equivocado e insustancial: el tempo elegido, el toque de las cuerdas, el carácter dramático y la articulación sonora propuestas por Yannick Nézet-Séguin, director de gran éxito al que esperamos encontrar cosas positivas en otros discos y autores. El segundo movimiento nos vuelve a parecer rápido y, desde el punto de vista dramático, simple. El estilo general de la interpretación destila cierta blancura e ingenuidad, y nos deja la sensación de un fluir fortuito, sin una profundización en su intencionalidad, estilo y estructura.

   Nézet-Séguin pertenece a una generación de directores muy generosos con su gestualidad. Entre ellos, ya lo hemos dicho, está Nelsons, quizás el más interesante de todos incluso cuando se mueve demasiado sobre la tarima. No es ésta una cuestión baladí. El gesto influye en los músicos y el carácter de la música, e incluso podría distraer al espectador pues, como se sabe, en un concierto no sólo se escucha.

   No sabemos cuál es la razón que ha llevado a Nézet-Séguin a querer grabar esta obra (y el resto de sinfonías de Bruckner) y en estas condiciones. Es posible que se dejase llevar por las muchas oportunidades que una inercia de éxito ofrece a un artista joven como él. En cualquier caso, creo que podemos asegurar, tras su escucha, que cuando Yannick Nézet-Séguin lo grabó, ni entendía debidamente a Bruckner ni su Sexta sinfonía, y que la grabación de este CD y autor le han llegado, como mínimo, demasiado pronto.

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