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Crítica: Alexander Liebreich, María Rubio y Andrew Staple con la Orquesta de Valencia

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Autor: Alba María Yago Mora
22 de abril de 2024

Crítica del concierto de Alexander Liebreich, María Rubio y Andrew Staple con la Orquesta de Valencia

Crítica: Alexander Liebreich, María Rubio y Andrew Staple con la Orquesta de Valencia

Melancolía y maestría

Por Alba María Yago Mora
Valencia, 19-IV-2024. Palau de la Música. María Rubio, trompa. Andrew Staple, tenor. Orquesta de Valencia. Director: Alexander Liebreich. Obras de Elena Mendoza, Benjamin Britten y Maurice Ravel. 

   Bajo la dirección magistral de Alexander Liebreich, el concierto se inauguró con una obra que prometía llevarnos a un universo sonoro único y vanguardista: Inside Metropolis, de la compositora Elena Mendoza, presentada como estreno mundial. Con un currículum impresionante que incluye nada más y nada menos que el Premio Nacional de Música en España, las expectativas estaban ciertamente elevadas.

   Desde el inicio, la pieza nos sumergió en un crisol de sonidos urbanos, con grabaciones de ciudades fusionándose con la rica paleta sonora de la orquesta y la intervención electrónica del SWR-Experimentalstudio Freiburg. Mendoza, en su afán por explorar la espacialización de estos sonidos en el auditorio, logró crear un collage sonoro que desafió las convenciones musicales tradicionales.

   Inside Metropolis llevaba consigo una ambigüedad sugerente: nos invitó a explorar tanto los sonidos de la ciudad interiorizados en el auditorio, como también la búsqueda de un lugar utópico en nuestro interior. Esta dualidad conceptual prometía una experiencia sensorial y reflexiva única. Sin embargo, a pesar de la riqueza abstracta y estética de la obra, su interpretación en el Palau planteó ciertas dificultades. La complejidad de la partitura y la ambición de la composición podrían haber desconcertado en algunos momentos, dificultando la conexión emocional con la audiencia. Es ambiciosa, fascinante, pero su ejecución podría haber sido más efectiva en un contexto diferente, donde su riqueza y complejidad fueran fácilmente apreciadas por el público. Eso sí, la ejecución fue admirable en muchos aspectos.

Elena Mendoza con la Orquesta de Valencia

   La sobria pero espléndida Serenata para tenor, trompa y orquesta de cuerdas op. 31  de Benjamin Britten fue uno de los puntos culminantes del concierto. La obra, estrenada por Britten en 1943, es un ejemplo notable de su habilidad para fusionar la poesía con la música de una manera profundamente conmovedora. La elección de las canciones se unifica por una sensación de nocturnidad y tristeza que permea toda la obra. Desde la Pastoral de Charles Cotton hasta el Himno a Diana de Ben Jonson, Britten teje un tapiz musical que captura la esencia misma de la noche y la melancolía.

   La ejecución de María Rubio en los pasajes de trompa fue simplemente espectacular. Su manejo de los armónicos naturales -particularmente desafiantes- fue impecable y añadió una dimensión de belleza y delicadeza a la interpretación. Fue clara y expresivamente extraordinaria, y elevó la pieza a nuevas alturas emocionales. El tenor Andrew Staples también ofreció una actuación notable, capturando la esencia poética de las canciones con su expresiva y emotiva voz. Desde la melancólica Pastoral hasta el himno triunfante, Staples transmitió cada matiz del texto con una intensidad enternecedora. Fue un triunfo artístico, destacado por la brillantez técnica, la expresividad profunda, la emotividad y la conexión. 

   La interpretación de Daphnis et Chloé de Maurice Ravel cerró el concierto en una nota que, aunque correcta en términos generales, no llegó a alcanzar el vigor que esta obra maestra merece. Sin embargo, hubo momentos destacados que merecen ser mencionados. El flautista Salvador Martínez brilló con un discurso excepcional, otorgando gracia y delicadeza a la música de Ravel. Fue sublime, transportándonos a los paisajes oníricos del bosque sagrado de las ninfas. La cuerda de fagotes también merece reconocimiento por su contribución al carácter y la textura de la interpretación. Liderados por Ignacio Soler, aportaron una dosis de traviesa vitalidad que complementó la atmósfera mágica del ballet. El virtuosismo y la dirección del concertino Enrique Palomares fueron fundamentales para mantener la cohesión y la calidad del conjunto, desde los pasajes más delicados hasta los momentos más enérgicos, guiando hacia una conclusión poderosa y emotiva. Asimismo, timbales y percusión destacaron por su precisión y energía, añadiendo un impulso dinámico necesario. Especialmente en el final, donde la música alcanzó su clímax, estos últimos dieron vida a la celebración festiva del regreso triunfante de Daphnis y Chloé. Disfrutamos de instantes brillantes, que nos recordaron la belleza etérea de la música de Ravel, pero la interpretación en su conjunto careció de la intensidad y la pasión necesarias para capturar plenamente la esencia de esta obra capital tan rica en emoción y color. 

Fotos: Live Music Valencia

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